20 abril 2024
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La ciencia al pie de la letra: el artículo académico

El artículo científico es el producto final por excelencia de la actividad investigadora. Los científicos manejan datos empíricos para producir conceptos, pero son los lenguajes (naturales, simbólicos, notaciones) los que construyen el conocimiento científico. El impacto de un artículo académico en la comunidad de expertos depende no solo de su originalidad científica, sino también de su eficacia comunicativa. La publicación académica se apoya en la validez de un contenido (datos, metodología, protocolo, resultados) sometido a la prueba de fuego de la lectura crítica de editores y revisores externos especializados, implacables si el artículo no cumple con los requisitos de la revista. Maridar buena ciencia con mejores letras es imprescindible para publicar en revistas de gran impacto.

Cuando trabajaba como investigadora del Instituto Español de Oceanografía, tuve que enfrentarme a la gratificante pero ardua tarea de publicar artículos científicos en revistas de impacto internacional. Al ponerte frente al papel dominas «tu» ciencia, pero te paraliza la letra. Sabes que tu investigación es innovadora, pero no te resulta nada fácil plasmarla con claridad y precisión en un documento, que además debes adaptar a las exigencias del comité editorial de la revista especializada que has elegido. Reconvertida en traductora, he sustituido a mis queridos bichitos marinos como objeto de estudio por cualquier artículo científico que los investigue. Sigo trabajando con ciencia (y a conciencia), aunque mis datos son ahora las palabras y mi objetivo es organizarlas para que no interfieran con la ciencia a la que sirven.

Un artículo bien escrito traduce un pensamiento lógico y bien estructurado, y da credibilidad al trabajo de un investigador.

El científico sabe hacer ciencia, pero no suele estar cómodo en su papel de redactor: le cuesta encontrar palabras adecuadas para describir el protocolo de recogida de los datos, no sabe cómo presentar los métodos que aplica y se pregunta cómo escribir con la misma claridad con la que razona. Para Rogers (2007) el modo de expresarnos refleja nuestro modo de pensar, algo que Lindsay sintetiza en el título de su libro Scientific Writing = Thinking in Words (2011). Un artículo bien escrito traduce un pensamiento lógico y bien estructurado, y da credibilidad al trabajo de un investigador.

Un artículo, dos audiencias

Las revistas científicas, desde su aparición en el siglo xvii, han sido la principal y más destacada forma de difundir, organizar y validar el conocimiento para dar a conocer a la comunidad investigadora resultados de interés común que permiten el avance de la ciencia (Rodríguez y Vessuri, 2007). Estos mismos autores indican que «publicar en revistas reconocidas también implica ser «aceptado» […] y entrar en un mundo intelectual que tiende a condicionar la permanencia de quienes ya se encuentran en él y evaluar exhaustivamente a quienes quieren integrarlo», porque publicar «no solamente trae implícito el reconocimiento, sino que significa muy probablemente que lo allí publicado ha cumplido con las «normas de calidad» establecidas por los más exigentes».

Una de las particularidades del artículo de investigación es que debe satisfacer tanto a su audiencia primaria, constituida por la comunidad de expertos de una disciplina o disciplinas afines, como a un comité editorial. Es el editor (o uno de sus asesores) quien hace la primera criba y decide qué manuscritos rechaza directamente si están fuera de la temática de la revista, si su contenido científico es cuestionable o prescindible, o cuando su estructura y lenguaje son deficientes (Cargill y O’Connor, 2016). Las dos primeras razones tienen que ver con el fondo (validez, originalidad y aplicabilidad científica del contenido), pero la tercera juzga la forma de expresión, que debe ser precisa, clara, creíble, eficaz y simple (Rogers, 2007). Además, esta autora añade que un buen texto científico debe ser transparente como el cristal de la ventana del laboratorio que se abre a los ojos de la comunidad científica.

La publicación académica como disciplina

Al trabajar con artículos académicos, además de las dudas sobre el contenido pueden surgirnos preguntas relacionadas con las características discursivas de la publicación especializada.

Aunque el 99 % de los investigadores consideran que escribir forma parte de sus actividades fundamentales, menos del 5 % se han formado específicamente en la redacción de artículos académicos.

