20 abril 2024
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Prontuario de vida para correctores

De los errores se aprende, o eso dicen. El corrector de textos trabaja día a día con fallos ajenos, pero también puede convivir con sus propios desaciertos en el método que aplica en su desempeño. Del aprendizaje que contiene cada piedra en este camino profesional nace el siguiente compendio de anotaciones prácticas para evitar tropiezos. Este prontuario de vida para correctores pretende ser un recordatorio de pautas que ayuden a optimizar la corrección de nuestro oficio.

Repítete a ti mismo, alto y claro, siempre que lo necesites en mitad del fragor de la lucha: «No soy el autor».

  1. Recuerda quién eres. Que no se te olvide nunca. Parece una obviedad, pero no lo es. Te miras en el espejo cada mañana, te reconoces más o menos, te sientas frente a la pantalla o ante el papel, y empuñas tu espada —de láser rojo, por supuesto— contra Titivillus. Asestas un golpe certero contra ese gerundio incorrecto, de un puntapié expulsas aquel espacio que sobra y con un salto mortal llevas volando en brazos a esa pobre línea viuda para que se reúna con su párrafo. En cada página te sientes vencedor de una nueva conquista; la victoria será tuya…, pero no la gloria. Recuerda quién eres: el corrector de textos. Y repítete a ti mismo, alto y claro, siempre que lo necesites en mitad del fragor de la lucha: «No soy el autor». Porque no lo eres. No importa si sabes expresarlo mejor que él. No importa si se te ocurren geniales ideas, si piensas que quedaría mejor con tu sello, si tienes en mente un brillante adjetivo o una metáfora inédita. Respeta al autor. Lee lo que él quiere decir, descúbrelo bajo la sombra de los errores, corrige solo lo que debas corregir y no te extralimites. No es tu obra, no es tu criatura lo que tienes entre las manos. Cúrala de sus males, limpia sus manchas, haz que luzca como si hubiera sido concebida inmaculada, pero no te adueñes de lo que no te pertenece.
  2. Duda y acertarás. Tu peor enemigo no es esa coma asesina camuflada de respiración entre un sujeto y su verbo, ni el galicismo que finge hablar tu idioma, ni esas letras trocadas que bailan en pareja ante tus ojos ya cansados. No. Tu peor enemigo eres tú mismo y tu seguridad arrogante. Si un corrector no duda nunca, no será un buen corrector. Corregirá, sí. Cazará mil piezas para su museo de los errores, pero probablemente dejará tras de sí demasiados cadáveres inocentes e incluso se le escaparán algunos culpables sin castigo. No seas injusto con el texto al que te enfrentas. No dictes sentencia a cada prisionero sospechoso que atrapes en tu lectura sin un interrogatorio previo. Déjate llevar por tu intuición recelosa y duda todo lo necesario. Alimenta tu inquietud y busca respuestas. Cuenta con los aliados en tu ejército —ten a mano en tu trinchera a Sousa, a Seco, a la Fundéu y, por supuesto, a la RAE—. Antes de asestar una tecla, asegúrate de que tu veredicto final es realmente correcto.
  3. Deja que la tecnología te auxilie. Tal vez, cuando empezaste en esto, solo combatías con papel y bolígrafo rojo. Sin embargo, en el siglo xxi tienes a tu alcance muchas herramientas para optimizar tus resultados. Una máquina nunca podrá sustituirte como corrector, pero sí puede ayudarte a ser más certero en el combate y ahorrarte tiempo y energía en el asedio de cada página. Piérdeles el miedo a las macros de Word y ponlas a trabajar a tu servicio. Ficha un buen asistente de corrección —Stilus, por ejemplo— que agilice ese repaso general indispensable en cada libro. Bucea por la plataforma Enclave de la RAE y exprime los recursos que te ofrece. Incorpora en tu rutina de trabajo los avances que la tecnología pone a tu disposición. Despliega todas las armas en el campo de batalla y acelera la liberación de ese texto que se desangra ante ti asaeteado de faltas.

No dejes a nadie con un no y punto por respuesta. Procura facilitarle a la persona que se ha dirigido a ti la solución a su necesidad.

