25 abril 2024
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Vuelta a las aulas

Normalmente, el desarrollo de una carrera profesional empieza con unos años de estudio, generalmente entre cuatro y seis, tras los cuales se obtiene «un papel», se celebra el fin de los exámenes, se cierra una etapa y se ingresa en la profesión como signo del paso a la edad adulta. No es diferente el caso de los traductores. Sin embargo, corre la voz de que algunos compañeros vuelven a las aulas ya «mayores», sin necesidad de papelito alguno, para emprender de nuevo la aventura de una enseñanza reglada. Por el mero placer de estudiar, que en realidad es uno de los mayores placeres que procura el oficio de traducir. Algunos de esos valientes nos hablarán aquí de sus motivaciones, sus objetivos, sus satisfacciones y sus dificultades, nos contarán cómo se han metido en este lío y cómo les va.

María Bercianos

María Bercianos

Ejerzo como traductora de francés e inglés a español desde hace 14 años. Desde que empecé, fui orientando mi carrera profesional hacia el mundo de la traducción jurídica, que ahora es mi especialidad principal. También traduzco textos de comunicación y marketing.

Un año después de acabar la carrera, compatibilicé la especialidad de Interpretación con un máster en Derecho y Negocio Marítimo. Me decanté por esa formación porque el derecho me gustaba mucho y no había muchos traductores especializados en esa rama en concreto. Es más, la mayoría de las veces son los propios profesionales del sector los que traducen los documentos de esta especialidad (de hecho, conocí a un par de abogados que también eran traductores jurados de inglés). El caso es que, durante ese año, me di cuenta de que había empezado la casa por el tejado: si mi objetivo era especializarme en traducción jurídica, debía empezar por el principio, ir de lo general a lo específico.

Por más que me resistiera, si quería ser una buena traductora jurídica, era necesario conocer, como mínimo, la base, estructura y organización del derecho.

Sin embargo, aún tardé unos años en decidirme a cursar el grado en Derecho a distancia. Entre tanto, me fui a la ESIT a cursar una formación de seis meses (DU Interprète Judiciaire), al término de la cual me matriculé, por fin, en Derecho. ¿Por qué? Porque ambos cursos me ayudaron a darme cuenta de que todavía me faltaba mucho por saber y que, por más que me resistiera, si quería ser una buena traductora jurídica, era necesario conocer, como mínimo, la base, estructura y organización del derecho, para poder entender la lógica de los distintos documentos jurídicos. En el plano personal, soy una persona que necesita cierta disciplina para estudiar, y el haberme matriculado en un grado, con el correspondiente desembolso de dinero, me obliga a hacerlo.

Obviamente, compatibilizar trabajo y estudio no siempre es sencillo. Sin embargo, tengo la «suerte» de ser autónoma, una condición en la que la organización y priorización son imprescindibles, pero en la que al mismo tiempo disfrutamos de cierta flexibilidad. Además, en mi universidad publican por lo general el calendario de los temas y actividades de cada asignatura al inicio del cuatrimestre, con lo que puedo tener una idea general de cuándo debo estudiar y entregar los ejercicios, y adaptar mi calendario de trabajo. En todo caso, si hay conflicto del uso del tiempo, me decanto por lo que en ese momento tenga más peso: el trabajo (si es un proyecto de un buen cliente, interesante, bien pagado) o los estudios (si estoy dando un uso inmediato a lo que estoy aprendiendo en ese momento o me penaliza de cara a los exámenes o a superar una asignatura).

Elegí este camino porque, a pesar de ser más largo, me siento más segura: tengo a mi disposición a profesionales del derecho a los que puedo plantear dudas y, además, aprendo a pensar como uno de esos profesionales, de tal modo que luego puedo entender mejor la lógica subyacente de un texto jurídico. En este tiempo me he tomado mis descansos también cuando los he necesitado, porque no se puede estar todo el rato pensando en trabajar y estudiar. Asimismo, he cursado asignaturas que para mí han sido una tortura, que no tenían cabida alguna en mi plan profesional, pero de las que he aprendido nociones básicas de nuestro sistema, por ejemplo.

No me arrepiento de la decisión que tomé. Desde que empecé a estudiar, he sido consciente del cambio cualitativo que he dado como traductora jurídica. Ahora abordo el texto desde una óptica completamente distinta: soy capaz de hacerme las preguntas adecuadas y detectar qué términos van a plantear un problema de traducción y por qué, de establecer una estrategia de traducción adaptada al texto y a los requisitos del proyecto en cuestión, y de reproducir con más fidelidad y seguridad su contenido. Lo cual no significa que no dude. Dudo mucho más que antes, pero eso también me lleva a adoptar la solución más adecuada o correcta, según sea el caso. Asimismo, gracias a esta decisión he podido trabajar con clientes mejores y más serios, y también he aprendido a rechazar proyectos porque las condiciones no se ajustaban a las necesidades del texto (y no, nada tiene que ver con una tarifa baja).

