29 marzo 2024
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Las andadas librescas de un aspirante a traductor literario

¿Cuál es el secreto detrás de toda propuesta de traducción? ¿Dónde encontrar esas novelas, esos relatos, esos ensayos no publicados? Muchas veces, la tarea de los traductores no consiste en buscar esa pieza literaria incompleta de la obra de un autor, sino sugerir un formato de libro que llame la atención, que sea atractivo, que apetezca leerlo. Desde su propia experiencia, el autor comparte con los lectores algunas pistas que espera que puedan inspirar a quienes estén intentando iniciarse en el mundo editorial.

Según nos cuentan las redes sociales, los editores no contestan a las sugerencias editoriales en las que tanto tiempo hemos invertido quienes nos dedicamos a traducir literatura.

Muchas son las dudas que se ciernen sobre la labor del traductor literario. Dónde encontrar esas novelas, esos relatos, esos ensayos no publicados; cómo redactar una propuesta de traducción; y lo que es más importante, cómo conseguir que finalmente se publique nuestro libro son algunas de las cuestiones que describen una empresa —al parecer— imposible en nuestra profesión. Y es que, según nos cuentan las redes sociales, los editores no contestan a las sugerencias editoriales en las que tanto tiempo hemos invertido quienes nos dedicamos a traducir literatura. E incluso he sentido una desconfianza desmedida por parte de traductores compañeros que temen que sus buenas ideas acaben en manos de personas traductoras de confianza de la editorial a la que escriben. Todo esto no me suena raro; quiero decir, he redactado más de veinte propuestas de traducción que, en su día, acabaron sin responder en mi bandeja de salida. Por eso creo que puedo abordar el tema por aquellas y aquellos cuyas propuestas traductoras nunca han llegado a los anaqueles de las librerías, pues en esas me vi. Por aquellas y aquellos traductores literarios que persistieron hasta ver su nombre y sus apellidos en la portada de un libro, aquí estoy yo ahora.

Antes de comenzar, me gustaría aclarar que este artículo no tiene otro objetivo que no sea inspirar a quienes lo lean, a quienes estén intentando iniciarse en el mundo editorial, pues muchas veces nuestra tarea como traductores no consiste en buscar esa pieza literaria incompleta de la obra de un autor, sino sugerir un formato de libro que llame la atención, que sea atractivo, que apetezca leerlo.

Recuerdo que, en mis comienzos traductores, recorría las librerías de mi barrio para familiarizarme con las editoriales, con las colecciones, con los nuevos lanzamientos.

Recuerdo que, en mis comienzos traductores, recorría las librerías de mi barrio para familiarizarme con las editoriales, con las colecciones, con los nuevos lanzamientos. Me fijaba mucho en el índice de los libros, cómo estaban compuestos, pues era algo que me llamaba la atención. Sentía que ahí estaba el secreto de una propuesta de traducción. Y no iba desencaminado: veía ideas maravillosas para hacer antologías de cuentos y de ensayos. Todas ellas seguían una misma temática, proponían algo en lo que reflexionar. Esa era la única regla. Advertía el ingenio de quienes traducían esas ediciones al combinar, pongamos por caso, un puñado de ensayos de la misma pluma literaria con una única temática, un puñado de cuentos de varias plumas literarias bajo un único hilo conductor, ediciones bilingües de poesía, ediciones con dos traductores, epistolarios de personajes literarios, novelas ilustradas, entre tantas otras. Como podéis adivinar, no dejé de ir a las librerías, pues notaba que, con cada semana que pasaba, mi lista de ideas para proponer a editoriales no hacía más que aumentar de tamaño.

Tenía claro que, para acabar publicando alguna de mis ideas editoriales, tenía que preocuparme de la primera a la última página de mi libro.

Todas estas buenas ideas me sirvieron para ponerme en la piel de un editor literario y para comenzar a enfocar mis propuestas de traducción teniendo en cuenta las colecciones de las editoriales, pues no solo hablaba de la pertinencia de mi relato o mi cuento, de mi poemario o mi novela en su colección, sino que también mencionaba el número de palabras o el número de matrices sin espacios que ocuparía la traducción. Incluso me atrevía a ofrecerme como prologuista; proponía que, al final del libro, apareciese la procedencia de los textos antologados, que hubiese una biografía de la autora o del autor traducido y hasta una bibliografía de libros consultados. Tenía claro que, para acabar publicando alguna de mis ideas editoriales, tenía que preocuparme de la primera a la última página de mi libro.