  1. No digas que no. Ha contactado contigo un autor que quiere autopublicarse, desea corregir su manuscrito y te pregunta si también podrías maquetarlo, pero tú no sabes maquetar. Aun así, no digas que no. Un posible cliente te pide un presupuesto por la corrección de su tesis doctoral, pero ahora estás saturado de encargos —qué mal se reparte el trabajo entre los meses del año, ¿verdad?— y no puedes aceptar ni una propuesta más. Aun así, no digas que no. Te solicitan la corrección de un texto médico, pero tu especialidad son los textos literarios. Aun así, no digas que no. En ningún caso digas solamente que no. Di: «No, pero…». No dejes a nadie con un no y punto por respuesta. Procura facilitarle a la persona que se ha dirigido a ti la solución a su necesidad: ponla en contacto con un maquetador, con otro corrector que sí tenga disponibilidad de tiempo en ese momento, con una asociación que pueda atender profesionalmente sus requerimientos; dale una pista al menos de qué puertas tocar cuando le cierras la tuya. Quizás en otra ocasión tu vecino le indique a alguien dónde está tu timbre.
  1. Toma nota. «Las palabras vuelan, lo escrito permanece»; ya te lo avisó Cayo Tito. Cuántas veces encuentras en los textos que corriges una palabra que no conoces o un uso peculiar del que no tenías constancia. Cuántas veces, al consultar en el diccionario por mera rutina, te topas con una etimología curiosa, con un significado que desconocías, con una palabra de la que te enamoras en un fulminante flechazo. Pero, si no tomas nota, el tiempo pasa y puede borrar el hallazgo. Incluso, siendo más prácticos aún, cuántas veces has resuelto una duda y, al cabo del tiempo, te has vuelto a tropezar con la misma interrogante porque no recordabas la solución. Por eso, párate un minuto y registra por escrito cada escollo, cada revelación o cada respuesta que encuentres en el camino, hayas formulado o no pregunta alguna. Ten un archivo en el que apuntar esa duda resuelta con la que creas que puedes trastabillar de nuevo o ese significado exacto del vocablo que te ha sorprendido. Colecciona curiosidades lingüísticas o recopila las erratas que te han sacado una sonrisa. Cada apunte será una inversión de futuro. Las huellas que dejen tus pasos hoy facilitarán el recorrido de mañana. Detente un instante. No estás perdiendo tiempo, estás alimentando tu acervo lingüístico y cultural. Más adelante, cosecharás lo sembrado y notarás lo anotado.

Ten un archivo en el que apuntar esa duda resuelta con la que creas que puedes trastabillar de nuevo o ese significado exacto del vocablo que te ha sorprendido. Colecciona curiosidades lingüísticas o recopila las erratas que te han sacado una sonrisa.

  1. Cuenta con los números. Estás aquí por las letras, pero los números serán los que te mantengan, los que hagan que te quedes. Vives de ellos, así que preocúpate por ellos. No te dejes llevar por el romanticismo y la bohemia. Esta pasión es tu profesión: debes ganarte la vida con cada bolígrafo rojo gastado y cada tecla que pulsas. Por eso, haz números y sé consciente de tus resultados en cifras. Calcula mes a mes el precio de cada página corregida y de cada hora gastada. Controla qué tarifa te permite seguir adelante y llegar a la meta victorioso. Aunque te suenen a chino, preocúpate por entender, al menos en lo básico, esos impuestos que pagas cada trimestre. Descifra de dónde salen los números de tus facturas y cuáles quedarán realmente como beneficios después del huracán trimestral de gastos. Intenta llevar al día tu registro de ingresos —bendito sea Excel— para distinguir las facturas pagadas de las pendientes de cobro. Y no te olvides de que tu tiempo es oro y también cuenta. Controla tus horas de trabajo y preocúpate por tu productividad. Usar atajos de teclado, dominar ese programa informático a un nivel superior, tener tus fuentes de consulta cerca, silenciar tus redes sociales y lograr concentrarte en cada sesión de trabajo te hará no malgastar tiempo y, por ende, ganar dinero. Resta en tu jornada todos los obstáculos que debas eliminar. Haz que todo sume. En esta pugna con los números nunca puedes permitirte perder.
  2. Sé compañero. En tu soledad de corrector de fondo —bien podrías haber protagonizado un relato de Sillitoe—, estás rodeado de compañeros. Sí, compañeros en el sentido más etimológico de la palabra, aquellos con los que compartir el pan; a veces, literalmente —y croquetas si hace falta—. No te enclaustres. Comparte tu pan, comparte tu experiencia y tus tesoros, comparte tus carencias y tus dificultades. Ten por seguro algo: nadie te va a entender mejor que otro corrector de textos. Cuando tengas un mal día, cuando titubees en bucle, cuando creas que el mundo está en tu contra y sientas que los cañones editores apuntan hacia ti con el dedo en el gatillo, nadie te consolará mejor que alguien que libra día a día las mismas contiendas. Confraterniza siempre que puedas con otros profesionales del gremio, ya sea en persona —en eventos de edición, literatura, congresos, presentaciones de libros, etc.— o a distancia —a golpe de tuit o de comentario en un blog, por ejemplo—. Rompe la barrera del aislamiento de tu ergonómico despacho. Traspasa esa pantalla llena de letras por corregir, solo ante el peligro, y conoce a otros correctores en los que poder apoyarte ante cualquier vicisitud. Lo has comprobado mil veces en los foros de las asociaciones que nos unen y nos reúnen: juntos, las inquietudes perturban durante menos tiempo y las dudas y desventuras ajenas son una fuente de sabiduría al alcance. Ser compañero es lo más cerca que puedes estar de vivir varias vidas en una sola. Comparte el pan y las piedras, pues, de una u otra forma, todo te alimenta.

