Ojalá tuviésemos una máquina del tiempo (asequible, funcional, no como alguna herramienta díscola que anda por ahí suelta); sería la mejor manera de documentarnos y hacer trabajo de campo para traducir textos de otras épocas y resolver dudas, no solo a nivel de contenido, sino también relativas a la variedad diacrónica de la lengua. Con este artículo se amplía la ponencia presentada en el Congreso del XV Aniversario de Asetrad (mayo del 2018).
No es por ponerme nostálgica, todos sabemos que el lenguaje está vivo, evoluciona, se le mueren unas ramas para que nazcan otras.
Malas noticias: la máquina del tiempo (hasta donde sabemos) no existe, o existe solo en los libros y las películas. La mayoría de los libros que he tenido que traducir han sido escritos por personas que, a estas alturas, andan ya criando malvas desde hace mucho. Algunos los firman autores nacidos en el siglo xix (Ernst Toller, Nico Rost, Romain Rolland, el mayor culpable de que hoy esté escribiendo esto) y, al leer los originales ahora, su mundo y su lengua nos resultan ya ligeramente alejados en términos históricos y lingüísticos —no digamos ya con textos más antiguos—. Ya no oímos hablar por las calles como se habla en el Colás Brugnon de Rolland, ni las novelas de la reentré de marras estarán escritas con el mismo castellano que el de Pardo Bazán. Y no es por ponerme nostálgica, todos sabemos que el lenguaje está vivo, evoluciona, se le mueren unas ramas para que nazcan otras —descanse en paz, futuro del subjuntivo—. Sin embargo, eso no impide que te encarguen un libro que se escribió hace unos cientos de años y te toque —según sea el encargo— bregar para que en la traducción no se cuelen anacronismos discordantes o moderneces flagrantes y la música no chirríe.
Para decidir por qué camino tirar —aquí entran los dependes, el contexto y demás parapetos traductoriles— lo primero que cabría plantearse es: ¿cuál es el propósito de nuestro texto? ¿Es una edición filológica comentada, es la retraducción de un clásico, queremos acercárselo al lector o que el lector tenga que mover las posaderas y se acerque al texto aunque le cueste? Sea cual sea nuestro propósito, no analizaré aquí la pertinencia de cada uno —ya se sabe, «depende», «según el contexto» o el encargo—; los problemas y los recursos que comentaré pueden servirnos por igual, aunque en mayor o menor grado según el texto y la opción que hayamos tomado, eso sí.
1. Utilería básica
Tenemos toda una serie de recursos que (casi) hacen las veces de máquina del tiempo.
¿Es un anacronismo en 1897? ¿Cuándo apareció por primera vez en un diccionario una palabra? ¿Qué porcentaje de uso tiene un término en cierta época? Para responder a estas preguntas que nos pueden surgir a lo largo del proceso de traducción tenemos toda una serie de recursos que (casi) hacen las veces de máquina del tiempo.
Comentemos primero lo que nuestra buena Academia nos ofrece: el CORDE (Corpus Diacrónico del Español), el CREA (Corpus de Referencia del Español Actual) y, sobre todo, el NTLLE (Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española). El CORDE es un corpus textual diacrónico que abarca «todas las épocas y lugares en que se habló español, desde los inicios del idioma hasta el año 1974» (RAE) —momento en el que podemos pasar a usar el CREA, el corpus del español más reciente, que no comentaré en este artículo, ya que funciona prácticamente igual que el CORDE pero con otro grupo de textos—. En este corpus encontramos textos de diversos géneros y podemos filtrar en la búsqueda por años, temas, medio, país, autor, etc. Pongamos por caso un ejemplo sencillo: ¿podemos emplear en un texto de 1890 el término hospital? Cuando introducimos la palabra en el cuadro de búsqueda, esta sería la interfaz que nos aparecería:
En «Ver estadística» podremos obtener resultados sobre el porcentaje de uso según años, país y tipo de texto. Podemos ajustar muchos parámetros a la hora de ordenar los datos, ahí cada cual que ajuste lo que le convenga. En este caso, por ejemplo, vemos que con las limitaciones a textos de libros de narrativa española, el término hospital arroja los siguientes datos. Parece que, a priori, no habría problema en emplear esa palabra en 1890:
Si volvemos a la interfaz anterior (imagen 1) y nos vamos a la parte que nos dice «Obtención de ejemplos», la cosa se pone todavía más interesante. Ahora la duda que tenemos son las colocaciones de mientes en alrededor de finales del xix:
Como vemos, esto nos puede resultar muy útil para comprobar las colocaciones de una palabra, que puede que hayan cambiado con el tiempo. Aquí comprobamos que, además de haber muchos ejemplos en la época que nos interesaba, tenemos diversas colocaciones interesantes. No habrá problema en incluir un «parar mientes» o un «pasarse por las mientes».