Es una decisión que conlleva una fuerte inversión de tiempo y dinero, por lo que, antes de tomarla, creo que es necesario tener claro nuestro objetivo y los pasos que vamos a dar para su consecución.

En todo caso, es una decisión que conlleva una fuerte inversión de tiempo y dinero, por lo que, antes de tomarla, creo que es necesario tener claro nuestro objetivo y los pasos que vamos a dar para su consecución, a sabiendas de que siempre va a surgir algún contratiempo en el camino. En definitiva: creo que lo primero que hay que preguntarse es por qué nos estamos planteando volver a estudiar y, en función de la respuesta, actuar en consecuencia.


Sergio España

Sergio España

Soy traductor (FR-ES), docente e investigador. Me he dedicado a la traducción jurídica durante diez años. A partir de 2010, mi carrera se orientó hacia la traducción museística.

Recientemente he acabado el máster en Arte, Museos y Patrimonio Histórico de la Universidad Pablo de Olavide.

Veinte años después de acabar mis estudios de traducción he cursado un máster de historia del arte. En concreto, terminé la licenciatura en Traducción e Interpretación en la Universidad de Granada en el curso 1999-2000 y recientemente he acabado el máster en Arte, Museos y Patrimonio Histórico de la Universidad Pablo de Olavide.

Llevo traduciendo desde que acabé la licenciatura: al principio y ahora, compaginándolo con otros empleos; en medio, unos doce años, exclusivamente como traductor autónomo. Enseguida me matriculé en un par de asignaturas de Filosofía por la UNED. Me gustó lo de estudiar a mi ritmo, pero no seguí. Después, ya trabajando a tiempo completo como traductor, fui a por la licenciatura de Derecho. Me matriculé en la UNED durante un par de cursos en varias asignaturas, pero decidí dejarlo: me estaba costando demasiado esfuerzo y a ese ritmo se iba a eternizar. Entendí que la formación reglada a distancia no iba con mi vida de autónomo. Desde entonces, todo fue autoformación, pero seguía teniendo claro que me quedaba corto en conocimientos jurídicos.

Luego se produjo un giro en mi carrera profesional, en parte derivado de la decisión de no empezar un grado en Derecho y, por tanto, de ir abandonando la traducción jurídica. En 2013 entré en un equipo que ganó la licitación de un gran museo francés. Era un contrato de cuatro años. Poco después, además, empecé a hacer sustituciones como profesor de traducción en la universidad. Así me salí poco a poco de la traducción jurídica y entré de lleno en la museística. Ya había hecho todo el proceso mental respecto a los estudios, tenía claro que debía, por una parte, aprender más y, por otra, conseguir un título. Ese era mi plan para no volver jamás a la franja de tarifas bajas del mercado. Ahora, con un buen cliente y bien posicionado, era el momento de invertir tiempo en nuevos estudios.

La parte administrativa no fue fácil. La licenciatura en Traducción no es una titulación preferente para el máster que cursé (un sinsentido), así que durante un par de años lo intenté, pero me quedé fuera. Al fin, conseguí entrar en el curso 2017-2018. Aunque he tardado dos años largos en hacer un máster de un año, ha sido, sin duda, la mejor decisión profesional que he tomado en el último lustro.

Elegí estos estudios, por supuesto, porque necesitaba saber más, pero también porque sabía que cuando se acabara ese gran contrato saldría reforzado si, además de la experiencia profesional acumulada, conseguía sumar un título académico complementario al mío.

Hice el máster por aprender, por completar mi perfil y, también, porque necesitaba hacer algo diferente en lo personal, cambiar la dinámica trabajo-casa-ocio.

Para la formación autodidacta hay que ser muy disciplinado, y yo no lo soy: solo trabajo bien bajo presión. El mismo libro de museología que antes se me caía de las manos en el sofá entre cabezada y cabezada, ahora había que leerlo subrayando, sentado en la mesa, hasta terminarlo. Hacía años que no tomaba café por la noche. Fue agotador.

Hice el máster por aprender, por completar mi perfil y, también, porque necesitaba hacer algo diferente en lo personal, cambiar la dinámica trabajo-casa-ocio. El máster resultó ser una joya de la universidad pública, con un profesorado diverso que conjugaba experiencia profesional y nivel académico. Estar encerrado durante ocho horas en una clase de treinta personas con alguien que comparte la sabiduría adquirida durante equis años de carrera no tiene precio.

Ha sido un reto arduo, en especial los tres meses de clases intensivas: dos trabajos, la familia, las amistades, la militancia, la vida, todo más o menos desatendido, y además los estudios. Fueron meses intensos, con un objetivo claro, sin lugar para la duda. Estaba deseando que se acabara y, a la vez, no quería que terminara nunca.

Lo mejor: he aprendido a investigar. El TFM, la antigua tesina, ha sido un viaje apasionante que no había previsto. Y duro. Le he dedicado un año entero, he aprendido muchísimo, he leído libros y artículos sobre temas muy generales y muy específicos. Esa curiosidad innata del traductor es una bomba cuando la combinas con la investigación científica. Todo vale. Todas tus lecturas anteriores te sirven para ir enfocando en lo que estás estudiando. Y un día descubres que has leído casi todo lo que se ha escrito en varios idiomas sobre un tema muy concreto y que te apasiona. Es maravilloso. Ahora me documento mucho mejor y, por tanto, siento que traduzco mejor.