Tres ejemplares de "Una sociedad", de Virginia Woolf

Buscando entre tantos autores y autores, un día —estaba en una librería, por supuesto— me di cuenta de que jamás hacía propuestas de traducción de quienes más estimaba en la literatura. Simplemente no me atrevía a traducir sus obras. Pero no tuve más remedio que aparcar mis complejos y empezar por mi autora favorita: Virginia Woolf. Siempre me había fascinado la literatura de la escritora de Bloomsbury y me llamaba la atención que uno de sus relatos no se conociera lo suficiente, no se supiera el contexto en el que se escribió ni tampoco lo que planteaba con su lectura. Aquel relato, dicho sea de paso, estaba publicado en la clásica antología de «cuentos o relatos completos». Pero aquello no significaba que su lectura ya no importase, que ya se antojase redundante. Pues Una sociedad —así se llama mi primer relato publicado de Woolf— es una lectura breve que resulta ideal para aquellas editoriales con colecciones de bolsillo, como la de Centellas. De esta editorial conocía muchos de sus títulos por mis andadas en las librerías y coincidía bastante con sus gustos literarios. Así que, sin pensármelo dos veces, traduje el relato entero, con mucho esmero y cariño, expliqué con mis palabras el entusiasmo por esta maravillosa lectura e incluso me ofrecí a prologar el libro.

Jamás dejaría de mandar una de ellas por temor a que se «queden con mis ideas».

Habrá quienes, sin embargo, se sientan incómodos al enviar un relato completo —y puede que haya pecado de osadía—, pero sentía que era lo apropiado. Pues, cuando hablamos de cuánto hemos de enviar de nuestra novela o relato, ensayo o poemario, nuestro criterio tiene que estar por encima de toda norma. En definitiva, ¿qué es más conveniente, mandar todo un capítulo de novela o tan solo la mitad? ¿Es mejor traducir unas cuantas páginas de un relato? ¿Algunos buenos poemas de una antología completa? Allá cada cual. He conocido todo tipo de recetas de compañeros traductores a la hora de enviar propuestas de traducción y todas me parecen razonables. Pero lo que tengo claro es que jamás dejaría de mandar una de ellas por temor a que se «queden con mis ideas». Puede que algún día ocurra, no digo que no, pero como bien dijo en su día Reyes Bermejo, «aquello jamás me frenaría para seguir mandando propuestas de traducción». Y qué razón tiene.

De ninguna manera quiero que mis palabras se malinterpreten cuando incido en la importancia del formato del libro y en el arrojo a la hora de redactar propuestas de traducción. Está claro que, como todo buen traductor, antes de hacer una, respondo a las siguientes preguntas:

  1. ¿Está traducido al castellano?
  2. ¿Está libre de derechos? Si no lo está, ¿en qué editorial(es) está traducido?
  3. ¿Sé explicar la relevancia de mi pieza literaria y las razones para publicarlo en una editorial y no en otra?

Pasaré por alto, por cierto, de dónde rescato los textos de plumas literarias como la ya mencionada Virginia Woolf, pues considero que es algo evidente. Todas y todos sabemos dónde conseguir las obras completas de los grandes autores —y de los no tan grandes, también—. Recordemos que existen los archivos de bibliotecas nacionales virtuales; mencionemos portales maravillosos como Iberlibro; no nos olvidemos de que existen ficheros como aquel del ISBN que nos dicen los libros editados en España; y demos este tema por zanjado.

En lo que quiero insistir en este artículo es en la importancia de cuidar la forma en la que redactamos propuestas de traducción.

En lo que quiero insistir en este artículo es en la importancia de cuidar la forma en la que redactamos propuestas de traducción. Cuidar cada parte, sea un prólogo o un orden de lectura, sea una buena solapa o una gran contraportada, sea un epílogo o un glosario onomástico… Todas son buenas las razones que acabarán prestigiando nuestro libro; muy pronto, si sabemos seguir nuestros instintos traductores, esa propuesta editorial acabará colocada en el anaquel de la librería.

Y es que una propuesta de traducción no es más que eso, una suerte de artefacto literario, cuyo funcionamiento solo lo conoce la persona traductora, que no para de imaginar ni de crear las maravillosas ediciones que vemos en nuestras librerías de barrio.

La inspiración, después de todo, nos estaba esperando a la vuelta de la esquina.

Ejemplar de "Una sociedad" abierto
Rafael Accorinti
Rafael Accorinti
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Rafael está especializado en traducción literaria, audiovisual y técnica. Actualmente está cursando los estudios de doctorado en Literatura y Traducción en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.

Rafael Accorinti
Rafael Accorinti
Rafael está especializado en traducción literaria, audiovisual y técnica. Actualmente está cursando los estudios de doctorado en Literatura y Traducción en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.

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