Paradójicamente, aunque el 99 % de los investigadores consideran que escribir forma parte de sus actividades fundamentales, menos del 5 % se han formado específicamente en la redacción de artículos académicos (Lindsay, 2011). Publicar no es una opción porque lo que no se escribe consta como si nunca se hubiera investigado, dice Lindsay. De hecho, quien no publica difícilmente financia su línea de investigación, dando razón al famoso publish or perish. La mayoría confiesa que su única experiencia en este campo se limita a los artículos académicos que consulta. Para colmo, muy pocos son los que eligen la revista antes de redactar su artículo, a pesar de que si lo hicieran reducirían las posibilidades de que sea rechazado por incumplimiento de los requisitos formales de publicación.

Es hora de que los científicos hispanohablantes nos inspiremos en los colegas anglosajones, que llevan años de ventaja formándose en la escritura de artículos académicos, y nos interesemos por un tema que se ha convertido en una disciplina individualizada con un crecimiento exponencial. También nosotros, los traductores, necesitamos conocer bien los temas referentes a la publicación y revisión editorial porque solo así podremos apoyar a los investigadores en este proceso complicado que puede durar más de un año. Documentarse y formarse sobre estos temas añade valor a nuestra relación con los científicos a los que acompañamos. Recomiendo los libros de Cargill y O’Connor (2016) y de Lindsay (2011), muy útiles para conocer, asimilar y practicar los requisitos editoriales, las normas y las convenciones de este género. Además de tratar del artículo científico en sí, aportan mucha información y consejos sobre el formalismo de la correspondencia con el editor y los revisores externos, un conjunto de documentos a los que no debemos restar importancia como traductores, porque son claves en el éxito de la publicación académica.

Redactar y traducir, cara y cruz de la publicación científica

Que los problemas de los investigadores y de los traductores no son los mismos al enfrentarse a la redacción y a la traducción de un artículo especializado.

Reimerink (2007) constata que los problemas de los investigadores y de los traductores no son los mismos al enfrentarse a la redacción y a la traducción de un artículo especializado. Ambas actividades están interrelacionadas y tienen en común la dificultad de respetar los convencionalismos formales propios de la escritura académica. Los dos procesos requieren solucionar problemas y tomar decisiones para producir un documento que cumpla con unos requisitos mínimos respecto del contenido, el estilo y el formato exigidos. El que redacta construye una representación mental para crear un texto nuevo y el que traduce debe comprender ese texto para construirse una representación mental que le permita crear un texto nuevo basado en el original.

En un mundo donde el inglés es la lingua franca de la ciencia, los investigadores que quieren estar al día están obligados a leer, escribir y publicar en este idioma. Para Gonzalo Claros (2009) «el autor científico que escribe en español tiene mucho de traductor», pero «cuando los científicos traducen del inglés aquello que entienden, suelen generar un texto deficiente, lleno de incorrecciones gramaticales, de jerga profesional y de extranjerismos». Es habitual incluso trabajar con manuscritos que mezclan dos idiomas. Javier Bezos (2008) también alerta de lo vulnerables que son los libros científicos a la influencia del inglés porque la mayoría de los investigadores defienden que «normalmente en este tipo de libros se hace así». Para contrarrestar los efectos negativos de estas prácticas, los traductores profesionales tenemos que ofrecer una redacción impecable y, en la medida de lo posible, inculcar buenas prácticas lingüísticas en nuestros autores, aun a riesgo de convertirnos en «puntillosos, pejigueros, meticulosos, quisquillosos, puristas, escrupulosos, perfeccionistas o picajosos» o, lo que es lo mismo, en «científicos con sensibilidad lingüística» (Saldaña, 2008).

De los diez errores usuales en la traducción de artículos científicos, Amador (2007) menciona los anglicismos en la adjetivación, el abuso de los adverbios en -mente, de las frases demasiado largas y de la voz pasiva con ser y estar.

De los diez errores usuales en la traducción de artículos científicos, Amador (2007) menciona los anglicismos en la adjetivación, el abuso de los adverbios en -mente, de las frases demasiado largas y de la voz pasiva con ser y estar. Pone también en guardia frente a los calcos del inglés referidos a gerundios, orden sintáctico y supresión de artículos. Pero mucho más exhaustivas y de lectura obligada son la primera (2009) y la segunda edición (2016) de las reglas, ideas y consejos de Gonzalo Claros para traducir y redactar textos científicos en español.