Creías que el trabajar aquella tarde en el salón junto a la televisión encendida y la familia no mermaría tus superpoderes correctores.

  1. Autoevalúate. Vives corrigiendo a los demás, pero para ser la versión más profesional de ti mismo tendrás que señalar en rojo tus propios fallos. Lo que no se mide no se puede mejorar —sentencia de Peter Drucker—; mide, entonces. De poco sirve avanzar y avanzar en esta carrera si no compruebas si tus pasos te están llevando en la buena dirección. Párate de vez en cuando, escucha las valoraciones de quien recibe tu trabajo, observa las secuelas que dejaste en esas páginas enmendadas y saca conclusiones de cada proyecto ejecutado. Creías que podrías corregir también unas horas más a partir de la medianoche y aprovechar el insomnio. Creías que no te influiría leer el texto en ese tipo de fuente con remates porque a tus ojos no se les escapa nada o casi nada. Creías que el trabajar aquella tarde en el salón junto a la televisión encendida y la familia no mermaría tus superpoderes correctores. Pero no fue así. Acéptalo: no eres infalible. Mira a tus errores de frente, ponles nombre y tenlos presentes para no volver a caer en ellos. Conoce tus capacidades y actúa en consecuencia. Quizás no puedas corregir más de ocho horas al día y vendría bien que volvieras a revisar esas últimas páginas al día siguiente a primera hora. Quizás por la mañana tus neuronas necesitan media hora para despertarse y debes comenzar la jornada con otras labores —responder correos, leer aquel artículo que te interesaba, revisar tus notas…— antes de empuñar de verdad con determinación el láser rojo. Quizás tienes que hacer descansos de diez minutos en vez de cinco. Quizás necesitas silencio y soledad para concentrarte. O quizás no. Nunca podrás saberlo si no lo analizas, y tú has comprobado sobradamente que lo que no se conoce no se puede corregir. Tú, que vives rodeado de errores impresos, búscalos en ti mismo. No huyas de tus desaciertos hoy. Cada fracaso de ayer te ofrece la oportunidad de vencer en la corrección de mañana.

Ni siquiera aunque memorizaras la norma al completo podrías dar por terminada tu formación.

