Esta sección pretende ser un divertimento sobre el acto de traducir y las reflexiones que nos hacemos cuando trabajamos. En cierto modo, es un homenaje a la profesión. No sé si será de utilidad, pero la próxima vez que algún cliente os pregunte por qué queréis cobrar tanto, al menos podréis explicarle con pruebas que el asunto tiene miga.
En esta ocasión, he elegido dos párrafos totalmente distintos: uno pertenece a un cuento, y el otro, muy coloquial y con abundantes conceptos franceses, me lo ha preparado Marion Perrard.
Lo que voy a hacer es explicar cómo abordaría yo estas traducciones. Huelga decir que no busco la traducción perfecta, porque eso no existe.
Il était une fois une princesse si belle qu’elle provoqua la colère et la jalousie de Vénus, déesse de la beauté. Pour éliminer cette rivale malgré elle, Vénus demanda à son fils Cupidon, le dieu de l’amour, de la marier à un monstre. Mais au premier regard qu’il porta sur Psyché, Cupidon tomba amoureux d’elle…
Si no sabes francés, no te preocupes; los artículos para esta sección tienen en cuenta ese pequeño inconveniente, por lo que te recomiendo que sigas leyendo: mi idea es que puedan resultar amenos aunque no se conozca el idioma. Voy a intentar partir, siempre que pueda, de una traducción literal (espero que algo mejor que la de un programa de traducción, porque, por mal que quiera hacerlo, tengo más opciones de decisión que un programa; hasta puedo hacer trampas y forzar una mala traducción a propósito para sacar mejor partido a su comentario). Por lo tanto, partiremos de esta aproximación:
Había una vez una princesa tan bella que provocó la cólera y la envidia de Venus, diosa de la belleza. Para eliminar a esta rival a su pesar, Venus pidió a su hijo Cupido, el dios del amor, casarla con un monstruo. Pero a la primera mirada que posó sobre Psique, Cupido cayó enamorado de ella…
Esto podría pasar por una traducción real, pero pretendo demostrar que revisar el texto mejora mucho el resultado final. Vamos a ello. A diferencia del texto que veremos después, este se presta bastante a la castellanización, así que la idea es que no parezca una traducción, sino un texto originalmente redactado en español. El principio básico: cuantas menos palabras, mejor.
Dos o tres cosas saltan a la vista casi de inmediato. La primera es que la fórmula Il était une fois corresponde a la castellana Érase una vez, que no resulta conveniente traducir de otra manera, porque se trata del principio de un cuento. La segunda es que, aunque un infinitivo pueda ser objeto directo en algunas ocasiones, aquí el cambio de sujeto exige una forma verbal personal en la subordinada (es decir, que es preciso decir que la casara o que la desposara). Por otra parte, en español, no se posan las miradas, sino los ojos, así que podríamos optar por en cuanto la vio o por la primera vez que le puso los ojos encima… Me parece detectar, además, que se me ha ido un barbarismo en el tramo final: en español, la gente no «cae enamorada» de nadie, sino que «se enamora». Puede uno, incluso, «rendirse a los encantos de alguien» o «quedar prendado», pero lo encuentro demasiado cursi. Digamos sencillamente que «se enamoró».
Sigamos refinando nuestra traducción. En el texto, hay dos aposiciones para referirse a Venus y a Cupido. Aunque la advocación tradicional de ambos era la de dioses del amor, el redactor ha elegido —con toda probabilidad para evitar la repetición— referirse a Venus como diosa de la belleza. Tiene sentido, porque, puestos a elegir, es mejor reservar el amor para Cupido. Y sin embargo, hasta cierto punto estas explicaciones son innecesarias, porque se trata de dos dioses muy conocidos para cualquiera que tenga un poco de cultura general. Si fuera necesario, y dado que el texto se dirige a personas relativamente cultivadas, podríamos prescindir de las explicaciones o alterarlas. Por ejemplo, podríamos hablar de «Venus, la más bella de las diosas», sin que el contenido se resintiera un ápice.