Otra característica de los textos académicos es la frecuencia de artículos firmados por varios autores, pertenecientes a distintos equipos e incluso con nacionalidades e idiomas distintos. Es fundamental dar coherencia y homogeneidad al manuscrito en su conjunto, aunque confieso que con frecuencia este punto me da bastantes quebraderos de cabeza porque puede generar suspicacia en alguno de los firmantes y complicar la delicada relación que el traductor científico establece con sus investigadores. Esta relación es más difícil cuando el investigador olvida que escribe para informar y no para impresionar, y nos enfrentamos a un manuscrito críptico, inaccesible incluso para colegas de disciplina menos especializados y, por supuesto, ininteligible para investigadores de ámbitos afines. La solución es sugerir con mucho tacto y humildad los cambios necesarios para que el artículo se pueda entender y se acepte.

Comprender el contenido

Debemos conseguir que el autor nos vea como un aliado que habla su mismo idioma y con el que forma equipo en ese «deporte de riesgo» que puede ser la publicación académica.

También en la publicación científica el investigador (autor) suele tener muchos más conocimientos sobre el tema del que escribe que el traductor, lo que nos obliga a documentarnos constantemente para estar al día de los avances y empaparnos del contexto científico del artículo, incluso si tenemos formación especializada o experiencia en la publicación académica. En este último caso es particularmente importante dejar claro en nuestra relación con los autores que nuestras sugerencias, comentarios y preguntas están hechas desde el conocimiento limitado de un tema que ellos dominan, porque también respecto al contenido (e incluso en mayor medida que lo comentado anteriormente respecto al estilo) el autor puede mostrarse muy a la defensiva si considera que estamos juzgando su legitimidad científica. Debemos conseguir que el autor nos vea como un aliado que habla su mismo idioma y con el que forma equipo en ese «deporte de riesgo» que puede ser la publicación académica.

A pesar de la inmersión documental, al traducir siempre surgen dudas relacionadas con el conocimiento científico, no siempre fáciles de resolver sobre el papel si preguntamos al autor o autores. Aquí llamo la atención sobre lo útil que es tener una buena base de conocimientos de física y matemáticas en general, y de estadística en particular, aunque estemos especializados en ciencias menos «duras», como la biología en mi caso. La razón es que la sección de material y métodos suele plantearnos dudas para las que no tienen respuesta los autores del artículo, porque no fueron ellos quienes los diseñaron sino un especialista, generalmente ajeno a su equipo de investigación. Lo mismo ocurre con las nomenclaturas, que requieren una atención especial del traductor.

Las tablas y las figuras también son parte integrante y fundamental del artículo de investigación, aunque los autores no las envían sistemáticamente porque piensan que «no hace falta traducirlas» y hay que pedirlas con mucha frecuencia. Los elementos gráficos son una fuente de información valiosísima si los sabemos interpretar y sabemos qué tipo conviene mejor a los datos que presentan. Cualquier sugerencia que podamos hacer al autor o autores en este sentido (una figura en lugar de una tabla, un diagrama de barras en lugar de una gráfica de líneas y puntos, etc.) añaden muchísimo valor a nuestra prestación lingüística.

Conviene estar atentos para detectar cualquier deficiencia de contenido observada en el original y solucionarla previa consulta con el autor, como por ejemplo una incoherencia entre el texto del manuscrito y el dato de una tabla o figura. Si mejoramos la calidad del contenido, subiremos muchos enteros en la estima de nuestros clientes investigadores y ganaremos credibilidad científica.

Ortotipografía y «paratraducción», a caballo entre fondo y forma

La ortografía especializada, como la denomina Martínez de Sousa (1999), puede ser otro de los escollos de la publicación académica.

La ortotipografía dice que lo correcto es escribir las variables o constantes arbitrarias en cursiva y las unidades en redonda separadas de la cantidad por un espacio fino. Este ejemplo muestra que la ortografía especializada, como la denomina Martínez de Sousa (1999), puede ser otro de los escollos de la publicación académica por estar a caballo entre forma (cómo se escribe) y contenido (reconocer las variables).

