Tres autores contemporáneos comparten la distinción de aparecer en la lista de «Los mejores relatos breves de Norteamérica» y «Los mejores poetas de Norteamérica»: Lydia Davis, Stuart Dybek y Alice Fulton. Lydia Davis muestra una maestría singular en el arte del relato breve. Desapasionada, pero obsesiva, sus narraciones siguen una línea lógica que desemboca en la sorpresa, pero siempre con un manejo del ritmo que ella misma reconoce como esencial, dada su pasión por la música.
El desafío de traducir a Lydia Davis no radica en la complejidad léxica, sino en la minuciosidad y la sencillez aparente de sus historias, en mantener el ritmo minucioso, la sorpresa y el tono involuntariamente humorístico, según sus palabras, en el relato sutil de las minúsculas tragedias de la vida cotidiana.
A raíz de mi trabajo de posgrado en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, pude indagar en la experiencia de uno de sus traductores al español, Víctor Úbeda, autor de Samuel Johnson está indignado (Emecé Editores, 2004).
Con más de treinta títulos traducidos en su haber, Víctor Úbeda Fernández fue el primer traductor de Lydia Davis al español, en el año 2004, concretamente para Emecé Editores. Su experiencia queda reflejada en la entrevista. También ha trabajado para Antoni Bosch, editorial independiente especializada en economía, ciencia y música, así como para Duomo, Turner y otros pequeños sellos editoriales. Es también el traductor del escritor inglés David Mitchell, nominado en dos ocasiones para el Man Booker Prize, de quien ha traducido Escritos fantasmas (2005), El bosque del cisne negro (2013), Mil otoños (2015) y El atlas de las nubes (2016), obra que fue llevada al cine en el 2012.
¿En qué circunstancias efectuaste ese trabajo?
Hace más de diez años que traduje Samuel Johnson is indignant. Si mal no recuerdo, era el tercer o cuarto texto literario que traducía. Como traductor literario yo estaba en mantillas: aprendiendo a marchas forzadas. Mis traducciones anteriores habían sido una novela de Henry James, una novela de una escritora sinoestadounidense llamada L. S. Chang, y creo que también un cuento largo de David Mitchell. Lo de James puede sonar imponente, pero sabes que esa maraña de subordinadas largas y esa sintaxis florida se prestan muy bien al castellano. El estilo de Chang era más adocenado y contemporáneo, pero sin especiales dificultades más allá de las oraciones telegráficas que parecen ser de rigor en los aspirantes a bestseller de hoy en día. Con eso quiero decir que nada me había preparado para la prosa de Lydia Davis, mucho más atrevida, poética, musical y, por tanto, complicada de verter con fidelidad a nuestro idioma.
¿Cómo te documentaste para la traducción?
No recuerdo una labor especial de documentación. Me limité a leer otros libros suyos.
¿Tuviste la ocasión de consultar a la autora directa o indirectamente, a través de alguna otra fuente, como su editora?
Crucé algunos e-mails con Lydia Davis para consultar algunas dudas. Recuerdo que fue muy paciente, sobre todo en relación a un detalle menor que yo no terminaba de captar; pero ella se esmeró en aclarármelo. También recuerdo que, de todos los autores con los que he tratado a este nivel, Lydia Davis era la más preocupada por mi labor y la más puntillosa en precisar todos los detalles y avisarme de posibles matices. Saltaba a la vista su experiencia traductora.
¿Habías leído alguna de sus obras o Samuel Johnson fue la primera que leíste? ¿Qué impresión te causó?
No conocía a Lydia Davis. Me gustaron mucho algunos de sus cuentos, como In a Northern Country, o piezas tan visuales como Mercenario Mir. O los humorísticos, como Carta a una funeraria. Los textos más breves, esa especie de aforismos ocurrentes de aire entre humorístico y paradójico, o las miniaturas despojadas y elípticas a las que debe bastante de su fama, ya me interesan menos.
