19 abril 2024
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El techo abovedado en la arquitectura europea antigua. Dificultades de traducción

Este artículo surge de la charla «Del dolmen a la cúpula renacentista: ¿cómo demonios sujetamos esto?», celebrada en Madrid, el 28 de febrero de 2015, en el Acto conjunto Asetrad-MET. También guarda relación con otro de la misma autora publicado en el número 6 de esta revista, dedicado en aquella ocasión a las dificultades de traducción ocasionadas por la distinta disposición de algunos elementos en las catedrales góticas españolas respecto a las de otros países. Pretende servir de guía a cualquier traductor que requiera entender los elementos arquitectónicos estructurales que conforman los techos abovedados, y no se ha confeccionado a modo de glosario, sino que relaciona unos términos con otros, para explicar cómo se suelen combinar dichos elementos.

Resulta manifiesto que la techumbre de un edificio puede estar compuesta por elementos rectos, que requieren el uso de alguna forma de viga, o por elementos curvos, que se denominan bóvedas. Aunque algunas civilizaciones antiguas, como Egipto o Grecia, llegaron a conocer el arco, no consideraron oportuno utilizarlo en los edificios de piedra, por lo general templos, con suficiente potencial como para legarse a la posteridad; es decir, no practicaron la arquitectura monumental con bóvedas.

Aunque las vigas capaces de salvar grandes vanos sin riesgo no aparecieron hasta los siglos xix y xx, los arquitectos griegos perfeccionaron los tejados montados sobre arquitrabes, que derivan directamente del dolmen y que descansan, por lo general, sobre columnas dispuestas a una distancia suficiente como para apoyar los extremos de los sucesivos arquitrabes en el centro del ábaco del capitel correspondiente.

La construcción con arquitrabes no supone ninguna dificultad de traducción, y es extremadamente sencilla de entender. Sin embargo, el innegable prestigio de la arquitectura griega llevó a los propios romanos, pese a su gran dominio del arco y el uso formidablemente extenso que hicieron de él, a respetar la metodología griega en materia de construcción de templos, con alguna pequeña variación. Así pues, aunque solemos tener cierto conocimiento de los elementos de los órdenes dórico, jónico y corintio, nuestra idea de lo que es una bóveda es, por lo general, bastante vaga.

De esto se deduce que, en materia de traducción, la verdadera dificultad radica en los techos abovedados, que, sin embargo, sobrevivieron en el Imperio de Oriente, aunque con la aparición de algún elemento propio, como la cúpula bulbosa, y que conocieron en la Europa Occidental posterior al año 1000 un gigantesco desarrollo de la mano del cristianismo y, durante algún tiempo, a través de la construcción de templos.

Como este artículo versa sobre las bóvedas como elementos estructurales de las cubiertas, no vamos a guiarnos por la cronología, sino que vamos a intentar hacer un inventario de los elementos que nos podemos encontrar en un techo abovedado. La razón principal es que, en Europa, siempre ha existido una tendencia a regresar a la arquitectura clásica después de algún periodo de innovaciones. Así que, por ejemplo, no podemos considerar la bóveda de medio cañón exclusivamente románica, cuando los arquitectos del Renacimiento, entre otros, la recuperaron, incluso con mucha más fuerza, como rechazo a ese arte «propio de godos» que les parecía el gótico.

También me he animado a adoptar este enfoque porque las fuentes de consulta en ocasiones confunden. Los manuales serios de arquitectura clásica suelen centrarse en la explicación de los edificios y no de los elementos arquitectónicos que los componen, y otras fuentes de menor entidad, que sí se centran en la explicación de los elementos, pueden no contar con personas especializadas para tratar los temas, e inducir a error.

Vamos a empezar nuestro catálogo de elementos con algunas consideraciones destinadas a distinguir, de entrada, qué diferencia existe entre un arco y una bóveda. El arco es un elemento autoportante (es decir, se sostiene solo) que puede ser estructural o un mero adorno, cosa que no conviene olvidar. Aunque es bien sabido, el arco estructural se sostiene gracias a una dovela especial con forma de cuña que recibe el nombre de clave.

Recordemos también que, para elevar un arco, una bóveda o una cúpula que no sean falsos, siempre se requiere la previa instalación de cimbras de madera, que no se pueden retirar hasta que la clave no esté colocada, para que el elemento no se desmorone, ya que es, precisamente, la presión de la clave la que lo sostiene. El arco, además, no se nombra solo por su forma, sino sobre todo por su función, como iremos viendo a lo largo del artículo.