Ese término aparece en textos de la época, pero cabe plantearse si significaba lo mismo que ahora.
Bien, sigamos pues. Ya hemos visto que, con el CORDE, podemos ver si una palabra se usaba en cierta época (no olvidemos que podemos filtrar por periodo temporal y por país) y, además, ver ejemplos de uso. Parece que la duda que teníamos con hospital está resuelta y ya estamos a punto de teclear la palabreja en nuestra traducción, ¿no? Pues no. Esta ha sido una primera búsqueda que nos indica que sí, que ese término aparece en textos de la época, pero cabe plantearse si significaba lo mismo que ahora. Aquí es cuando hace su triunfal entrada nuestro querido NTLLE, que recoge las obras lexicográficas más representativas de la lengua española, desde el siglo xv a la actualidad, diccionario de diccionarios donde podremos seguir con nuestras pesquisas a otro nivel.
Aquí tenemos la interfaz inicial:
Vemos que podemos seleccionar diferentes parámetros (seleccionar un solo diccionario o un grupo de diccionarios) y también podemos marcar la opción «primera aparición» si tenemos curiosidad por saber cuándo asoma por primera vez la palabra en cuestión en las obras lexicográficas recogidas. En este caso, si seguimos con el ejemplo de que estamos traduciendo un texto de finales del xix, podemos marcar el grupo dos, que nos dará estos resultados:
Vemos que aparece en diversas obras lexicográficas del periodo. Ahora podemos entrar en cada una de ellas para leer las definiciones (reflejo solo la entrada principal, no las referidas a expresiones o sentidos figurados) y ver que el concepto de hospital de la época no tiene nada que ver con el que tenemos ahora.
Con este ejemplo simplón, la idea era mostrar que, si bien ambas herramientas son muy útiles (el CORDE y el NTLLE), mejor usarlas juntas que por separado, ya que una simple búsqueda en el CORDE nos puede llevar a engaño. Así, ya que la plataforma nos lo permite, no está de más hacer las búsquedas que haríamos en el DRAE en el diccionario o los diccionarios que nos gusten de la época que estamos traduciendo para asegurarnos de que no estamos incluyendo anacronismos per se ni tampoco sentidos anacrónicos. Los diccionarios que están libres de derechos también pueden descargarse, aunque buscar en los documentos digitalizados, por optimizados que estén, siempre resulta farragoso.
En otras ocasiones nos encontraremos incluso con avezados neologismos de la época que no calaron y acabaron por desaparecer en diccionarios posteriores.
En otras ocasiones nos encontraremos incluso con avezados neologismos de la época que no calaron y acabaron por desaparecer en diccionarios posteriores. Véase, por ejemplo, el pobre psiquis, cuya última aparición es en el Rodríguez Navas (1918) y que venía dibujadito y todo en el Toro y Gómez de 1901.
Por su parte, en el DRAE, encontramos unas marcas que nos pueden ayudar también a detectar aspectos relativos a la variedad diacrónica:
- Marca anticuado o antiguo («ant.»): su última documentación no es posterior a 1500.
- Marca desusado («desus.»). su última documentación es posterior a 1500, pero no a 1900.
- Marca poco usado («p. us.»): empleadas después de 1900, pero cuyo uso actual es difícil o imposible de documentar.
2. Utilería adicional
Otros recursos que nos pueden ayudar a viajar en el tiempo desde nuestra silla podrían ser, por ejemplo, el NGRAM Viewer, con el que, de manera algo menos fina que con los recursos anteriores, pero muy visual, podemos ver la evolución del uso de una palabra. Parte positiva: tenemos corpus en muchos idiomas (se basa en Google Libros, a los que podemos acceder si están libres de derechos o de manera parcial si no lo están, si bien, en la mayoría de los casos, podemos ver la frase o fragmento en cuestión).
Vemos aquí la evolución de sororidad y un curioso piquito cerca de 1920, que, si entramos abajo en los enlaces de los periodos que nos marcan, vemos que corresponde a La tía Tula de Miguel de Unamuno.