En cualquier caso, lo cierto es que Venus no tenía motivos para sentir envidia de Psique, porque como mínimo era igual de guapa que ella. El cuento de Psique, que se puede leer en El asno de oro de Apuleyo, recuerda mucho —y no solo en este punto, pero el resto no hace al caso— a otro también muy antiguo, el de Blancanieves: una bellísima madrastra (aquí una futurible suegra, permítaseme el palabro) no tolera que una mujer más joven, y encima de inferior rango, le haga sombra («espejito, espejito mágico…»). Por lo tanto, será mejor hablar de celos que de envidia. Me permito, además, cambiar cólera por ira, porque no me gusta pegarme al texto original si puedo evitarlo.
Vamos a ver cómo avanza nuestra traducción con estos cambios:
Érase una vez una princesa tan bella que provocó la ira y los celos de Venus, diosa de la belleza. Para eliminar a esta rival a su pesar, Venus pidió a su hijo Cupido, el dios del amor, que la desposara con un monstruo. Pero en cuanto vio a Psique, Cupido se enamoró de ella…
Vamos a cambiar también, para evitar la repetición de lexemas, bella por hermosa, que en este contexto parece mejor palabra que guapa.
Tres cosas siguen sin gustarme: ese eliminar, que recuerda al liquidar de las películas del Oeste, y que a este texto le pega como a un santo tres pistolas; ese provocar, que implica una voluntad de molestar que aquí no existe, y ese a su pesar perfectamente ambiguo que podría referirse a Venus o a Psique. A falta de poder consultar con el redactor, tendremos que interpretar: ¿es más probable que Venus se sintiera pesarosa de que una mortal fuera rival para su belleza, o que a Psique le apesadumbrara ser la rival involuntaria de alguien tan poderoso, con los problemas que ello podría traerle? Nada impide pensar que la mejor opción sea la segunda, pero yo voy a elegir la primera. Es un capricho.
Me suena mal la aliteración esta molesta y no quiero volver a usar tan porque acabo de hacerlo en la frase anterior, así que lo cambio por esa molesta rival. Altero, además, la posición de los puntos suspensivos, para realzar el ritmo de la frase.
Mi texto definitivo sería:
Érase una vez una princesa tan hermosa que despertó la ira y los celos de Venus, diosa de la belleza. Para deshacerse de esa molesta rival, Venus pidió a su hijo Cupido, dios del amor, que la desposara con un monstruo… Pero en cuanto vio a Psique, Cupido se enamoró de ella.
Comparad con la primera versión, e incluso con la segunda, y veréis la importancia de una buena revisión personal para el aspecto final de una traducción.
Pasemos ahora a nuestro segundo texto, el que nos propone Marion:
Table du dimanche.
Le dimanche on chôme, donc je ne cuisine jamais. C’est un jour de casse-croûte, fi des couverts et des manières ! Place au terroir, gloire à nos campagnes !
Je ne déroge pas à la règle : un coup de pif ou de vin, selon le respect qu’on lui octroie ce jour-là et tartines aux rillettes ou à la rillette selon l’expression de mes invités. Mais tout cela n’aurait aucune saveur sans l’accompagnement d’un pot de cornichons, attention, Amora sinon rien.
En este párrafo, alguien que, al parecer, asume normalmente la obligación de cocinar habla en primera persona del descanso que se toma los domingos. Voy a dar por supuesto que se trata de una persona joven, porque no menciona la presencia de niños, y sí la de unos invitados que se prestan a comer unos pepinillos en vinagre y unas rebanadas de pan untadas con un producto regional del que hablaremos luego. Ciertamente, el concepto de comida rápida, o fría, en Francia puede no ser el nuestro.
El tono es muy distendido. Hay presencia de argot, de modo que, sin caer en la vulgaridad, vamos a intentar movernos en el registro coloquial. El texto requiere cierto grado de conocimiento de las costumbres francesas, aunque ninguna palabra debería darnos problemas, salvo quizás fi, y con toda certeza, pif, que no aparece en ningún diccionario de uso general con el significado que aquí tiene (‘vino’).