Los textos científicos se caracterizan por combinar el lenguaje natural con lenguajes simbólicos (matemáticas, vectores, curvas de nivel, circuitos eléctricos, programación, etc.) y nomenclaturas (binomial, química, notación genética, etc.). Estos lenguajes artificiales son la solución extrema en la búsqueda de precisión y universalidad (IES Castellet, 2011) y representan un lenguaje formal cuyas reglas facilitan su comprensión (Bezos, 2008). Este autor explica que «se asume incorrectamente que un científico, por el solo hecho de serlo, es buen conocedor de las notaciones y de su tipografía», cuando en realidad se trata de la causa de muchísimas deficiencias formales que por desconocimiento se trasladan al documento manuscrito traducido y que debemos enmendar los traductores.

Ryan (2013) denomina «paratraducción» a las modificaciones de todo aquello que, teóricamente, no incumbe al traductor porque se trata, supuestamente, de elementos invariables que bastaría trasladar al documento final. Son tareas asociadas (indisociables) a la traducción, que pulen el texto y lo adaptan a las convenciones de su ámbito. Estoy hablando de siglas y acrónimos que desarrollar, datos en figuras y tablas que comprobar, topónimos que adaptar, nomenclaturas que respetar, inserción de espacios duros, uso correcto de mayúsculas, puntuación, unidades de medida, coordenadas geográficas, etc.

Para profundizar en este campo recomiendo los trabajos de José Martínez de Sousa, Javier Bezos, Gonzalo Claros y Xosé Castro, de los que encontraréis una muestra en la bibliografía.

El contexto, siempre el contexto

Un clásico de la adaptación al contexto es el problema de los nombres comunes de seres vivos.

El traductor reproduce en el texto final los contenidos del texto de partida, pero adaptados a la realidad de la cultura receptora de aquellos elementos del contenido o de la forma del texto original que están ligados al contexto de la comunidad sociocultural de partida (Garrido, 2010). Un clásico de la adaptación al contexto es el problema de los nombres comunes de seres vivos, que como traductores podremos solucionar de distintos modos. También importa mucho el contexto en el caso de los topónimos, cuando un mismo territorio geográfico tiene distintas denominaciones en una y otra lengua por motivos políticos, por ejemplo. Es lo que ocurre con el archipiélago que los investigadores argentinos llaman islas Malvinas y los británicos islas Falkland, pero que en textos dirigidos a la comunidad internacional podemos denominar islas Malvinas-Falkland.

Plagio y consideraciones éticas

La publicación académica no está libre de fraudes. La Comisión de Ética de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile entiende que se trata de un acto consciente de apropiación de ideas o textos pertenecientes a otros, que oculta la fuente original y tiene la intención de engañar al lector pretendiendo que atribuya al plagiario el mérito de originalidad de la idea que se expresa o del texto al que se alude (Reyes, 2009).

El autoplagio (reciclar pequeños fragmentos de material propio previamente publicado o publicar el mismo manuscrito en dos revistas distintas) es una práctica contraria a la ética del investigador.

Aunque suelen ser los editores y los revisores quienes sospechan en primera instancia del fraude, los traductores tenemos obligación de alertar a nuestros autores sobre lo que se considera plagio1 y recordarles que también el autoplagio (reciclar pequeños fragmentos de material propio previamente publicado o publicar el mismo manuscrito en dos revistas distintas) es una práctica contraria a la ética del investigador y que puede incluso ser delito en determinadas circunstancias (Panter).

Otro tipo de consideraciones éticas, pero estas más personales, se refieren al dilema de aceptar o no la traducción de un manuscrito cuyo protocolo experimental vaya en contra de nuestros principios éticos o de nuestras creencias, algo sobre lo que conviene reflexionar bien por las consecuencias personales y profesionales que pueda tener.

El español, ¿una lengua para la ciencia y la tecnología?

El español es un idioma en pleno crecimiento, tanto desde el punto de vista demográfico como de su internacionalización: la cuarta lengua del mundo y la segunda lengua de comunicación internacional, dicen los datos del Instituto Cervantes.