Me imagino que la principal dificultad en la traducción de una autora como Lydia es la de reproducir el ritmo, la musicalidad, que es uno de los temas que más le preocupa, esa musicalidad que estalla en la mente del lector, como la poesía, y apunta en distintas direcciones. Un ejemplo de ello sería A Mown Lawn, en que Lydia reduce las palabras a sonidos, con los que crea otros, como un juego de Oulipo. ¿Cómo resolviste esa dificultad?
Pues te diré que la dificultad de A Mown Lawn, tras consultar con la editora, la resolvimos a la tremenda con la sutilidad de una cortacésped: no se tradujo ni se incluyó en la versión final del libro. Decidimos, creo que con tino, que la traducción era imposible y que cualquier tentativa de crear algo análogo resultaría en algo tan alejado del original, supondría a tal punto una obra de creación y no de versión, que no tenía sentido incluirlo en un libro firmado por Lydia Davis.
Su última obra, Can’t and Won’t, empezando por el mismo título, tiene dificultades similares. Hay un relato en el que se habla de los sonidos que hacen los objetos de una casa, The Language of Things in the House, como si esos objetos hablaran, se comunicaran subliminalmente con nosotros. ¿Cómo afrontar ese desafío: optar por las formas o por los contenidos, si es que hay que elegir entre ambos?
No conozco ese caso particular y no sé si es tan peliagudo como el de A Mown Lawn. Pero me atrevo a afirmar que, en la obra de Lydia Davis, tarde o temprano es inevitable la elección entre forma y contenido, o cuando menos la transacción, con pérdidas y renuncias (¡casi salomónicas!) entre una y otro. En el caso de Lydia Davis, el dilema a mi juicio es el siguiente: si uno renuncia a la forma en pro del contenido, se arriesga a un resultado insípido. Pienso en una versión de A Mown Lawn purgada de juegos verbales… ¿Se sostendría? Por otro lado, si se prescinde del contenido en aras de una libertad que nos permita encontrar equivalentes formales castellanos a los retruécanos y calambures del original, el resultado podrá ser ingenioso/poético/musical, etc., pero difícilmente cabría atribuírselo a Lydia Davis. Hay obras literarias que, en un momento dado, por mor de la coherencia de la trama, el efecto del conjunto, etc., justifican y hasta exigen un acto radicalmente inventor por parte del traductor. Al traducir la novela Cloud Atlas, de David Mitchell, me tocó acuñar el léxico de un idioma ficticio, una especie de mezcla entre el Jabberwocky de Alicia, el capítulo 68 de Rayuela y la lengua de los pitufos. Solo que en ese caso el papel de las invenciones era estrictamente funcional: aderezaban la trama, pero no eran el quid del relato (o al menos no necesariamente). En algunas creaciones de Lydia Davis, en cambio, entiendo que la creación verbal sí ocupa un lugar mucho más principal, cuando no directamente central. Así que una pregunta que yo me haría ante un texto de estas características formales es: ¿el contenido de esta pieza se sostiene de suyo; está a la altura de la categoría de la autora? ¿O, por el contrario, la calidad del texto depende por completo del continente? Todo lo anterior con la reserva, insisto, de que el caso que tengo en mente es tan extremo como A Mown Lawn; tal vez, en otros casos, sí sea viable un término medio entre las exigencias de la forma y la lealtad al contenido.
¿Qué influencias ves en Lydia, además de las que se han indicado en algunos trabajos, como Leiris, Proust, Beckett o Joyce? ¿Qué autores americanos pueden considerarse como sus antecesores? ¿Crees que el caso de Lydia, en cuanto escritora experimental y alejada de las principales corrientes, es un caso excepcional en Norteamérica?