Al igual que en España, en Francia se asignan propiedades intuitivas a la nariz. Tener olfato es sinónimo de ser intuitivo («Ya me lo olía yo…», «Me da en la nariz que…», «Ten cuidado, ese asunto apesta…», etcétera). Ellos van incluso un poco más allá, porque no calculan a «ojímetro», sino a «pifomètre» (es decir, a «napiómetro»). En otras palabras, en primera instancia, pif viene a ser ‘napias’ y, tal vez por los efectos que produce el vino sobre la nariz, en un algún momento se produjo en el habla popular la identificación de pive, que a su vez procede de pivois, con pif, para referirse al vino de mala calidad. Un pivois es un vino peleón, un gros rouge qui tâche. Por lo tanto, vamos a tener que encontrar un sinónimo vulgar de vino, y tintorro podría valernos. También podríamos jugar con la contraposición entre un chato o una copa de vino.
A su vez, fi es una interjección que significa ‘¡puag!’ y uno de los formantes de la expresión faire fi de, que significa ‘desdeñar’. El Petit Robert, que no está en línea, nos ofrece este ejemplo de uso: «Il a fait fi de mes conseils». Yo creo que aquí hay un en faisant fi de elidido, y, dado el tono, lo voy a traducir como pasamos de. Este texto no plantea problemas de estilo, sino de transposición. Sobre todo, porque algunos de los productos son estrictamente franceses, y hay que decidir si describimos en buen español una situación en Francia o hacemos eso que en jerga de trujamanes hemos dado en llamar localizar, es decir, lo trasladamos por completo a una casa española.
A mi parecer, no habría mayor problema para hacer lo segundo, si no fuera por esta frase: «Place au terroir, gloire à nos campagnes !», de la que hablaremos luego. Seguro que Amora Maille vende ya sus pepinillos en España, y el propio diccionario de WordReference traduce rilletes como chicharrones finos, cuando se trata en realidad de un paté que, como otras exquisitas recetas típicas francesas igual de «ligeras», puede producir una arteriosclerosis con solo rozar el plato donde está. Claro que, mientras que yo aquí os puedo explicar esto o remitiros al enlace que haga falta, en una traducción solo cabría una de esas famosas N. del T., que cada día están peor vistas.
Vamos a dar una traducción, pero dejando en francés la frase en negrita, que comentaré después:
La comida de los domingos.
Los domingos descansamos, así que nunca cocino. Nos apañamos con tentempiés, y pasamos de cubiertos y de protocolos. Place au terroir, gloire à nos campagnes !
Me atengo a las normas: un poco de tintorro o de vino [o: «un chato o una copa de vino»], según el respeto que me merezca ese día, y rebanadas de pan con rillettes o con rillette, como dicen algunos de mis invitados [se entiende, me explica Marion, que según la procedencia de cada uno]…
Pero todo esto no sabría a nada sin la compañía de un tarro de pepinillos… ¡Y en ese punto, ojo: o Amora, o nada!
Como decía antes, si traducimos rillettes por chicharrones, esta situación podría imaginarse sin ningún problema en una casa española. Sin embargo, ese «Place au terroir, gloire à nos campagnes !» es tan patriótico que, aunque sea una humorada, a mí me resulta imposible de imaginar en boca de una «maruja» española. Me la imagino diciendo: «¡Vivan los congelados!», «¡Bendita sea la madre del tío que inventó el fiambre!» o «¡Vamos a abrirnos unas latas!», pero no: «¡Adelante nuestros productos regionales, gloria a nuestros campos!», que viene a ser más o menos, traduciendo bastante libremente terroir, lo que dice el texto.
Dejo a criterio de cada uno el toque final.
Beatriz Pérez Alonso
Beatriz Pérez Alonso es licenciada en Filología Clásica por la UCM y traductora de francés. Está especializada en comercio, turismo e industria, y ha traducido una gran cantidad de documentación relacionada con monumentos. Cursó estudios de doctorado en los programas de Lingüística Indoeuropea Antigua y Mitos y Religiones de Grecia y Asia Menor. Se ha dedicado en exclusiva a la traducción desde hace unos quince años, con un pequeño intervalo como docente en la Universidad Comillas-ICADE de Madrid.