  1. No dejes de aprender. Cuando te iniciaste en este oficio, leíste la Ortografía de la RAE y devoraste la Gramática con ansias de asimilar cada epígrafe. Pronto empezaste a intuir lo enorme de la empresa en la que te alistabas. Practicaste sin descanso como buen espadachín el noble arte de la sintaxis. Pusiste toda tu atención en los usos lingüísticos que te acechaban. Te tatuaste a fuego cada excepción y cada peculiaridad que te sorprendía. Pero enseguida te diste cuenta de que nada de eso sería suficiente. Porque no te bastará con conocer el lenguaje de símbolos para la corrección de una maqueta, ni con manejar el Word a un nivel avanzado, ni con poder moverte en InDesign o saber editar un PDF. Ni siquiera aunque memorizaras la norma al completo podrías dar por terminada tu formación. Eres corrector de textos, y ellos están hechos de una materia prima viva en continua transformación. Además, no todo es lengua; la industria de la que formas parte y el propio mundo que te envuelve está en permanente proceso de innovación. Por eso, abre tu mente y no dejes de actualizarte nunca. Explora más allá de tus dominios y sé curioso. La curiosidad, lejos de matarte, les dará una vida extra a tus correcciones. No te limites, no te cierres puertas; bastantes portazos te darán sin que puedas evitarlo como para que añadas tú mismo accesos restringidos a tu alrededor. Da un paso adelante y no te quedes atrás. Todo aprendizaje conlleva una gran posibilidad.
  1. No pierdas la pasión. Qué difícil se te hace a veces seguir amando a pesar de todo a esta desagradecida pareja con la que convives. Cumples años a su lado y sumas dolores de espalda, quebraderos de cabeza, dioptrías en la mirada, facturas vencidas, otra subida más de la cuota de autónomos, un nuevo presupuesto para el limbo de los sin respuesta, aquel desencuentro con el autor… y, además, sigues siendo invisible. Dicho así, dan ganas de divorciarse inmediatamente. Pero detente, respira y vuelve al principio. Otra vez, recuerda quién eres. Y, ahora, recuerda por qué lo eres. Tú adoras ese párrafo que conseguiste domar después de mil intentos y estrategias. Te emocionas al descubrir en esa línea el primer latido de un uso lingüístico distinto o al adivinar el viaje de una palabra en el mapa de su morfología. Gozas cuando un autor amamanta a esas palabras moribundas que casi nadie recuerda. Te seduce el sonido del estilo perfecto. No puedes resistirte ante la reconstrucción perfecta de un enunciado complejo y, sobre todo, te apasiona la poderosa sensación que experimentas tras cada punto final. Por eso un día la vida te puso frente a esta profesión y os cogisteis de la mano. Amas la lengua y disfrutas de su compañía; ella es la madre que aun en la vejez te sorprende, pues sabes que nunca acabarás de descifrar por entero a la mujer que ya existía antes de ti. Deseas vivir entre páginas. Quieres ser parte de esa idea que acabará vestida de libro en una biblioteca o de mensaje efectivo en una página web. Te gusta lo que haces. Querías vivir de ello porque ya mucho antes vivías por ello. Así que no te olvides nunca del otro lado de la balanza y equilibra el peso. Sonríe. Hay victorias esperándote en la siguiente página. Recuerda la razón que te llevó hasta aquí.

Estos son los puntos que me repito a mí misma para no perder el rumbo en la travesía como correctora profesional. Sin embargo, este prontuario está incompleto. Mi camino lo está. Tú has transitado por rutas que yo no he pisado y atesoras hallazgos que ni imagino. Por eso, desde aquí, te invito a aportar tus propias recomendaciones, aquello que consideras fundamental para desempeñar este oficio. Puedes añadir lo que desees publicando tus propuestas en redes sociales con la etiqueta #ProntuarioCorrector. Que tus pisadas guíen a otros pies. Enmendemos juntos esta forma de vida entre errores.

Ana Parrilla
Ana Parrilla Santoyo
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Ana Parrilla Santoyo (Sevilla, 1983) es licenciada en Filología Hispánica desde 2006 por la Universidad de Sevilla. Tras una breve incursión en el mundo de la enseñanza, se especializó en el sector editorial con diversos cursos de formación sobre corrección y edición. Desde 2011 trabaja como correctora de textos en español. Su experiencia docente la llevó a trabajar en la edición, redacción y revisión de materiales didácticos y libros de texto de Secundaria y Bachillerato hasta 2016, compaginándolo con la corrección de textos literarios. Actualmente, está más centrada en la corrección de narrativa y ensayo, aunque es su intención no abandonar del todo el mundo de la educación. Socia de UniCo. Tomó prestado el título de un poema de Luis Alberto de Cuenca para nombrar al blog en el que escribe sobre aquello que le apasiona: Filología y vida.

Ana Parrilla Santoyo
Ana Parrilla Santoyo
Ana Parrilla Santoyo (Sevilla, 1983) es licenciada en Filología Hispánica desde 2006 por la Universidad de Sevilla. Tras una breve incursión en el mundo de la enseñanza, se especializó en el sector editorial con diversos cursos de formación sobre corrección y edición. Desde 2011 trabaja como correctora de textos en español. Su experiencia docente la llevó a trabajar en la edición, redacción y revisión de materiales didácticos y libros de texto de Secundaria y Bachillerato hasta 2016, compaginándolo con la corrección de textos literarios. Actualmente, está más centrada en la corrección de narrativa y ensayo, aunque es su intención no abandonar del todo el mundo de la educación. Socia de UniCo. Tomó prestado el título de un poema de Luis Alberto de Cuenca para nombrar al blog en el que escribe sobre aquello que le apasiona: Filología y vida.

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