La vuelta a las aulas es, a fin de cuentas, uno de los mejores regalos que uno se pueda hacer a sí mismo.

Si estás pensando en volver a las aulas, estúdialo bien y elige el momento. Analiza bien las asignaturas, el profesorado, la carga lectiva. Prepárate. Habla con gente de promociones anteriores. Contacta con el profesorado. Libérate de compromisos y obligaciones. Avisa a tus clientes. Ahorra. Y luego, adelante, no lo dudes. La vuelta a las aulas es, a fin de cuentas, uno de los mejores regalos que uno se pueda hacer a sí mismo.

Biblioteca pública Guilford

Isabel García Cutillas

Isabel García Cutillas

Me licencié en Traducción e Interpretación por la Universidad de Alicante (con Premio Extraordinario de Licenciatura) en 2006. Desde ese mismo año soy socia de Asetrad y trabajo como traductora autónoma de alemán, inglés y catalán a español especializada en textos técnicos, financieros, cosmética y arte.

Fue en el instituto donde tuve mi primer contacto «serio» con la historia del arte, porque era una de las asignaturas específicas de mi bachillerato.

Fue en el instituto donde tuve mi primer contacto «serio» con la historia del arte, porque era una de las asignaturas específicas de mi bachillerato, el de Humanidades. Siempre me habían gustado e interesado el arte, los museos, el turismo cultural, pero no fue hasta entonces, en la antesala de la universidad, cuando me metí de lleno en la materia y me enamoré perdidamente de ella. Y ese amor pervivió a pesar de que, a la hora de escoger una carrera, me decanté por los idiomas y la traducción, que eran mi ojito derecho y supuse que me depararían un futuro profesional con más oportunidades.

Hace unos años, después de casi una década en el mercado laboral y fuera de las aulas, decidí que era el momento de volver a ellas —al menos de forma virtual— para reencontrarme con mi amor de juventud. Di el paso y me matriculé en Historia del Arte en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), la única opción posible dado que en mi lugar de residencia no hay ninguna universidad presencial que imparta esos estudios. Además, la formación a distancia tiene una enorme ventaja: es flexible y facilita mucho la ardua tarea de compaginar la vida académica con la vida profesional y personal, algo que exige disciplina, organización, optimización del tiempo y establecimiento de prioridades. A veces no es posible llegar a todo y, si no quieres acabar sobrepasado, debes tener muy claro cuáles son tus objetivos y qué tiene más peso en cada momento: el trabajo, los estudios o el tiempo de ocio y familiar. Encontrar el equilibrio entre esos tres pilares no es fácil y no siempre se consigue, pero esas limitaciones forman parte del juego de trabajar, estudiar y vivir a la vez, y asumirlas con naturalidad es fundamental para evitar las frustraciones y los desencantos.

Puede parecer absurdo que alguien se complique voluntariamente la vida con más trabajo, esfuerzo y obligaciones por el mero placer de aprender, pero así es el amor, ciego e irracional.

Puede parecer absurdo que alguien se complique voluntariamente la vida con más trabajo, esfuerzo y obligaciones por el mero placer de aprender, pero así es el amor, ciego e irracional. Bien podría haber optado por la formación autodidacta, pero yo buscaba un camino más desafiante, que me exigiese más compromiso que leer libros por mi cuenta y que me permitiese profundizar en la historia del arte de una manera estructurada y reglada, con un temario sistemáticamente organizado y con el apoyo y la evaluación de un profesor. Quizá no llegue nunca a terminar la carrera, pero no me importa ni me preocupa; mi única motivación para enzarzarme en esta aventura es el interés personal en la materia y el disfrute que me produce su estudio. De hecho, prefiero cursar muy pocas asignaturas a la vez para poder dedicarles tiempo, cocinarlas a fuego lento y saborearlas sin prisas. Lógicamente, la formación reglada también supone una ventaja a la hora de traducir textos especializados sobre el tema y de presentarte como experto ante los clientes, pero el provecho económico o el desarrollo profesional son para mí beneficios secundarios, un bonus complementario del esfuerzo académico. Puede decirse que, en todos los sentidos, estudio esta carrera por amor al arte.

Con cada asignatura superada, el sentimiento de satisfacción, de haber superado el reto, de haber aprendido y disfrutado aprendiendo, lo compensa todo.

Mentiría si dijera que nunca me flaquean las fuerzas y que nunca me pregunto por qué me metí en este berenjenal donde no tenía ninguna necesidad de meterme, pero con cada asignatura superada, el sentimiento de satisfacción, de haber superado el reto, de haber aprendido y disfrutado aprendiendo, lo compensa todo. A cualquiera que tenga esa misma inquietud solo puedo decirle que no espere más para lanzarse a la piscina.

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