20 abril 2024
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El traductor audiovisual y de videojuegos

¿En qué sentido se ha notado la crisis en la traducción audiovisual y de videojuegos? ¿Qué vías me ofrecen más garantías a la hora de captar clientes? No tengo experiencia y quiero entrar en el mercado, ¿cómo lo hago? ¿Qué ventajas reporta formar parte de una plantilla antes de establecerme por mi cuenta? ¿Qué tarifas debo aplicar para no devaluar la profesión? ¿Qué debo esperar de la prueba de traducción que me envíe un cliente potencial? ¿Me especializo en un campo o diversifico mi trabajo?¿Tanta importancia tiene el testing en el sector de los videojuegos? ¿Qué resulta más interesante desde el punto de vista económico, la traducción de una película o la de un videojuego?

A partir de la experiencia laboral adquirida durante estos últimos 12 años, procuraré dar respuesta a estas y otras preguntas para hacernos una idea de la evolución que está experimentando el mercado para aprovechar cualquier oportunidad que nos pueda brindar. Quisiera empezar lanzando una pregunta: ¿se ha notado la crisis en el sector de la traducción? Respuesta: sí. Y mucho. Pero, curiosamente, no por falta de trabajo, que sigue habiendo (y me atrevería a asegurar que igual o más que antes), sino porque las agencias intermediarias la han afrontado del modo más radical y sencillo: reduciendo las tarifas que nos pagan. Lo que cabría preguntarse es si ellas también han visto reducidas las suyas ante los clientes finales.

¿Y por qué afirmo que ahora tal vez haya más volumen de trabajo? Me refiero concretamente al campo audiovisual y del videojuego. Cuando empecé a traducir subtítulos, allá por el año 2000, acababa de estallar el boom del dvd. Todas las distribuidoras se afanaban en reeditar su catálogo en este formato. Imaginemos las posibilidades de un título cualquiera, ya sea película, serie, documental, ópera…: no solo había que subtitular el guión en sí; sino que este venía acompañado de cuantioso material extra, como los comentarios de los protagonistas, del director o del productor, las escenas eliminadas, las pifias, entrevistas a los encargados del vestuario, de las escenas peligrosas y un largo etcétera. El volumen de trabajo era, sencillamente, gigantesco.

Una década después, el mercado del dvd sigue estando presente, aunque muchísimo más limitado. No viene al caso explicar las causas, aunque todos las conocemos… Pero por un mercado que decae, otro surge. Ahora, el boom ha estallado en el mundo del videojuego. Una auténtica locura: en cualquier establecimiento nos encontramos un catálogo de videojuegos más amplio que de títulos en dvd. No es de extrañar que el sector del videojuego mueva y genere más dinero que las industrias del celuloide y de la música juntas. En total, acapara el 55 % del pastel audiovisual.

No nos podemos olvidar de la llegada de la tdt. Ya podemos ver casi cualquier programa de televisión en versión original. Y la gran mayoría se emite con sus correspondientes subtítulos. Desconozco si estos subtítulos ya vienen dados por las distribuidoras o si bien las cadenas de televisión son las encargadas de suministrarlos. En cualquier caso, valdría la pena plantearse la posibilidad de que se demanden subtituladores. Para ello, basta con consultar la página web de las distintas cadenas, que están aumentando vertiginosamente en número, y averiguar si tal es el caso.

Maneras de buscar clientes potenciales hay muchas. Gracias a Dios, no es como algunos años atrás. En la actualidad, resulta tan sencillo como escribir en cualquier buscador de Internet, por ejemplo:«empresa traducción videojuegos» o «traducción audiovisual» y en 0,20 segundos aparecen cientos de resultados relevantes, incluso listados de agencias especializadas en estos campos.