Fíjate que yo nunca habría pensado en Proust o Joyce como influencias. Beckett, sí. A mí Lydia Davis me recuerda más a autores centroeuropeos como Robert Walser, o incluso, en cuentos como el que cité antes, In a Northern Country, a Kafka. O mejor dicho, a la versión austeriana de Kafka, aquello que Paul Auster trataba de hacer al comienzo de su carrera. Aunque Auster no es un escritor de mi gusto, y además no sé si será políticamente correcto aludir precisamente a esta influencia. Me temo que no soy capaz de nombrar ninguna posible influencia americana; no sé gran cosa de literatura estadounidense de vanguardia, más allá de los típicos (Barthelme, Gaddis, Pynchon). Los escritores americanos que más me gustan son novelistas como Bellow o Robert Stone, muy alejados del estilo y los planteamientos de Lydia Davis. No sé si habrá más paisanos de Lydia Davis que cultiven ese estilo tan personal. Desde luego no son muy célebres. Ni condicen con el concepto clásico que le viene a uno a la mente al pensar en «cuentista norteamericano». Siento no ser de ayuda en este apartado.
¿Crees que la lectura de Lydia está destinada solamente a un público intelectual o vanguardista?
Creo que, desde luego, no es una autora para todos los públicos. Ni siquiera para un público de aficionados genéricos a la lectura. O dicho de otro modo: el lector medio se perderá muchos guiños metaliterarios y subtextos. Me parece que los textos de Lydia Davis presuponen un lector más bien perito en literaturas. Recuerdo, por ejemplo, esa especie de biografía de Marie Curie que se incluye en Samuel Johnson is indignant. El lenguaje del original es muy extraño, chirriante de hecho. La gracia estriba en que está escrito en el inglés típico de las malas traducciones del francés. En lo que se conoce como «French translatese». Yo diría que, a más de un lector, se le escaparía este chiste tan, digamos, «académico» o letraherido.
¿Con qué autor/a español/a podría compararse?
Aquí también me has pillado. ¿Hay literatos españoles en esta línea? ¿Cuentistas tan peculiares? ¿Tan ajenos a las convenciones narrativas como Lydia Davis? No caigo en ninguno.
¿Cuál ha sido tu experiencia como traductor de Lydia Davis? ¿Crees que es una autora con la que se aprende a escribir y a traducir o crees que eso pasa con todos los autores que traduces?
Con todos los autores se aprende, aunque soy de la opinión de que los buenos escritores en general son más fáciles de traducir: los grandes quebraderos de cabeza me los causan los autores más ramplones (aquel viejo gaje del oficio: si traduces con fidelidad un texto mediocre o directamente pésimo, la culpa del resultado se la van a echar al traductor). En el caso de Lydia Davis recuerdo piezas bastante sencillas de traducir, con pasajes donde predominaba un tono muy despojado y natural, coloquial casi, que personalmente disfruto bastante y me esfuerzo por verter del modo más natural posible. Otros relatos abundaban en frases más poéticas, preciosistas casi, que me recordaban un poco al estilo en boga desde los años 90, esas oraciones pulidas con destellos líricos, sobre todo en el remate de los cuentitos más breves, como My Husband and I. Esos pasajes eran más exigentes, claro, pero más estimulantes y agradecidos. De todas formas, con Lydia Davis, la sensación que me quedaba era algo agridulce, por esas renuncias inevitables que te mencionaba antes. Hay autores que dejan una cierta sensación de malestar por no ser capaz de guardar fidelidad a todas sus creaciones verbales. Como si obligasen a una cierta traición irremediable. Creo que pongo a Lydia en esta categoría.
María Causadias Tortajada
Nacida en Barcelona, María Causadias Tortajada es licenciada en Ciencias de la Información por la UAB. Trabajó un tiempo en la radio y en un gabinete de prensa, si bien pronto se dedicó a la corrección editorial y a la traducción de sus dos lenguas vernáculas, castellano y catalán. Paralelamente cursó estudios superiores de francés e incorporó más tarde el inglés y el portugués como lenguas fuente. Aunque especializada en ciencias sociales, su preferencia es la traducción literaria, por lo que hizo un postgrado en la UPF, con un trabajo final, teórico y práctico, sobre la escritora y traductora norteamericana Lydia Davis. Como traductora, ha publicado cuatro libros, entre ellos dos relatos de Francis S. Fitzgerald al catalán, publicado por Agde Llibres. Actualmente estudia Narrativa en la Escuela de escritura del Ateneu de Barcelona.