A veces se confunde la fama con la visibilidad y la visibilidad con el deseo de figurar. ¿Debemos hablar de nuestro trabajo en todas las plataformas a nuestro alcance? ¿Qué tiene todo esto que ver con el síndrome del impostor? Y no, lo de Lady Gaga no es un clickbait (¿cibercebo? ¿ciberanzuelo?), en serio.
Mis amigos dicen que soy famosa. Yo siempre me río mucho porque sé que, ja, solo lo soy en el pequeño círculo de mi profesión o, en realidad, más bien, en un circulito dentro del pequeño círculo de mi profesión. Y en mi familia, que incluye a mis amigos.
Podría decirse que todo el mundo me ha leído, pero nadie me conoce (vale, es una exageración, pero por entendernos).
Eso sí, he tenido la grandísima suerte de traducir dos series de novelas que se han leído una barbaridad: Los juegos del hambre y Divergente. Así que podría decirse que todo el mundo me ha leído, pero nadie me conoce (vale, es una exageración, pero por entendernos).
Antes de empezar con lo de Lady Gaga, voy a remontarme al 2018 y el 2019, últimos años prepandémicos, cuando todavía podíamos juntarnos, abrazarnos y acudir a la Feria del Libro de Madrid. Esos dos años tuve el gran placer de pasar un ratito en la caseta que Asetrad montó en El Retiro, acompañada siempre por mi querido Manuel de los Reyes, y rodeados ambos de distintos compañeros de profesión que iban a firmar sus libros, como nosotros, o se ofrecían voluntarios para atender a todos los que se acercaban a preguntar. El caso es que, por un lado (sobre todo el primer año), nos sorprendió la cantidad de gente que se acercaba para que le firmáramos nuestras traducciones. Y, por otro…, constatamos que para el común de los mortales no existimos.
Para todas esas personas ajenas a la profesión, la traducción era un proceso mágico e invisible gracias al que, pardiez, de repente estaba todo en su idioma.
Y no, no exagero. Nuestras compañeras de Asetrad estuvieron haciendo una encuesta en la que una de las preguntas era, más o menos: «¿Cuál es la última traducción que has leído?». Que me perdonen si me equivoco con la formulación exacta, pero por ahí iba la cosa. Alguna gente acertaba a responder algo, pero la mayoría se quedaba completamente pasmada y decía: «No, si yo no leo traducciones». Cuando les insistían un poco, resulta que sí las leían, claro, tanto libros como cualquier otra cosa: prospectos de medicinas, etiquetas de champú, artículos de revistas… Para todas esas personas ajenas a la profesión, la traducción era un proceso mágico e invisible gracias al que, pardiez, de repente estaba todo en su idioma.
Ay, mira qué bien, ahí llega esa palabra: invisible. Sí que lo somos, incluso los que hemos traducido cosas (no solo libros) que han leído, visto o escuchado miles de personas. Venga, voy con Lady Gaga. Resulta que a la cantante se le ocurrió prenderse en la chaqueta un broche con forma de paloma para cantar en la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos. Por casualidades de la vida, muchos vieron un parecido entre el broche y el símbolo del sinsajo de Los juegos del hambre… y, de repente, la palabra sinsajo se convirtió en tendencia en el Twitter en español. Todo más o menos normal. Hasta que a mí se me ocurrió escribir este tuit:
Evidentemente, fuera de nuestra burbujita nadie tiene por qué saber en qué consiste nuestro trabajo.
La sorpresa fue por partida doble, ya que no solo recibí un montón de respuestas y corazoncitos de gente que no me conocía, sino también de gente que, a pesar de saber que había traducido los libros, no había caído en la cuenta de que también había traducido esa palabra. A mí, como traductora, me costaba comprender cómo era eso posible, pero, siempre procurando ponerme en la piel de los demás, llegué a la conclusión de que, evidentemente, fuera de nuestra burbujita nadie tiene por qué saber en qué consiste nuestro trabajo. Así que, temiendo que la gente, en vez de equiparar el «inventar el término en español» con traducirlo lo confundiera con «soy la creadora del mockingjay, el sinsajo y, si me apuras, las películas», escribí otro tuit explicándolo un poco.