Otras vías para captar clientes: las listas de distribución, las asociaciones o los directorios de traductores. Translator-Jobs, Aquarius.net, ProZ.com, Translators Cafe, LinkedIn, por citar algunos ejemplos. Personalmente, no confío mucho en este sistema. Tampoco abogo por descartarlo por completo, ojo. Solo tengo la sensación de que cada vez que se oferta un trabajo se lo dan al mejor postor, es decir, a quien cobra menos, a quien sale más barato para la empresa en cuestión. ¿Nadie se preocupa por la calidad del resultado final? ¿La empresa sabe acaso si ha elegido al profesional apropiado para el proyecto? Por el contrario, estas instituciones o agrupaciones me parecen interesantísimas para plantear dudas, resolver consultas, no solo en aspectos lingüísticos, sino también laborales, por qué no. En una palabra: para estar al día y en contacto con los compañeros de la profesión. En este sentido, aconsejo la lista de distribución por antonomasia para traductores audiovisuales: trag.

Por un mercado que decae,
otro surge

Pero, en honor a la verdad, un procedimiento más habitual y eficaz de lo que creemos a la hora de buscar o encontrar trabajo es el boca a boca. Si trabajamos bien, si cumplimos los plazos, si somos profesionales, seguro que nos hacemos notar y nos recomiendan. Se asemeja mucho al dicho «De una boda sale otra» trasladado al mundo de la traducción: «De un proyecto sale otro». No han sido pocas las ocasiones en que una empresa se ha puesto en contacto conmigo porque un compañero de profesión me había recomendado (los llamados «proyectos rebote»). Pero mucho ojo, porque como toda arma, tiene doble filo. Si no quedan satisfechos con nuestro trabajo, es muy probable que dejen de contar con nosotros para el futuro, hecho que también he sufrido personalmente.

He comentado que ante la crisis, las empresas —la mayoría— han decidido bajar
considerablemente las tarifas. No puedo hablar de todas y cada una de ellas, es obvio, pero os puedo comentar mi caso particular. He «perdido» bastantes clientes en los últimos dos años por no aceptar su reducción de tarifas, que, en algunos casos, llegaba hasta el 50 %. No me ha importado en demasía. Está en la naturaleza de nuestra profesión el ir perdiendo clientes, bien porque ya no nos resultan rentables, bien porque somos nosotros quienes no les resultamos rentables a ellos. Por eso, dentro de nuestro tiempo de trabajo, debemos dedicar cualquier hueco que tengamos a la continua «busca y captura» de nuevas empresas.

Y es que este es un mundo muy curioso. Al menos yo he ido perdiendo poder adquisitivo con el paso de los años. El sector de la traducción es, como poco, singular por dos motivos: primero, porque son las empresas o agencias las encargadas de fijar las tarifas; y segundo, y como consecuencia de lo primero, porque siempre tienden a la baja, nunca al alza. De locos. Es como si se nos estropea la lavadora y llamamos al técnico para que venga a arreglarla. ¿Somos nosotros quienes decidimos lo que queremos pagar?

Si a eso le sumamos que siempre, por desgracia, hay alguien dispuesto a hacerlo
por menos del precio de mercado, blanco y en botella: cada año ingresaremos menos por realizar el mismo trabajo. En el año 2000, las tarifas de traducción se movían por los 4,35 €/minuto de metraje y los 80-90 €/1000 palabras. Diez años después, rondan los 2,5 €/minuto y los 60 €/1000 palabras. Ciertas empresas ofrecen 50 €/1000 palabras, o incluso menos, lo cual considero un insulto para esta profesión. La tarifa mínima —teniendo siempre en cuenta para quién trabajamos, claro está— no debe ser inferior a los 3 €/minuto y los 60 €/1000 palabras. Por debajo de ahí, prefiero dedicarme a otra cosa para pagar las facturas. Por otro lado, no quiero juzgar a nadie que acepta una tarifa irrisoria. Cada cual tiene sus motivos: unos ansiamos traducir ese primer videojuego o esa primera película que nos permita meter el pie en esto; otros necesitamos desesperadamente el dinero. Motivos no faltan. Lo que sí sé es que al aceptar unas tarifas por debajo del mínimo nos estamos devaluando a nosotros mismos y a nuestro trabajo, además de enviar una señal inequívoca: o bien no tenemos experiencia y sabemos que la calidad final no va a ser aceptable, o bien nos sobra experiencia, pero vamos a entregar un resultado final no acorde con nuestros estándares, pues tenemos que trabajar más rápido para generar la misma cantidad de dinero que con unas tarifas más altas. Y no falla: bajan las tarifas y automáticamente la calidad se resiente.