Otro tipo de recursos que nunca está de más tener cerca son refraneros antiguos (ahí cada cual que escoja el de la época que le interese); muchos son de libre consulta al ser ya de dominio público. En particular, destacaría el Diccionario de refranes, modismos, locuciones y frases proverbiales de José María Sbarbi (1922), de quien podemos encontrar más obras similares en el Cervantes Virtual —no os perdáis el Florilegio o Ramillete alfabético de refranes y modismos comparativos y ponderativos de la lengua castellana definidos razonadamente y en estilo ameno. Insuperable como título—. En este sitio web de Fernando Martínez de Carnero se pueden encontrar también otros muchos diccionarios de refranes, proverbios, jerga y adagios de diferentes épocas.
Mención especial como recurso imprescindible serían las biblias, aunque eso daría para un artículo entero explicando los pormenores de cada traducción.
Mención especial como recurso imprescindible serían las biblias, aunque eso daría para un artículo entero explicando los pormenores de cada traducción. En todo caso, aunque cada cual prefiera usar una versión u otra, no está de más tener unas cuantas bien a mano para poder comparar versiones: no es lo mismo traducir con la Biblia del Oso, una traducción hermosísima de Casiodoro de la Reina en el Siglo de Oro, que resulta más arcaica y puede que más literaria en ciertas ocasiones, que con la célebre Reina-Valera o con la Nácar-Colunga. Aquí se pueden explorar versiones en diferentes idiomas y leer en paralelo diversas traducciones alineadas.
Algo que tampoco nos puede faltar son diccionarios bilingües de la época; resulta interesante ver cómo traducían en ese momento el término que buscamos, la correspondencia que se le daba, si se adaptaba, si se dejaba como extranjerismo… De nuevo, si son diccionarios muy antiguos, podrán encontrarse con acceso libre y con búsqueda interactiva. Ejemplos (para el francés de la época que nos interesaba en este caso): el de Salvá y Pérez, de 1864, o el de Gildo, de 1820. Podemos encontrar de otras épocas y de otras combinaciones de idiomas en la Biblioteca Digital de Hathi Trust.
Que en esta vida se puede ser desustanciado, pero ser «sosón como una calabaza» tiene su aquel.
Los «textos paralelos» de la época que nos interese para nuestra traducción son también de fondo de armario; autores y obras (originales y traducciones) contemporáneos a nuestro original. Claro está que no siempre tenemos el tiempo de empaparnos tanto de la época, pero siempre podemos aprovechar y sustituir en la mesita de noche las lecturas que tuviésemos previstas por autores de la época. Esto no solo nos ayudará a meternos en el contexto, sino también a rescatar expresiones, giros del lenguaje y palabras que puede que no nos salgan de manera tan inmediata. Ahí tengo yo como oro en paño mis cuadernillos galdosianos, donde me apunto todas las palabras y frases hechas que me van gustando. Que en esta vida se puede ser desustanciado, pero ser «sosón como una calabaza» tiene su aquel. Y que no falte —especialmente conveniente para las traducciones del francés, que citan a La Fontaine a la que te descuidas— la traducción de 1787 de Bernardo María de la Calzada de Las Fábulas, que además está rimada.
En un altarcito aparte, aunque no sean un recurso tan específico para la variedad diacrónica, habría que poner el Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio (1983), con el que podemos hacernos mapas de vocabulario y esquemas terminológicos que nos ayuden a rescatar o tener presentes términos específicos que quizá no tengamos tan presentes.
3. Utilería para dudas del contexto
Pasamos ahora a recursos más centrados en la lengua y el contexto de origen. Si el problema no está en cómo decirlo en nuestro idioma sin caer en anacronismos, sino, simplemente, en ¿qué narices es eso? o ¿a qué suceso se está refiriendo? habrá que buscar por otros lares.
Nuestras mejores amigas serán las hemerotecas y los archivos, y los hay maravillosos.
Nuestras mejores amigas serán las hemerotecas y los archivos, y los hay maravillosos. Especial mención al portal Gallica de la Biblioteca Nacional de Francia. Aviso a navegantes: rebuscar por Gallica puede hacer que saltemos de un documento a otro, pasando por fotos y papelotes varios y que perdamos media mañana, pero es una maravilla. Encontramos periódicos, revistas, libros que ya son de dominio público, y todo, todito, digitalizado y optimizado, y con un buscador con más teclas que el cuadro de mandos de un avión. Así, por ejemplo, si el autor nos habla de una tal grosse Bertha, veremos que no es ninguna Berta que estaba rechoncha, sino un tipo de obús alemán que se hizo muy popular en la Primera Guerra Mundial. Cierto es que aparece en la Wikipedia igualmente, pero encontrar esta viñeta y leer las crónicas de la época para describir sus estragos no tiene precio.