Seguramente, por la costumbre de denominar arcos a edificaciones como la Puerta de Alcalá, o a los que dibujan los ojos de los puentes, la mayoría de las personas diría, hablando comúnmente, que la Puerta de Alcalá está compuesta por tres arcos y dos vanos rectos, y se sorprendería al saber que en realidad está compuesta por cinco bóvedas, al igual que está formado por bóvedas cualquier puente de esta clase.

Hagamos un pequeño inciso. La afirmación de que existen bóvedas rectas requiere una explicación casi inmediata, pero no debe distraernos de nuestro razonamiento. Las civilizaciones que no construyeron edificios abovedados encontraron otras formas de construir falsas bóvedas con forma de cúpula por simple aproximación de hiladas y, a su vez, los constructores de edificios abovedados prefirieron, en ocasiones, organizar las dovelas del arco en un formato recto, para no romper la gracia externa de la construcción, en vez de utilizar dinteles o arquitrabes. Para no alejarnos ahora mismo de este hilo, veremos más adelante, además, que incluso dentro del contexto de los sistemas abovedados, no todas las cúpulas son de verdad, entendiendo como tales las diseñadas sobre arcos y que requieren de cimbras previas para su montaje.

Aclarado esto, regresemos a la diferencia entre arco y bóveda. Desde el momento en que un arco cuenta con cierta proyección longitudinal y no está formado por dovelas de una sola pieza cada una, debería considerarse, en propiedad, bóveda y no arco. No sugiero al lector que empiece a hablar mañana mismo de «las bóvedas de la Puerta de Alcalá» en público, porque sin duda despertará risillas a su alrededor, pero sí que deseo transmitirle que, aunque la mayoría de las personas pensamos, por ejemplo, en una bóveda de cañón corrido cuando escuchamos esta expresión, una bóveda puede ser algo mucho más corto.

De hecho, la bóveda de cañón corrido no se suele utilizar en grandes alturas, por la dificultad que conlleva sostener el enorme empuje que genera sin más ayuda que contrafuertes o estribos. Es más frecuente que se destine a lugares como los claustros, donde la presencia de un grueso muro lateral continuo ayuda a su sostén. Por otra parte, el que los claustros sean, además, lugares donde las bóvedas se encuentran sistemáticamente en las esquinas originó una clase específica de bóveda que resuelve dicho encuentro y que se denomina, precisamente, bóveda claustral o de rincón de claustro.

Otras bóvedas, otros usos

El arco rebajado, por su amplitud, fue siempre el preferido de los romanos para la construcción  de puentes, en conjunción con in­men­sos tajamares que favorecen el paso del agua.

A su vez, es preciso recordar que una bóveda larga no tiene por qué ser solo longitudinal, como la de una nave, sino que puede destinarse a cubrir elementos de planta curva, como una girola o deambulatorio, en cuyo caso será anular, o incluso elementos espi­rales rampantes como una escalera de caracol.

Lo que nos vamos a encontrar mayoritariamente en las iglesias son bóvedas visualmente segmentadas mediante arcos transversales de refuerzo, que se llaman fajones si son de medio punto, y perpiaños si son ojivales, aunque también hay quien prefiere denominar fajón al arco, ya sea de medio punto o apuntado, que reparte el peso de una bóveda de cañón, y perpiaño al que separa las bóvedas cruzadas, que vamos a ver prácticamente a continuación.

Terminemos primero con la bóveda de cañón. Solo resta decir que, aunque pueden generarse a partir de cualquier arco, las bóvedas de grandes dimensiones que cubren las naves centrales de algunas iglesias proceden casi exclusivamente del arco de medio punto (es decir, son bóvedas de medio cañón) y, en mucha menor medida, del arco ojival (en cuyo caso conviene especificar que se trata de una bóveda de cañón apuntado, ya que, por su frecuencia, casi siempre se suele llamar bóveda de cañón a la bóveda de medio cañón).

Como indicaba un poco más arriba, los arcos intermedios de refuerzo no solo sirven para repartir el peso de las bóvedas longitudinales, sino que, en ocasiones, convierten las bóvedas en elementos modulares, hasta cierto punto independientes, que resulta mucho más sencillo tratar, y que ofrecen una mayor flexibilidad de cara a la organización del espacio. Estas bóvedas son la de arista y la de crucería, que surgen, respectivamente, del cruce de dos bóvedas de medio cañón y de dos bóvedas de cañón apuntado. Es preciso añadir que el cruce de dos bóvedas de medio cañón también genera una bóveda esquifada o de aljibe, pero que, como esta sirve únicamente para cubrir espacios cuadrangulares cerrados, no forma parte de lo que solemos encontrar en los techos de unos espacios tan comunicantes como persiguen ser, en general, los templos.

