A veces olvidamos de dónde venimos, de lo poco natural que es estar sentado todo el día, del desgaste que padecen el cuerpo y la mente. Nuestra profesión es exigente, tanto física como intelectualmente. No es ningún secreto. Cada uno va descubriendo con el tiempo qué le viene mejor para desconectar y poner los contadores a cero. En nuestro caso, necesitamos amplitud de horizontes, clorofila, agua, cielo, tierra, polvo, niebla, viento y sol1.
Mucho se ha escrito, dolor mediante, de las incontables horas que pasamos en posición cuasi estática. Con el tiempo, hemos tomado conciencia de muchas partes del cuerpo que creíamos solo dibujadas en los mapas anatómicos. Para evitar el temido apoltronamiento y los efectos secundarios asociados, existen tantas opciones de distensión como profesionales lingüísticos en el ramo.
Más que senderismo, que es como se conoce esta práctica, es una pulsión vital.
La nuestra consiste simplemente en calzarse unas buenas botas, llenar la mochila de viandas y echar a caminar. Más que senderismo, que es como se conoce esta práctica, es una pulsión vital. Es el contrapunto al estatismo, el punto de fuga donde convergen la aparición de molestias y la necesidad de repararlas. Y es que no hay nada menos pomposo y más natural que buscar un camino y recorrerlo a pie.
Durante más de dos décadas, respiramos el perfume salobre y suave del Mediterráneo. Desde hace unos años, masticamos un aire más virulento e indomable. Esa melodía indómita suena en Aragón, aunque podría escucharse en cualquier rincón del mundo. Aquí, las montañas adquieren una dimensión tangible y dejan de ser meros decorados en el paisaje.
Los Pirineos al norte, Gúdar y Javalambre al sur, el Moncayo al oeste y los Puertos de Beceite al este. Un gran cinturón de montañas que circunvala las grandes planicies esteparias y continentales que ocupan el centro de este territorio. Una auténtica panoplia de picos, valles, collados y caminos por descubrir y disfrutar.
Es bien sabido que nuestro trabajo es tan apasionante como absorbente. Lo abstracto forma parte de nuestra rutina diaria y las palabras revolotean alrededor de las sienes como aves agitadas en primavera. Nuestra labor es pura artesanía cerebral. En nuestro afán por descifrar mensajes, nos desciframos a nosotros mismos, pero a veces nos atoramos en ese laberinto idiomático.
Nuestra labor es pura artesanía cerebral, pero a veces nos atoramos en ese laberinto idiomático.
Para desligarnos de ese universo amplio, etéreo e inabarcable, nos zambullimos en un universo más concreto, palpable y audible. Hemos conseguido aprender que las montañas son más que unas líneas que configuran el paisaje y definen los horizontes. Pero ni siquiera bajo el sol punzante de principios de verano o el gélido guantazo del invierno alpino, hemos podido desvincularnos plenamente de nuestra profesión. Ya nos ha moldeado como personas.
Nos hemos sorprendido pronunciando palabras que no nos pertenecen por nacimiento, que se han colado discretamente en nuestro fardo expresivo, que han enriquecido, al fin y al cabo, nuestra capacidad para comunicarnos. Si vamos a conquistar un terreno pendiente, hablamos de «pueyos» en lugar de altozanos o cabezos. Las «gleras» son esos barrancos pedregosos de cauces menguados, de marcada influencia mediterránea.
El aragonés se ha filtrado en nuestro vocabulario con la tenacidad de un pequeño arroyo de montaña.
Cuando caminamos por umbrías orientadas al norte transitamos por «pacos», del latín opacum, un vocablo que expresa con sutileza la escasa influencia del sol en ese recodo de la montaña. O cuando nos solazamos a orillas de un «ibón», lo hacemos acodados a un lago de montaña de origen glaciar. Así, el aragonés se ha filtrado en nuestro vocabulario con la tenacidad de un pequeño arroyo de montaña.
