18 abril 2024
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Cursos y cursillos: quién los imparte

Ustedes me perdonen el exabrupto, pero aprovecho que hoy tenía en mi buzón nada menos que cinco mensajes ofreciendo cursos y másteres para profesionales de la traducción, para dar rienda suelta a un pensamiento que me ronda desde hace tiempo.

A mí me gustaría que cuando se anuncian cursos el anuncio dijera quién lo imparte y qué méritos tiene esa persona para impartirlo. Es decir: un curso titulado Esencia de la traducibilidad en la traducción de traducciones traducidas (es un poner) puede ser interesantísimo y llenarme de emoción, pero si en la convocatoria solo me dicen que lo imparte el departamento de Traductología de la Universidad de Medina del Campo (es otro poner), pues no sé si el curso ese vale los mil euritos (tercer poner) que me piden por él y por el certificado de asistencia.

Yo comprendo que al estudiante que vaya a buscar créditos le importe tres pimientos quién imparta el curso y qué se diga en él, con tal de que el precio no sea excesivo y el curso no le coincida con las vacaciones playeras. Pero cada vez leo más información sobre cursos «profesionales» en los que no se cita a ningún profesor, o másteres en los que se menciona a un equipo de profesorado sin establecer qué asignatura concreta va a dar cada uno y qué méritos tiene cada persona para impartir lo suyo.

Porque esa es otra: puede que al asistente al máster Internacionalidad de traduccionazas y traduccioncillas le impresione mucho saber que una de las profesoras sea una tal Gúdula O’Brian, de la Universidad de Wichita (si la traen de tan lejos, buena tiene que ser, aventura el aspirante a alumno), pero yo me sigo preguntando, en el caso de personajes desconocidos, si los méritos de esa persona para impartir cursos están en una capacidad real o en una envidiable habilidad para montarse un tingladillo a base de amiguetes y ganarse las alubias dando cursitos por esos mundos de Dios.

En otros casos, los personajes no son desconocidos, y ahí me tiemblan las carnes más aún: «¿Que Fulano de tal está dando un curso de corrección de estilo? ¡Cielos!», exclamo. Precisamente, los mensajes de ese tipo me los saltaba yo en las listas de correo porque tiene una sintaxis imposible, un estilo notorio por su ausencia y una pícara tendencia a las faltas de ortografía. Y resulta que está dando cursos de corrección. Y resulta que lo contratan para darlos. Y resulta que hay quien paga para asistir a ellos. O tempora, o mores.

Con frecuencia me encuentro también a gente metida a impartir cursos de cosas de las que no tiene ni la más repajolera idea. Zutanita de cual, antigua compañera mía de facultad de Filología, está apalancada en la universidad (mientras otros nos íbamos a ganarnos las lentejas al extranjero y aprendíamos el oficio en el mundo real, los más espabilados se quedaron en casa haciendo la tesis; por eso estoy escribiendo esto con la cara verde de envidia, pardiez). Da clases en Traducción. Ahora incluso imparte un curso de traducción técnica del alemán. Pero vamos a ver: ¿cuándo se ha visto una traducción bien hecha de Zutanita, por no hablar ya de una «técnica»? ¿Habrá aprendido a hacerlo en estos últimos años, por ciencia infusa, en su despacho de la facultad? Porque, desde luego, cuando estudiábamos, no sabía, y no me consta que en ningún momento se haya dedicado profesionalmente a la traducción. Y sigo elucubrando y llego a la pregunta del millón: ¿cómo rayos se atreve esta persona a ofrecer un curso práctico para profesionales de la traducción cuando ella no lo es ni ha tenido jamás ninguna aproximación práctica a la profesión?

Si yo me decido a hacer un curso de traducción, lo primero que miro es quién lo imparte. Me atrevo a decir, incluso, que el tema del curso es secundario. Para mí, si un médico y traductor especializado con muchos años de probada experiencia y calidad traductoril y docente imparte un curso, el curso es bueno, sea de lo que sea. Si una filóloga, experta traductora en temas de economía y profesora universitaria de traducción imparte un curso, ídem. Si un traductor especializado en cuestiones técnicas e informáticas y profesor universitario da una clase, la clase es buena. Afortunadamente, hay bastantes profesionales que saben y enseñan lo que saben.

Pero lamentablemente también hay montones de personas con escasa competencia profesional (había escrito advenedizos, pero téngaseme en cuenta que me he contenido y lo he borrado) que, gracias a sus contactos, se dedican a impartir cursos, conferencias, clases magistrales y seminarios. Permitidme, compañeros de profesión, posibles alumnos de cursos y cursillos, que os incite a la sana duda: cuando penséis en matricularos en un máster o en un curso de traducción, corrección o interpretación, preguntad quién lo imparte, y qué méritos tiene esa persona para dar esa clase. Os invito a que meditéis sobre si estará capacitada para enseñaros lo que dice que os va a enseñar. Es vuestro derecho buscar garantía de calidad: cuando a uno le piden un pastón tremendo por un jamón, también se cerciora de que sea de pata negra.

Además, hacer buenos cursos con buenos profesores no solo repercutirá en vuestro beneficio porque aprenderéis más, sino porque los que os evalúen profesionalmente sabrán que habéis aprendido. A mí no me impresiona en absoluto el título de Máster en Traducción Chachi de la Universidad de donde sea que con tan razonable orgullo (para eso lo han pagado) incluyen en su currículo algunos jóvenes colegas. Para mí, los títulos deberían poner alumno aventajado del buen profesor tal y tal. Eso sí que serviría de alguna garantía. Eso sí que sería una perla curricular.

Busquemos, pues la calidad. ¿Debería un traductor ya establecido asistir a cursos, seminarios, másteres, jornadas, conferencias, talleres y otros programas de aprendizaje? Creo que la respuesta es «sí». Es positivo tomarse la vida profesional como una continuación de nuestra formación universitaria. Aprendamos mientras trabajamos y especialicémonos. Seamos estudiantes de por vida: ampliemos constantemente nuestros conocimientos, asistamos a esos cursos que necesitamos. Pero aprendamos a discernir y no aceptemos cualquier cosa. No financiemos a cursilleros vividores y cuentistas que quieran darnos gato por liebre. Preguntemos quién es quién y en qué conocimientos se respalda. Busquemos una formación especializada seria, impartida por buenos profesores que sepan de qué hablan y que nos enseñen a ser aún mejores en nuestra profesión.

María Barbero
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María Barbero es germanista, traductora técnica y científica desde 1986, miembro del Consejo Editorial de La Linterna del Traductor y del Consejo Editorial de Panace@. Aficionada a la novela negra islandesa, tanto dura (Indriðason) como blanda (Sigurðardóttir), y a algunos escandinavos indispensables, como Adler Olsen, Sjöwall/Wahlöö, Mankell o Lars Kepler. Tampoco le hace ascos al género policiaco español ni al noir culinario de Camilleri.

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María Barbero es germanista, traductora técnica y científica desde 1986, miembro del Consejo Editorial de La Linterna del Traductor y del Consejo Editorial de Panace@. Aficionada a la novela negra islandesa, tanto dura (Indriðason) como blanda (Sigurðardóttir), y a algunos escandinavos indispensables, como Adler Olsen, Sjöwall/Wahlöö, Mankell o Lars Kepler. Tampoco le hace ascos al género policiaco español ni al noir culinario de Camilleri.

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