Lamentablemente, los investigadores hispanohablantes de las ramas científicas publican para ser leídos, y hacerlo en inglés aporta mayor credibilidad y visibilidad. Además, es casi más fácil publicar en inglés en las revistas especializadas con editores acostumbrados a revisar textos escritos por no nativos de inglés, que hacerlo en francés o en español, dos idiomas lingüísticamente muy exigentes. Todo esto ha hecho descender en picado hasta cifras anecdóticas el número de artículos académicos escritos en español en el ámbito de las ciencias puras.

El español «debe aspirar a ser también otra lengua de la ciencia, lo que contribuiría a aumentar de forma exponencial la conciencia científica de sociedades hispanoparlantes».

En el análisis de Garrido Gallardo (2001), el español «debe aspirar a ser también otra lengua de la ciencia, lo que contribuiría a aumentar de forma exponencial la conciencia científica de sociedades hispanoparlantes», algo que requiere «mejorar la calidad y cantidad de nuestra ciencia, […] confeccionar en español elencos suficientes de terminología que permitan el fácil manejo de los datos e instrumentos científicos y técnicos [… y] una incesante batalla diplomática para que el español sea lengua cooficial en congresos y publicaciones». Como profesionales de la lengua poco podemos intervenir en la batalla diplomática, pero sí mantener la calidad lingüística del abanico de documentos científicos y técnicos (ver tabla) con los que trabajamos y resistir las embestidas terminológicas y ortotipográficas del inglés. Eso, y esperar a que en España se diseñe una verdadera estrategia para la ciencia.

Mi agradecimiento a Mercedes Sánchez Marco por su lectura atenta y siempre constructiva.

Bibliografía

Amador Domínguez, N. «Diez errores usuales en la traducción de artículos científicos». Panace@, vol. ix, n.º 26 (segundo semestre 2007), p. 121-123.

Bezos López, J. Tipografía y notaciones científicas. Gijón: Ediciones Trea, 2008. 204 p. (Bibioteconomía y administración cultural; n.º 199).

Bruneau, M.; Potel, C. L’art de la formule expliqué aux scientifiques. Recommandations générales pour la rédaction de documents écrits et pour les présentations orales. Toulouse : Cépaduès Éditions, 2006. 83 p.

Castro, X. «Errores ortotipográficos en textos redactados en español» [consulta: 23 de enero de 2018].

Castro, X. «Rayas, signos y otros palitos» [consulta: 23 de enero de 2018].

Claros Díaz, M. G. «Un poco de estilo en la traducción científica: aquello que quieres conocer pero no sabes dónde encontrarlo». Panace@, vol. ix, n.º 28 (segundo semestre 2008), p. 145-158.

Claros Díaz, M. G. Ideas, reglas y consejos para traducir y redactar textos científicos en español. Málaga: Autoedición, 2009. 74 p.

Claros Díaz, M. G. Cómo traducir y redactar textos científicos en español. Reglas, ideas y consejos. Barcelona: Fundación Dr. Antonio Esteve, 2016. 164 p. (Cuadernos de la Fundación Dr. Antonio Esteve; n.º 39).

Cargill, M.; O’Connor, P. Writing Scientific Research Articles: Strategy and Steps. Second Edition, Adelaide: Wiley-Blackwell, 2016. 223 p.

Garrido, C. «Modificaciones substanciales en la traducción de artículos de tema científico-técnico de la Encyclopædia Britannica: implicaciones para la didáctica y la crítica de la traducción científico-técnica». Hermēneus. Revista de Traducción e Interpretación, n.º 12 (2010), p. 1-18.

Garrido Gallardo, M. A. «Investigación científica y lengua española». Nueva Revista de política, cultura y arte de la Universidad Internacional de La Rioja, n.º 74 (marzo 2001). [consulta: 25 de enero de 2018].

Ies Castellet. «Lengua castellana de 2.º Bachillerato: Los textos científicos y técnicos». Curso 2010-2011. [consulta: 23 de enero de 2018].

Lindsay, D. Scientific Writing = Thinking in Words. Collingwood: CSIRO Publications, 2011. 122 p.