Algunas palabras aragonesas relacionadas con el medio natural para saciar la curiosidad del lector:
– ababol: amapola
– artica: pequeño campo improvisado entre la maleza
– badina: remanso, charca de agua
– caxicar: robledal
– craba: cabra
– fabar: hayedo
– glera: barranco pedregoso
– gorga: remolino de agua
– güella: oveja
– ibón: lago de montaña
– liena: ladera desprovista de vegetación
– mallata: majada
– onso: oso
– paco: umbría
– pueyo: altozano, cerro
– ralla: estrato rocoso muy prominente
– ripa: ladera escarpada
– tremoncillo: tomillo
El universo se concreta y se comprime hasta convertirse en algo tangible.
Por otra parte, viajar al este de la comunidad es como transitar por cañadas limpias y serenas. Olivos y almendros jalonan un paisaje conocido, querido y asimilado. Los niños juegan en la calle con la despreocupación que les otorga un cielo benevolente. Todos en esas montañas perfumadas de pino se expresan en una suerte de lenguaje que ellos aún llaman con indolencia «xapurriau», pero que no es más que un bello y sonoro catalán. Y es un placer inmenso hablar en su lengua vernácula, que también es la nuestra, la de nuestros padres y la de nuestros abuelos. El universo se concreta y se comprime hasta convertirse en algo tangible.
Mientras que los horizontes en las urbes son borrosos e inestables, los confines en los pueblos son expeditos y ponderables. Como el sujeto y el predicado, el paisaje no se puede deslindar de las gentes que lo habitan. Es el gran disparate de nuestra sociedad. Campo y ciudad conjugan verbos diferentes y construyen oraciones con una sintaxis profundamente distante. Se ha articulado una retórica identitaria, tan vacua como estéril.
Miguel Torga dijo que «lo universal es lo local sin paredes» y ese es el cuento que nos aplicamos en cada una de nuestras incursiones por el territorio de montaña. Aprendemos de cada paso, como se aprende de cada traducción entregada. Los procesos de traducir y caminar son profundamente complementarios y casi gemelares. Las palabras generan contextos como los propios pasos hilvanan el camino.
Con la mirada despierta, caminar es una constante apertura de ventanas. Leer el paisaje de montaña supone interpretar los diferentes pisos forestales, mirar al cielo para reconocer sus señales de calma o de amenaza, observar y reconocer fauna y flora a través del sentido de la vista y del oído, transcribir el lenguaje de los estratos rocosos que pisas y descodificar las huellas humanas ancestrales que han modelado su fisonomía.
Ahora, desde Japón, se impone una tendencia bautizada como «baños de bosque», un hábito de nuevo cuño que quiere aplicarse a personas con trastornos psicológicos de toda índole.
Ahora, desde Japón, se impone una tendencia bautizada como «baños de bosque», un hábito de nuevo cuño que quiere aplicarse a personas con trastornos psicológicos de toda índole. La prisa, la inmediatez y la competitividad exacerbadas han llevado a algunos médicos a contemplar esta receta tan barata como profiláctica para con sus pacientes. Los que recurrimos asiduamente a esta terapia, mucho antes de que el sistema sanitario previera su integración, tan solo podemos certificar su validez.
Cada vez somos más conscientes de que caminar por la montaña no es solo el modo perfecto de desentumecer los músculos dormidos por el trabajo, de realizar un trabajo físico exigente para mantener el organismo en funcionamiento, sino un auténtico ejercicio mental que agrieta el tedio y despierta la curiosidad, ese motor silencioso que nos conduce por caminos inexplorados, que nos vuelve más niños y, por tanto, más felices.
1 «Polvo, niebla, viento y sol» forma parte del estribillo de la canción «Aragón» de José Antonio Labordeta publicada en 1991 en el álbum Tú y yo y los demás.
Nathalie Fernández Cubas y Raimundo Rizo Sánchez
Nathalie y Raimundo: Traductores del inglés y francés al español. Montañeros fuera del despacho. Nos gusta comunicar y pellizcar con las palabras. Amantes de las cosas que cuestan muy poco, pero que valen mucho. Si tenéis curiosidad por conocer nuestras andanzas, tenemos un blog: Caminar por caminar.