Irrumpimos en el buzón de Lorenzo Silva, un escritor que no necesita presentación: 38 obras publicadas, dos de ellas llevadas al cine, y un buen número de premios (Ojo Crítico en 1998, Nadal en el año 2000, Primavera en el 2004 y Algaba en el 2010). Silva es, además, el creador de Vila y Chamorro, un tándem detectivesco de picoletos que hace las delicias de los lectores.
Con semejantes credenciales bien se podría permitir Silva ser un poco arrogante, pero no lo es. Tan accesible, claro y sencillo como siempre, responde a la batería de preguntas que le hemos enviado con premeditación y alevosía…
¿Has ejercido alguna vez de traductor?
Sí, pero no profesional. Siempre me han gustado las lenguas y eso me ha llevado a estudiar y aprender, lo suficiente como para traducir, inglés, francés y alemán. Alguna vez me ha tocado traducirle a algún compatriota (jefe, compañero y hasta público en un acto) lo que alguien decía en esas lenguas. Y he traducido alguna vez textos breves, por diversión o por necesidad, o por una mezcla de ambas. Por ejemplo, en mi última novela me di el capricho de traducir unos versos de Günter Grass. Su traductor, el excelente Miguel Sáenz, los había traducido sin rima (cuando el original tiene una rima asonante) y con alguna opción semántica que me parecía menos sugerente. Así que los traduje a mi manera (y haciéndolos rimar, sin traicionarlos). Tengo en mente desde hace algún tiempo traducir varios textos no muy largos desde esas tres lenguas. Pero, al paso que voy, tendrán que esperar a que me jubile de alguno de mis trabajos.
¿Cómo vives, en general, la traducción de tus libros?
¿Cómo es tu relación con los traductores de tus libros?
Como ellos deciden, respeto su trabajo. Algunos se ponen en contacto conmigo, e intento ayudarles lo mejor que sé y puedo a resolver las dudas que les plantea la tarea y que me someten. Otros hacen su trabajo a solas, y también me parece bien. Si entiendo un poco la lengua (aparte de las tres mencionadas me defiendo a esos efectos con el catalán, el portugués y el italiano) siempre le echo un vistazo para ver lo que han hecho, pero sin ánimo censor. En cambio, cuando me traducen al ruso o al árabe, hago un acto de fe.
Tus obras están traducidas al ruso, al francés, al italiano, al catalán, al portugués, al danés, al checo, al árabe y al alemán, pero no al inglés. ¿Por alguna razón en concreto?
Por una poderosa razón, me temo: los anglosajones tienen un caudal ingente de obras en su propia lengua, que no les obligan a incurrir en el coste del traductor. Traducen muy poco, sobre el total de títulos que publican, y salvo que un editor se encapriche de ti o seas un megabestseller (o un candidato al Premio Nobel), es difícil. He tenido contactos con editores de Estados Unidos e Inglaterra que no fructificaron, y ha habido al menos cinco traductores, entre británicos y norteamericanos, dispuestos a traducirme y que llevaron las obras, incluso con esbozos o fragmentos de traducción, a editores que siempre encontraron algún pretexto para rechazarlas. Ahora tengo una agente neoyorquina, desde hace pocos meses. A ver si ella logra que eso cambie.
¿Tienes ocasión de revisar las traducciones?
Como dije antes, a veces sí y a veces no. Pero no me obsesiono con ello. Igual que cuando le das una historia a un cineasta él hace su pelicula, y así debe ser, cuando le das tu libro a otra lengua, pasa a pertenecer a sus hablantes, y no a ti.
¿Te ha decepcionado alguna de las traducciones de tus libros?
No, he advertido algunos errores puntuales, pero no he experimentado esa decepción, en aquellas que puedo juzgar. Creo que he tenido la suerte de caer siempre en manos de profesionales curtidos, incluso de traductores de primerísima fila, desde la primera traducción (que me hizo, al ruso, Ludmila Siniánskaia, una autoridad en su país).
El tiempo lo dirá. Elimina costes de producción y distribución, luego eso parece. Quizá haya más espacios para que las obras valiosas no se pierdan, y se difundan más y mejor que con el modelo anterior, que a veces no era del todo eficiente a estos efectos. Pero me temo que obras maestras, de esas que todo el mundo querrá traducir, se seguirán produciendo aproximadamente las mismas que hasta ahora, unas pocas.
¿Cómo crees que podría evolucionar en el futuro la relación entre autores, editores y traductores, si se consolida el modelo de libro electrónico?
Los editores, o quienes los sustituyan como filtro y prescriptores, nos seguirán ayudando a encontrar los libros y los autores que merezcan la pena; aunque es posible que haya más ojeadores capaces de señalarnos esas presas codiciables, y que los editores deban acostumbrarse a convivir con ellos y a espabilar para que no los desplacen. Los traductores, en teoría, tendrán más posibilidades de contactar directamente con el autor y de ejercer un mayor control sobre su trabajo. Por ejemplo, esos traductores que quieren traducir a un autor de otra lengua que los editores no ven publicable por lo que sea, pueden lanzarse a la aventura de traducirlo y ponerlo ellos en circulación, como editores electrónicos. Incluso creo que no sería malo que los profesionales de la traducción se asociaran a esos efectos. Podría ser un canal alternativo y nada desdeñable para el descubrimiento de nuevos autores de otras lenguas.
Y ya para terminar, la inevitable: ¿Para cuándo otra de Vila?
Acabo de publicar (20 de septiembre) una novela que va de otra guerra, nunca mejor dicho. La próxima de Vila la estoy empezando. No creo que se publique antes de finales del año que viene (como muy pronto).