Martínez de Sousa, J. Diccionario de ortografía técnica. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1999. 419 p. (Biblioteca del Libro; 16).

Martínez de Sousa, J. Diccionario de redacción y estilo. Tercera edición. Madrid: Ediciones Pirámide, 2007. 491 p.

Panter, M. «In Your Own Words: Best Practices for Avoiding Plagiarism». AJE Best Practices Series. [consulta: 22 de enero de 2018].

Reimerink, A. «Sciscribe: una aplicación de software para redactar y traducir artículos de investigación». Panace@, vol. viii, n.º 25 (primer semestre 2007), p. 51-59.

Reyes B., H. «El plagio en publicaciones científicas». Revista Médica de Chile, vol. 137, n.º 1 (enero 2009), p. 7-9. También disponible en línea [consulta: 23 de enero de 2018].

Rodríguez, L.; Vessuri, H. M. C. «La industria de la publicación científica: Transformaciones recientes de la propiedad intelectual en el campo de las revistas científicas electrónicas». Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales [Caracas], vol. cxxxvii, n.º 1 (abril 2007), p. 91-115.  También disponible en línea [consulta: 23 de enero de 2018].

Rogers, S. M. Mastering Scientific and Medical Writing: A self-help Guide. Berlin Heidelberg: Springer-Verlag; 2007. 146 p.

Romero-Torres, M.; Acosta-Moreno, L. A.; Tejada-Gómez, M. A. «Ranking de revistas científicas en Latinoamérica mediante el índice h: estudio de caso Colombia». Revista Española de Documentación Científica, vol. xxxvi, n.º 1 (marzo 2013). También disponible en línea [consulta: 23 de enero de 2018].

Ryan, R. «Paratraduction, les aléas du report». Revue Traduire [Paris], n.º 228 (juin 2013), p. 49-61.

Saldaña, E. «Científicos con sensibilidad lingüística: escribanos sin derecho a borrón». Panace@, vol. ix, n.º 28 (segundo semestre 2008), p. 212-213.

VV. AA. El español, lengua para la ciencia y la tecnología. Presente y perspectivas de futuro. Instituto Cervantes. Madrid: Santillana, 2009. 136 p


1 Por si os interesa, en este enlace se recopilan distintas herramientas informáticas disponibles para detectar el plagio. [consulta: 22 de enero de 2018].

Mar Fernández
María del Mar Fernández Núñez
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Madrileña de nacimiento, Mar Fernández Núñez es bióloga especialista en medio ambiente, agronomía, oceanografía y pesquerías. Gran apasionada del mar, comenzó como investigadora del Ifremer francés primero y del Instituto Español de Oceanografía en Canarias después. Muchas campañas oceanográficas después, cambió de rumbo para navegar entre palabras. Desde 1999 es traductora independiente y colabora con investigadores que quieren publicar sus artículos de investigación en revistas especializadas. Socia de Asetrad, SFT y MET, actualmente compagina la traducción con la enseñanza del español en París, donde reside. Titulada del máster de Periodismo y Comunicación Científica de la UNED, ha entrado en el mundo de la divulgación científica con su proyecto «Neurobaraja» para el Instituto Cajal. En sus ratos libres le encanta crear, transformar cosas, nadar, montar en bici y caminar por cualquier entorno natural.

María del Mar Fernández Núñez
María del Mar Fernández Núñez
Madrileña de nacimiento, Mar Fernández Núñez es bióloga especialista en medio ambiente, agronomía, oceanografía y pesquerías. Gran apasionada del mar, comenzó como investigadora del Ifremer francés primero y del Instituto Español de Oceanografía en Canarias después. Muchas campañas oceanográficas después, cambió de rumbo para navegar entre palabras. Desde 1999 es traductora independiente y colabora con investigadores que quieren publicar sus artículos de investigación en revistas especializadas. Socia de Asetrad, SFT y MET, actualmente compagina la traducción con la enseñanza del español en París, donde reside. Titulada del máster de Periodismo y Comunicación Científica de la UNED, ha entrado en el mundo de la divulgación científica con su proyecto «Neurobaraja» para el Instituto Cajal. En sus ratos libres le encanta crear, transformar cosas, nadar, montar en bici y caminar por cualquier entorno natural.

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