Pero antes de seguir hablando de las bóvedas modulares o cruzadas, como las estamos llamando aquí de una manera genérica, debemos recordar la existencia de unos arcos con función estructural que aún no hemos visto, y sin los que una bóveda cruzada es imposible. Son aquellos que discurren en paralelo con las naves, comunicándolas entre sí: los arcos formeros. Es el arco formero el que marca el intercolumnio, es decir, el tramo o sección de bóveda correspondiente de la nave, y sus pilares son comunes a los arcos transversales, tanto de la nave central como de la nave colateral correspondiente.

La bóveda de arista no siempre se sujeta sobre pilares comunes, sino que puede disponer de su propia sujeción. Ya la encontramos durante la edad de oro de la arquitectura romana, junto con la bóveda de cañón y la bóveda de horno (o de cuarto de esfera), que es la que cubre, por definición, un ábside. Obsérvese, en la imagen inferior derecha de este enlace, la reconstrucción de la nave central de la Basílica de Majencio, y compárese con las naves colaterales de la Basílica de Vézelay, que cuentan con un arco divisorio entre cada bóveda de arista.

Un paso más nos llevará hasta la bóveda de crucería simple del gótico, que experimentó después, desde el punto de vista estrictamente estructural, desarrollos específicos, como la bóveda de seis paños o plementos y la bóveda con varias claves y arcos terceletes. La bóveda de arista presentaba un punto flaco, precisamente en la parte inferior de la arista, por lo que se dio en nervarlas para evitar la caída ocasional de materiales desprendidos. La bóveda de crucería surge al tratar esos dos arcos de cruce como elementos estructurales (arcos cruceros), arcos que acaban siendo ojivales, para desplazar el peso hacia los laterales, ya que el arco de medio punto —aunque esto pueda parecer una broma— sufre de los riñones, que son las dovelas intermedias entre los salmeres y la clave.

En resumen, no hay que olvidar que el gótico no surge de la pura espiritualidad y obsesión por representar el cielo en la tierra, con esos techos casi flotantes que en ocasiones se pintan de azul para reforzar el efecto, sino de la pureza técnica que había llegado a adquirir el románico, sumada por lo general al uso sistemático de un mejor material como es la piedra. El románico ya presenta, incluso desde fases muy tempranas en ocasiones, no solo bóvedas cruzadas, sino naves colaterales formadas por bóvedas de cuarto de círculo que se anticipan a los arbotantes o botareles del gótico, y triforios (tribunas en la segunda planta de las colaterales).

Hemos hablado de los arcos cruceros. Para evitar posibles confusiones, aclararemos que los arcos cruceros no tienen nada que ver con el crucero de una iglesia, que es el espacio donde se cruzan la nave central y el transepto o nave transversal, cuando se abandona la planta basilical en favor de una planta con forma de cruz. Recordemos al respecto que la basílica romana no era un templo, y que algunos arquitectos medievales empezaron a mostrar reticencias a utilizar una planta que había tenido usos paganos.

El crucero de las iglesias y catedrales mereció la especial atención de los arquitectos, que lo convirtieron en un punto de entrada de luz, y vamos a encontrar sobre él, o bien un cimborrio durante la Edad Media, o bien una cúpula, sobre todo desde el Renacimiento, cuando se recupera la bóveda de medio cañón. Para la excepcionalidad de una catedral gótica con una cúpula gigantesca, aunque falsa, recomiendo leer en detalle el artículo específico sobre la construida por Brunelleschi para la catedral de Florencia que cito en la bibliografía.

El arco diafragmático

Un arco diafragmático es aquel que, sin formar bóveda, se utiliza aisla­da­mente como apoyo inter­medio de un tejado a dos aguas montado sobre grandes vanos. En ocasiones, presenta por encima la deno­minada forma de lomo de asno, que también vemos en muchos puentes sencillos medie­vales de un solo ojo. Es frecuente también, aunque con otro formato, en el gótico catalán.

En la fotografía se aprecia un arco aislado, pero los arcos diafragmas también se pueden utilizar en sucesión, para cargar techos rectos, o techos abo­ve­da­dos con arte­so­na­dos que por debajo dan la impresión de ser rectos, y ofrecer cierta sensación de bóveda. Es un recurso de gran belleza que emplea, en ocasiones, en las mezquitas de gran tamaño, la arquitectura islámica, formando inmensos bosques de piedra de colores donde la vista se pierde.

Recordemos que el arco de herradura puede generar bóvedas de cañón, pero no prolon­gadas. Dado que su línea de impostas es muy baja, y que su curvatura, además, no permite alinear los salmeres (dovelas basales) con la pared o la columna de carga, una bóveda de herradura prolongada, o bien produciría una nave muy estrecha, o bien generaría una bóveda con un peso imposible de controlar si se dimen­sio­nara para dejar una nave considerable.

