Si un evento se centrase exclusivamente en aportar formación, bastaría con disponer de máquinas que lo impartiesen: sería la línea más recta. Sin embargo, lo interesante siempre son las curvas y los virajes inesperados, y eso solo lo pueden aportar las personas, que son las que marcan la diferencia y quienes dan calidad a un encuentro.
Nace, crece, reprodúcete y muere: esa es la premisa básica que se va perfeccionando en boca de algunos hasta convertirse en todo un manual de cómo es el camino que hay que seguir en la vida, personal y profesional, qué hitos hay que alcanzar y, sobre todo, en qué orden.
En mi caso, esa línea que se suele concebir como una recta exacta, es más bien una sucesión de curvas y quiebros repentinos entre dos puntos, uno de los cuales no es necesariamente el final. Me licencié, abandoné por completo la traducción para explorar otros caminos profesionales, la retomé hace ahora casi diez años, me asocié a Asetrad hace solo un par de ellos, estuve a punto de ir al fantástico congreso de Zaragoza (siempre me quedará esa espinita clavada) y, al final, Elche fue mi primer encuentro, con el plus añadido de haber presentado mi candidatura para la Junta de la asociación.
Sin haber comenzado todavía ninguna actividad, estábamos distribuidos de forma espontánea en grupos de diversos tamaños, nadie estaba descolgado.
Con esa mochila llegué a la ciudad —desconocida para mí—, llevando también a cuestas los nervios típicos que preceden a cualquier actividad nueva. Sin embargo, el momento de recoger la acreditación el viernes fue el mejor preludio de lo que estaba por venir: ante la mesa de presentación se sucedían los saludos y los abrazos entre los que se habían visto en (múltiples) ocasiones anteriores. Y los que estábamos más apartados, como islotes perdidos, recibíamos una agradable acogida al aproximarnos al resto. Cercanía es la mejor definición: a los pocos minutos, sin haber comenzado todavía ninguna actividad, estábamos distribuidos de forma espontánea en grupos de diversos tamaños, nadie estaba descolgado.
Conocer a las personas reviste una trascendencia especial en mi caso, puesto que, tras muchos años siguiendo como lectora silenciosa las listas de distribución, acabé por saber cómo se llaman algunos de los participantes más asiduos. Es similar a la época del colegio: hay caras que no recuerdo, pero la retahíla de nombres y apellidos sigue saliendo de carrerilla. El encuentro de Asetrad no solo me permitió ponerles cara a algunos, algo que aporta sensación de familiaridad, sino algo más peculiar: ponerles voz. Desde ese fin de semana de abril, leer correos ya no es plano: ahora, si conozco al remitente, es imposible no reproducir en mi cabeza su entonación y forma particular de hablar mientras me sumerjo en las líneas que ha escrito.
Decía que las acreditaciones fueron un anticipo de la cercanía y de la afabilidad de los asistentes, y también de las sorpresas. La primera fue que el mentor asignado era José Manuel Manteca, con quien ya había coincidido hace años en un curso de Vigo. Queda de ese modo ratificado que es imposible asistir a una actividad de Asetrad y comenzar de cero: siempre hay caras conocidas. Por supuesto, durante los dos días que estuvimos en Elche, hubo tiempo para ponerse al día con otros compañeros, algunos incluso de mi misma ciudad.
En el universo de los seminarios y eventos similares, es habitual que todo gire en torno al congreso y que apenas quede tiempo para ver el sitio en que se celebra. Siempre me ha parecido extraño desplazarme a una ciudad, pernoctar varias noches en ella y salir de allí sin haber casi pisado sus calles ni haber descubierto su historia. Este año los organizadores del encuentro de Asetrad han sabido solventar a la perfección esta situación recurrente: la visita al Palmeral y el taller de trenzado no solo me aportaron mucha información valiosa y me descubrieron nuevos datos (¡resulta que las palmeras son plantas, no árboles!), sino que también sirvieron para apreciar y entender mejor la evolución y la historia de Elche. Si por algo se caracteriza esta profesión es por la necesidad de mantener siempre la curiosidad y las ganas de aprender, y nada mejor que tener la oportunidad de explorar el entorno más cercano.
Si por algo se caracteriza esta profesión es por la necesidad de mantener siempre la curiosidad y las ganas de aprender, y nada mejor que tener la oportunidad de explorar el entorno más cercano.
Además, la visita al Palmeral no solo resultó instructiva, sino que sirvió para seguir tejiendo lazos entre los primerizos y los veteranos en asistir a un evento de este tipo y dio paso a cañas y cenas con una organización más o menos espontánea. Se demostró que, donde caben ocho, pueden caber también catorce y que la conversación nunca termina. En esa parte más distendida, siguió resultando sencillo hilar cuestiones de todo tipo, relacionadas o no con el trabajo, recibir consejos de personas con dilatada experiencia o ver que los que llevan menos tiempo tienen opiniones muy fundadas y con propuestas igual de interesantes. Siempre he defendido y he oído hablar del compañerismo y el elevado grado de colaboración que hay en nuestro gremio, y estoy convencida de que la acogida nunca es de desconfianza ni se trata a los incorporados como competencia. Esta vez, pude experimentarlo de primera mano y reafirmarme en que, ante todo, somos personas, y que más allá de compartir una profesión, descubrir intereses comunes, experiencias vitales distintas o inquietudes diversas es un lazo de unión como ningún otro.