Al aceptar unas tarifas por debajo del mínimo, nos estamos devaluando a nosotros mismos y a nuestro trabajoAlgunos argumentarán: «¿Qué hacemos entonces para adquirir experiencia? Si no bajamos las tarifas, nunca trabajaremos, y si no trabajamos, nunca adquiriremos experiencia. Trabajarán siempre los mismos». La pescadilla que se muerde la cola. Un consejo por experiencia: no acabemos la carrera o el máster e intentemos establecernos de traductores autónomos. Es una locura. Recomiendo trabajar antes en plantilla, pues nos reportará una serie de beneficios impagables:

  • Primero: sabremos de primera mano cómo está el sector, qué tarifas se pagan y se cobran (a los autónomos, a las agencias intermediarias, a los clientes finales…).
  • Segundo: viviremos el proceso de traducción desde dentro, lo que nos dará una visión global del complejo círculo que empieza desde que los ingenieros extraen el texto que se debe traducir hasta que vuelven a integrarlo todo en el idioma de llegada.
  • Tercero: ¿quién nos dice si hemos entregado un producto de calidad? La mayoría de las empresas no revisan el trabajo que les llega de sus traductores autónomos. Supone un gasto extra. Volvemos a lo mismo: la calidad se resiente. Como parte de una plantilla más extensa, revisarán nuestro trabajo y aprenderemos de nuestros errores.
  • Cuarto: conseguiremos contactos y conoceremos en persona a otros compañeros de profesión que, a su vez, sabrán cómo trabajamos y podrán recomendarnos en el futuro, cuando ellos también se establezcan por su cuenta.
  • En definitiva, adquiriremos esos conocimientos imprescindibles para dar el salto, pues la gran mayoría de empresas exigen entre dos y cinco años de experiencia en el sector para aceptar solicitudes de traductores autónomos.

Sinceramente, embarcarse en la aventura de establecerse por cuenta propia sin contar con cierto bagaje me parece, cuanto menos, arriesgado, no solo desde el punto de vista económico, sino también pensando en la calidad final. Busquemos trabajo en alguna agencia o empresa de traducción. Y, ya que estamos, si puede ser en un país anglófono, mejor que mejor. De hecho, resulta más sencillo trabajar en el extranjero que en España. Además, estará mejor remunerado. En mi opinión, para ser buen traductor audiovisual o de videojuegos —y en general, un buen profesional, ¿para qué especificar un sector?— resulta imprescindible haberse «empapado» de la cultura anglosajona. Estados Unidos es un buen país, con muchísimas empresas de traducción, incluso de desarrollo y publicación de videojuegos. O el Reino Unido, donde encontramos otras tantas.

En cualquier caso, ya sea para trabajar en plantilla o en régimen de autónomos, una vez hayamos logrado contactar con la empresa y esta se haya interesado por nuestro currículo, casi con toda seguridad nos pedirán que realicemos una prueba de traducción, que no suele superar las 400 palabras.

© Llorenç Serrahima

En el sector de los videojuegos, la prueba tiene todos los visos de constar de tres
partes: una más creativa, con fragmentos de varios géneros (carreras, guerra, deportes, rol, rpg, estrategia, combate…); otra de terminología específica de las distintas plataformas: Microsoft, Sony y Nintendo (si nos decantamos por la traducción de videojuegos, lo primero que necesitamos son los glosarios oficiales más recientes de estos tres gigantes); y una tercera más oscura y compleja de interpretar extraída del software, es decir, de las opciones en pantalla, fuera de contexto y con infinidad de códigos de programación que no deben tocarse. Y, por si fuera poco, con restricciones de longitud. ¿Cómo encajamos «Defaults», que suele traducirse como «Valores predeterminados» en menos de diez caracteres, por ejemplo? Por otro lado, es el pan nuestro de cada día, pues nos veremos obligados a sortear este obstáculo en todos los proyectos que acometamos, ya que el espacio para las opciones de menú, los botones, etc. es muy limitado.