Este elemento aéreo, cimborrio o cúpula, se monta sobre los cuatro arcos que se encuentran en el crucero, y que reciben el nombre de torales por esta función (son, como se podrá suponer, dos fajones trans­ver­sales y dos formeros longitudinales). La cúpula y el cimborrio no descansan directa­mente sobre estos arcos, sino sobre un tambor o anillo intermedio con vanos practicados para que entre la luz, y la cúpula, en concreto, se remata, por la parte superior, con otro elemento arquitectónico, la linterna, que constituye la clave de la cúpula y otro punto de entrada de luz.

Existen dos elementos estructurales intermedios, a su vez, entre los arcos torales y el tambor o anillo: las pechinas, triangulares, y las trompas, que son bovedillas voladas practicadas entre la parte superior de los arcos. Nunca se dan en conjunción, sino que se utilizan, o bien pechinas, o bien trompas. Su función es transformar la forma cuadrada del encuentro de los cuatro arcos en una circular u octogonal más apta como base del elemento aéreo. Otra variante de cobertura sobre arcos torales es la que podemos apreciar en esta fotografía, donde, sin presencia de tambor, los arcos sostienen sobre su propia albanega unos arcos de menor tamaño, perforados con vanos, que se cubren a su vez con una bóveda baída.

Al ser las bóvedas elementos con cierta independencia, se pueden utilizar a gusto del arquitecto, siempre que no sean incompatibles entre sí, y como en la variedad está el gusto, no hay dos techos abovedados exacta­mente iguales, ni siquiera aunque sean deudores de un mismo patrón impuesto, por ejemplo, por una orden monástica para sus edificaciones, o pertenezcan a un mismo estilo. La bóveda baída, por ejemplo, es una manera muy sencilla de resolver el encuentro entre cuatro arcos de medio punto, como acabamos de ver, pero Brunelleschi las utilizó concatenadas para cubrir naves. Una bóveda baída, por cierto, se denomina también vaída, de vela o de pañuelo (invertido), por la forma que adquiere —aunque boca abajo— de pañuelo mojado tendido de las cuatro esquinas.

Llegados a este punto, y aunque algo hemos comentado ya, es preciso indicar que algunas de las cúpulas clásicas más importantes del mundo son en realidad falsas, y que en ellas los empujes no son diagonales, sino gravitacionales. Una cúpula real se suele definir como el elemento abovedado que cubre un espacio circular por rotación de un arco sobre sí mismo, pero estos parámetros no los cumplen, por ejemplo, ni la gigantesca cúpula del Panteón de Agripa en Roma, ni el domo de la catedral de Florencia. En la bibliografía, aporto alguna monografía específica sobre estos dos edificios.

Bibliografía

Las observaciones contenidas en este artículo se deben, más que a mis consultas bibliográficas, a la enorme cantidad de horas que he pasado traduciendo e intentando entender textos sobre arquitectura, pero al margen de dos manuales imprescindibles para entender la arquitectura clásica, el de Blanco Freijeiro para el arte griego, y el de García Bellido para el arte romano, ambos muy conocidos, quiero destacar un artículo realmente impresionante sobre la cúpula de la catedral de Florencia: La Cúpula de Brunelleschi, publicado por Pintangel, así como una web llamada WikiArquitectura, muy de mi agrado, que cuenta con excelentes explicaciones sobre edificios. En concreto, y ya que lo he citado más arriba, remito al lector al artículo dedicado al Panteón de Agripa.

Beatriz Pérez Alonso
Beatriz Pérez Alonso 
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Beatriz Pérez Alonso es licenciada en Filología Clásica por la UCM y traductora de francés. Está especializada en comercio, turismo e industria, y ha traducido una gran cantidad de documentación relacionada con monumentos. Cursó estudios de doctorado en los programas de Lingüística Indoeuropea Antigua y Mitos y Religiones de Grecia y Asia Menor. Se ha dedicado en exclusiva a la traducción desde hace unos quince años, con un pequeño intervalo como docente en la Universidad Comillas-ICADE de Madrid.

Beatriz Pérez Alonso 
Beatriz Pérez Alonso 
Beatriz Pérez Alonso es licenciada en Filología Clásica por la UCM y traductora de francés. Está especializada en comercio, turismo e industria, y ha traducido una gran cantidad de documentación relacionada con monumentos. Cursó estudios de doctorado en los programas de Lingüística Indoeuropea Antigua y Mitos y Religiones de Grecia y Asia Menor. Se ha dedicado en exclusiva a la traducción desde hace unos quince años, con un pequeño intervalo como docente en la Universidad Comillas-ICADE de Madrid.

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