Al comienzo decía que hay quienes ven la evolución como una línea recta, de un punto a otro yendo por el camino más corto, y es frecuente que también las ponencias de los eventos se planteen como una comunicación unidireccional: quien está delante cuenta, el público escucha. Sin embargo, este encuentro discurrió más como ese conjunto de curvas y giros que describía en las primeras frases. Quienes estaban frente a nosotros compartían sus experiencias y proponían indicaciones, pero desde las butacas también llegaban dudas y aportaciones que daban pie a otras cuestiones que se resolvían entre los diferentes integrantes del público. No es frecuente ver ese intercambio real entre unos y otros, en el que se comparten resultados de pruebas y errores sin que uno sea más válido que el otro y donde los consejos y las opiniones solicitadas reciben respuestas sinceras.
No siempre resulta fácil visibilizar ese trabajo de hormiguitas que hay detrás de muchas acciones, no siempre buscar el bien común es sencillo.
Lo mismo viví durante la asamblea. Para mí era la primera y, si debo escoger cómo describirla, la palabra sería, sin duda, enriquecedora. Por supuesto, eso no es sinónimo de unanimidad. Al contrario, los puntos que suscitaron más debate pusieron de relieve posturas bastante alejadas, lo cual considero positivo: del debate surgen nuevas ideas y abren sendas que pueden llevar a sitios desconocidos. No siempre resulta fácil visibilizar ese trabajo de hormiguitas que hay detrás de muchas acciones, no siempre buscar el bien común es sencillo, pero quedó patente que se pueden exponer distintas posturas y que siempre existen voces conciliadoras dispuestas a reencauzar y a buscar consenso en torno al objetivo final. Los debates de este tipo son un indicador de que la asociación tendrá un largo recorrido, porque no despierta indiferencia y somos muchos los interesados en que siga progresando.
Lejos de concluir la parte interesante, tras la asamblea, la votación y el recuento de los votos para la nueva junta —que se extendió más de lo previsto—, experimenté lo que para mí fue una muestra más de flexibilidad y adaptación: buscar la opción de acomodarse todos, ofrecer ayuda, esperar con paciencia y facilitar la labor en la medida de lo posible. Todo ello refuerza la idea precedente del compañerismo y del espíritu de avance.
En medio de esa línea recta, Asetrad se desmarcó con un giro que dio cabida a la innovación: el Trivial ad hoc fue una vuelta de tuerca para divertirnos.
Hasta aquí, poco difiere de la parte más tradicional que se puede esperar de un encuentro de estas características: nace (recepción de asistentes), reprodúcete (información, ponencias, aprendizaje) y muere (clausura y cierre). En medio de esa línea recta, Asetrad se desmarcó con un giro que dio cabida a la innovación: el Trivial ad hoc fue una vuelta de tuerca para divertirnos, poner a prueba conocimientos e incluir aficiones de lo más variado. Preguntas de todo tipo que nos obligaron a usar lógicas dispares cuando la respuesta no era clara, debates y razonamientos dentro de los equipos y satisfacciones cuando se otorgaban los puntos. Esos ratos lúdicos que a veces no tienen cabida en nuestro día a día y que me sirvieron como recordatorio de que cualquier actividad nos puede enseñar algo.
Curvas y meandros también fue lo que trazamos durante las pausas para el café y la comida, no con la intención de evitar males, sino intentando aprovechar esos ratos para saludar a caras conocidas o poder continuar conversaciones iniciadas el día anterior y, cómo no, para ir saboreando también las distintas delicias. Aunque durante el día hubo un fin impuesto a estos momentos más distendidos para respetar el horario previsto, por la noche el ambiente de la cena de gala permitió olvidarse del reloj durante varias horas.
El encuentro de Asetrad fue, para mí, comunicación en todas las direcciones: entre los miembros de la asociación y también hacia afuera, para descubrir el entorno.
En una crónica no resulta sencillo transmitir las sensaciones de esas 36 horas, la verdad. No todo es lineal y en cada uno de los giros dados al oír una nueva voz y en cada charla iniciada estaba presente el querer aprehenderlo todo, la convicción de que ningún minuto fue vacío y que la suma de todas las partes tuvo un resultado fascinante. El encuentro de Asetrad fue, para mí, comunicación en todas las direcciones: entre los miembros de la asociación y también hacia afuera, para descubrir el entorno. Una pausa en medio de la rutina que recarga pilas, que permite reenfocar el futuro y que visibiliza, algo que considero necesario en una profesión a menudo solitaria. No tenía una expectativa definida al llegar, pero entre ese punto de inicio del viernes y el punto final del domingo sí se confirmó que será una cita fija en mi calendario.
Estrella Moreira
Licenciada en Traducción e Interpretación, ejerce como traductora desde hace diez años, después de haber formado parte de una empresa tecnológica durante varios años. Traduce del alemán y el inglés al español, sobre todo de textos relacionados con nuevas tecnologías (SEO, páginas web, localización), marketing (notas de prensa, revistas para empleados, textos para publicación electrónica) y documentación técnica de ámbitos como la electrónica, la electricidad, la construcción, la robótica y la automoción. Combina la traducción con la gestión de proyectos en ámbitos empresariales