Algunos casos en los que resulta especialmente útil recurrir a este tipo de hemerotecas o archivos es cuando el autor, hablando de hechos reales, se muestra algo críptico —o discreto— y nos habla de «el caso» o «el problema» o «el escándalo» de fulanito sin que tengamos más referencias; probablemente, en la prensa de la época encontremos lo que buscamos. Lo mismo sucede cuando se hace referencia a textos periodísticos de la época (muy habitual en correspondencias y diarios); no está de más leerse el artículo en cuestión para saber de qué nos están hablando.
Otras hemerotecas interesantes: la de la Biblioteca Nacional de España, la de la austriaca, esta recopilación de diversos archivos de periódicos de habla alemana, esta otra con publicaciones estadounidenses, el buscador Elephind (estadounidenses y australianas) y el archivo británico (de pago).
Dependiendo del proyecto que tengamos entre manos, otra fuente de información maravillosa pueden ser los diarios y la correspondencia del autor en cuestión. Muchas veces, encontraremos referencias veladas (o incluso deliberadamente censuradas, como, por ejemplo, una inicial en lugar del nombre entero) y puede que rebuscar en textos más privados, donde el autor haya podido expresarse sin impedimento alguno, arroje luz sobre el asunto. En el caso de Romain Rolland, por ejemplo, toda su producción literaria se entreteje con sus diarios y sus cartas; forman una simbiosis muy peculiar y en muchas ocasiones encuentras aspectos de su vida privada reflejados de manera discreta en su producción literaria. A su vez, claro está, conocer otras obras del mismo autor puede ser clave en según qué casos.
Las personas que trabajan en los archivos y en los museos pueden ser grandes aliados en ciertos momentos.
Por último, nos alejamos del papel y las pantallas y salimos de casa: archivos físicos, museos, exposiciones… Visitar lugares donde vayamos a encontrar vocabulario muy recurrente de la obra no está de más (aparte del gusto de estirar las piernas): museos de armas, el del traje, de agricultura (¿qué era aquello del troje o aquello del mayal?). Puede que incluso hagamos amistad con los conservadores y tengamos un recurso con piernas de por vida. Los humanos, de hecho, son un recurso de lo más socorrido, sobre todo si son expertos en algo que nosotros desconocemos. Las personas que trabajan en los archivos y en los museos pueden ser grandes aliados en ciertos momentos, no solo por lo que nos dejen rebuscar entre sus tesoros (cartas y papelotes de nuestros autores, manuscritos, fotografías), sino por todo lo que saben y por su gusto por compartirlo. Nunca me olvidaré de los conservadores del memorial de Dachau rebuscando hasta debajo de las piedras para encontrar a qué se refería un superviviente del campo de concentración con ciertos términos o de la presidenta de la asociación Romain Rolland, que ha llegado a ir en persona a la Biblioteca Nacional de Francia a pedir documentos para resolverme dudas o encontrarme documentos; desde aquí, gracias a todos ellos. Llamar por teléfono o enviar un correo a una asociación de alpinistas, a un club de bridge o a una catedrática de Historia puede que nos ahorre horas de búsquedas.
Por último, lamento informar de que, en el momento en el que se concluye la redacción de este artículo, la máquina del tiempo sigue sin inventarse, pero espero que estos recursos os echen una mano si os toca viajar al pasado.
Referencias
Real Academia Española, CORDE, (s. f.). [fecha de consulta: 13 de agosto del 2018]
Torner Castells, Sergio. «La información diacrónica en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia (Vigésima Primera Edición)». Revista de Lexicografía [A Coruña], 1, 1994-1995, p. 29-54. [fecha de consulta: 13 de agosto del 2018]
Núria Molines Galarza
Es graduada en Traducción (UEV), máster en Interpretación de Conferencias (UEV) y en Traducción Audiovisual (UAB). Compagina su labor como traductora literaria, audiovisual e intérprete con la docencia en el grado de Traducción de la Universitat Jaume I de Castellón y en el máster de Traducción Audiovisual de la Universidad Europea de Valencia.