En el sector audiovisual, bien para subtítulos, bien para doblaje, la historia cambia.
Comento las pruebas que he realizado yo para las distintas empresas de subtitulación, pues carezco de experiencia en el campo del doblaje. La prueba constará de un par de fragmentos de sendas películas, con algún que otro giro, algún que otro juego de palabras y alguna referencia cultural. A ver cómo lo toreamos. Por otro lado, debemos adaptar la longitud del subtítulo al espacio de tiempo que aparece en pantalla para que podamos leerlo sin problemas. Es decir, debemos ser todo lo precisos y concisos que podamos. Hay que ir al grano. De ser viable, quizá nos pidan que nos desplacemos a sus oficinas para editar la prueba con el programa de subtitulación del que disponga la empresa. No podemos descartar tampoco que nos hagan revisar algún fragmento ya traducido de un par de minutos, donde se habrán insertado a propósito una serie de errores (faltas ortográficas, de estilo, de puntuación, de formato, de incoherencia o de interpretación).

Para ser buen traductor, hay
que cuidar, en primer lugar,
el castellano

En cualquier caso, y sea cual sea el carácter de la empresa, me gustaría dar unos cuantos consejos. Pero quisiera hacerlo desde el punto de vista del que corrige las pruebas. En mi etapa como traductor de plantilla en Inglaterra tuve que revisar bastantes. ¿Qué impresión damos si en menos de 400 palabras cometemos una o dos faltas ortográficas o tipográficas, dejamos dobles espacios, hacemos un mal uso de las mayúsculas, tenemos errores de puntuación…? Para ser buen traductor hay que cuidar, en primer lugar, el castellano. La prueba es la llave que nos abre la puerta de la empresa. Pongamos los cinco sentidos y más en ella. Se supone que la hemos trabajado durante varios días, que hemos puesto todo nuestro empeño, que la entregamos con un grado de calidad que para nosotros resulta insuperable. Un consejo: a ser posible, que otra persona le eche un vistazo. Cuatro ojos ven más que dos. Siempre hay algo que se escapa, algo que se puede mejorar, el matiz perfecto.

Repito: las pruebas no son fragmentos al azar. Suelen contener juegos de palabras, giros, expresiones y referencias culturales. En estos casos, hay que hacer gala de imaginación y de creatividad por encima de todo. No nos limitemos a utilizar una traducción literal, porque nos restará puntos. Otro detalle: «Si algo suena raro, seguro que está mal». Si una expresión o frase no nos cuadra, hay un 99 % de probabilidades de que no esté bien traducida. Recuerdo una prueba con un fragmento de 101 dálmatas. Se describía la melena de Cruella de Vil como «two-tone hair» y alguien lo tradujo como «pelo de dos toneladas». Obviamente, el cabello no le pesaba dos toneladas, porque eso no hay cuello que lo aguante, sino que tenía dos colores o tonos, mitad blanco, mitad negro.

Tiempo atrás, todos los artículos que leía acerca de la especialización aconsejaban no limitarse a un campo en concreto, ya que, como hemos visto, el mercado fluctúa mucho. Yo mismo empecé en localización de software, después disfruté de varios años magníficos en el sector audiovisual y ahora traduzco muchos menos subtítulos, pero por el contrario, se me ha abierto el mercado del videojuego.

Las empresas recelan de los profesionales que «se venden» como especializados en muchos campos

En la actualidad, todo lo que leo tiende a sugerir lo contrario: los traductores debemos especializarnos en un campo en concreto para destacar sobre el resto. Se piensa, además, que las empresas recelan de los profesionales que «se venden» como especializados en muchos campos.

Y no les falta razón. Porque no exige el mismo talento traducir un programa informático que una novela, un artículo médico que un informe financiero. Pero al mismo tiempo, considero que todos los campos no tienen por qué estar reñidos entre sí. En mi caso, por ejemplo, me gusta la informática, los videojuegos y me apasiona el cine. No veo por qué no voy a estar capacitado en estas tres ramificaciones de una misma profesión. Y si me apuráis, también en la traducción de marketing. Creo que tengo bastante imaginación y podría ponerla al servicio de este tipo de proyectos. De hecho, lo hago. Lo que quiero decir es que no debemos cerrarnos puertas nosotros mismos. Somos nosotros quienes conocemos nuestras limitaciones. A mí, por ejemplo, jamás se me ocurriría aceptar una traducción literaria, jurídica, científica ni financiera, simplemente porque me conozco y sé que mi trabajo dejaría bastante que desear, por muy bien pagado que estuviera.

Casi para terminar, quería mencionar un par de detalles sobre la traducción de videojuegos. De entrada, atrae a todo el mundo. Lógico: nos imaginamos todo el santo día jugando con la videoconsola. Un lujazo. Pero no es oro todo lo que reluce. Traducir un videojuego requiere muchísimo más esfuerzo de lo que parece. Primero, mental e imaginativo, porque aún no está montado y no tenemos una base contextual con la que trabajar (es decir, no nos enviarán un cd para jugar, tan solo recibiremos archivos de Word o Excel, donde el contexto suele brillar por su ausencia); y segundo, físico, pues las fechas de entrega suelen ser bastante ajustadas durante meses, lo cual obliga a que las jornadas sean larguísimas.

En un videojuego distinguimos tres bloques principales: los diálogos, ya sean para
doblaje o para subtítulos; el manual, que suele ser pequeño; y el texto que se ve en
pantalla, el denominado software (las opciones, los botones, las descripciones, los menús, etc.). Esta es la parte más abstracta, ya que se nos presenta fuera de contexto y salpicada de códigos de programación que no se pueden ni se deben modificar. Ahí entra en juego, y nunca mejor dicho, nuestra pericia y conocimientos en este campo. Hay que tener muchas tablas para saber interpretar los códigos de programación y hacernos una composición mental de cómo aparecerá ese texto en pantalla. Y eso se consigue jugando mucho y variado, es decir, a todos los géneros, y teniendo ciertas nociones de informática. Dependiendo del proyecto, los diálogos también pueden darnos más de un quebradero de cabeza, pues a veces se nos proporciona un guión desordenado donde no sabemos quién habla con quién o quiénes, con lo cual, resulta muy fácil meter la pata en el uso del tuteo, en el registro o en el número de interlocutores, por ejemplo.

Debido a su complejidad y a la falta de contexto que he mencionado, cuando el juego está totalmente traducido y montado hace falta realizar una última comprobación en la etapa denominada testing, que consiste en «pasarse» el juego de principio a fin para detectar errores de cualquier índole. Sin estas pruebas, que suelen durar meses para los ingenieros y un par de semanas o tres para los traductores, la calidad se resentiría demasiado. Un botón: la opción «Hard» en un juego de carreras puede resultar una auténtica pesadilla, pues durante la traducción no se sabe si se refiere a la dificultad (difícil), al tipo de neumáticos (duros) o a la configuración de cualquier otro reglaje del coche. De hecho, en una de las versiones de F1 he encontrado lo siguiente en un menú: Neumáticos > Difícil. ¿Culpa del traductor? Solo en parte, pues son estos los errores que deben detectarse y corregirse en la etapa del testing, donde también deben acortarse las cadenas de texto demasiado largas que aparezcan incompletas por falta de espacio. Porque ese es otro requisito imprescindible: la concisión. Las restricciones de caracteres suelen aparecen en el software, donde lógicamente, tenemos un espacio limitado para los menús, las opciones y los botones. Pero, a veces, y dependiendo del proyecto, no es descabellado que nos enfrentemos a cierta restricción en los diálogos, que viene dada si los personajes tienen sincronización labial o si hay un límite de tiempo para cada archivo de sonido. Ahí sí que tenemos que hacer gala de imaginación, precisión y concisión, pues tenemos que captar el mensaje en inglés con el mismo número de caracteres, algo complicado pues por norma, la traducción suele ser un 20 % más larga que el original.

Quiero hacer un inciso sobre el testing. Aunque lo ideal sería que se encargase esta tarea a la persona que lo ha traducido, por desgracia, en la mayoría de los casos, se contrata a otra persona ajena al proyecto y que, por ende, desconoce las decisiones que ha ido tomando el traductor a lo largo del proceso, con todo el riesgo que eso conlleva. Pero bueno, debemos también confiar en el buen juicio de los probadores. Hoy en día, existe bastante demanda. Para quienes estén interesados, los requisitos que suelen pedir las empresas desarrolladoras y distribuidoras son pasión por los videojuegos y unos conocimientos mínimos de inglés y de informática.

Otro reto al que nos enfrentamos es la variedad de temáticas. No es lo mismo traducir un juego de carreras que un juego de guerra, de fútbol o de rol. Esta característica la comparte este sector con el audiovisual, ya que cada proyecto nos exige de manera distinta. Hoy nos pueden encargar una película de época y mañana mismo una de dibujos animados, una teleserie o una película de abogados y juicios. En resumen: debemos tener la capacidad suficiente para saber adaptar el registro en cada proyecto.

Imaginemos ahora que nos ofrecen dos proyectos a la par: una película de mucho renombre, que está a punto de estrenarse y que estará en boca de todos, por ejemplo, la segunda parte de Avatar; y un videojuego que no tendrá ninguna repercusión y que pasará sin pena ni gloria por el mercado. ¿Con cuál quedarse? Tengamos en cuenta que la película nos reportará cuatro, cinco, seis días de trabajo, mientras que con el juego, tendremos asegurados dos o tres meses de trabajo. Para hacernos una idea, una película con mucho diálogo tiene como máximo 15.000 palabras. Un videojuego puede tener perfectamente, entre 70.000 y 80.000 palabras de diálogos, entre 20.000 y 30.000 de software y 4000 de manual. Conclusión: un videojuego nos garantiza más trabajo. Siempre he considerado cualquier juego como la mezcla de una película (por sus diálogos), un libro (por el manual, salvando la infinita distancia, claro, que nadie se eche las manos a la cabeza) y un programa informático (por el software).

Como conclusión, me gustaría resumir las ideas que he procurado transmitir a partir de mi experiencia profesional y personal, aunque esto no quiere decir que sean válidas para todo el mundo ni que todo el mundo esté de acuerdo con ellas.

Nuestra carta de presentación ante las empresas es la prueba de traducción que nos envían. No nos la tomemos a la ligera, considerémosla el proyecto más importante de nuestra vida.

A ser posible, trabajemos en plantilla antes de lanzarnos de cabeza a una piscina que no sabemos si encontraremos llena, medio llena o vacía. Si además, la empresa está en un país anglófono, éxito asegurado.

No abarquemos todos los campos ni todos los idiomas, porque eso es imposible, pero tampoco nos encasillemos en un solo sector. Considero que los buenos traductores son perfectamente capaces de abarcar varios campos relacionados. Nosotros nos marcamos el límite.

Listas de empresas de traducción hay muchísimas en Internet, pero recordemos que un proyecto bien realizado nos puede garantizar otro, y por el contrario, un proyecto mal gestionado, nos puede cerrar muchas puertas. El boca a boca está a la orden del día.

No cobremos una miseria por el simple hecho de meter el pie y empezar a traducir. A la larga, ese mismo pie se convertirá en una zancadilla para nosotros y para nuestros compañeros de profesión. Tampoco esperemos hacernos ricos. Aún no conozco a un traductor con un Porsche en la puerta… pero este trabajo da para vivir desahogadamente.

Y por último, tengamos la certeza de que, si nos apasiona este camino y somos responsables y profesionales, sin duda prosperaremos y nos haremos con una cartera de clientes bastante interesante. Eso sí, tengamos paciencia y trabajemos mucho. A lo largo del camino iremos perdiendo clientes, a otros los descartaremos nosotros, pero también iremos ganando otros con los que sí valga la pena trabajar. Debemos aspirar a colaborar con empresas que valoren nuestro esfuerzo, en todos los sentidos.

Muchas gracias.

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