Creo que hasta ese momento no fui realmente consciente de lo que significaba eso, de la cantidad de hogares y vidas en los que había entrado.
Y ahí se desató la locura. Miles de corazoncitos, respuestas y retuits en los que se me citaba y me daban las gracias por traducir esas novelas que tan importantes habían sido para tantas personas. Yo sabía, como digo, lo mucho que se habían vendido, pero creo que hasta ese momento no fui realmente consciente de lo que significaba eso, de la cantidad de hogares y vidas en los que había entrado; de que mis palabras, reflejo de otras, habían formado parte de la historia de miles de adolescentes. Fue muy emocionante, lo reconozco.
«Pero, tía, que llevas dando la tabarra con la invisibilidad de los traductores desde hace mil años, ¿te vas a esconder ahora?».
Como vivimos en un mundo en que el periodismo tira cada vez más de lo que se publica en las redes, ese fue el siguiente paso: me empezaron a llegar mensajes de periodistas que querían entrevistarme para periódicos, radios y blogs. De repente, todo el mundo se había enterado de que el término sinsajo se lo había inventado una persona. ¡La traducción existe! ¡Paren las rotativas! Los que me conocen en persona saben que, aunque en el mundo virtual sea una persona muy activa (incluso cabría decir que algo exhibicionista), en realidad soy muy tímida y tengo algo de fobia social. Así que cada vez que me llegaba uno de estos mensajes, sobre todo cuando eran para una entrevista por teléfono o para la radio, mi proceso mental era el siguiente: «¡Hala, soy famosa, soy la mejor, ole yo!… Estooo, ¿hablar con alguien por teléfono? ¿Responder preguntas? ¿La radio? No, no, no, no, me muero, ni loca. Además, los colegas van a pensar que solo busco atención… Pero, tía, que llevas dando la tabarra con la invisibilidad de los traductores desde hace mil años, ¿te vas a esconder ahora?».
Pero, amigas, si no nos cubrimos de lucecitas de colores para que nos vean, ¿cómo vamos a dejar de ser invisibles?
Total, que acepté todas y cada una de ellas, y pasé unas semanas subida a un pico de ansiedad constante. Y ahora vamos a la segunda (¿o es ya tercera?) parte del asunto: la visibilidad, la modestia, el qué dirán y el síndrome de la impostora. A ver si soy capaz de explicarlo. Poco después de que pasara todo esto que os cuento, unas amigas traductoras debatían sobre si debían hablar o no en sus redes sociales de sus últimas traducciones. Había quien decía que le daba pudor, ya fuera por el síndrome de la impostora (por si alguien después veía sus hipotéticos errores) o por temor a que se la considerara una presumida (al parecer, hay colegas que critican a los compañeros que promocionan su trabajo en las redes). Pero, amigas, si no nos promocionamos nosotras, ¿quién lo va a hacer? Si no le damos valor a nuestro trabajo, ¿acaso va a hacerlo alguien de fuera? Si no dejamos que nos vean… No, borra eso… Si no nos cubrimos de lucecitas de colores para que nos vean, ¿cómo vamos a dejar de ser invisibles? Y ¿cómo vamos a dejar atrás el síndrome de la impostora si no encontramos fuera esa visibilidad y ese reconocimiento, aunque solo sea un poquito?
Hace poco ha salido un libro que se llama, precisamente, El síndrome de la impostora, de Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot. La traducción es de María Eugenia Santa Coloma, cosa que no aparece en casi ninguno de los artículos en los que se habla del libro, como bien se quejaba ella en su cuenta de Twitter. No deja de tener gracia que, a la vez que se ensalza un libro que trata sobre la falta de autoestima que te lleva a dudar de tu valía, se invisibiliza a la persona gracias a la que puede leerse ese libro en castellano.
Sobre todo, que se os vea. Invisibles dentro del texto, pero visibles fuera de él.
En fin, resumiendo: daos autobombo, celebrad cada traducción a la que deis vida, hablad sobre vuestro trabajo, decid que sí a entrevistas, charlas y mesas redondas (si vuestro carácter os lo permite). Hablad bien fuerte, que se os oiga, y salid a la luz, que se os vea. Sobre todo, que se os vea. Invisibles dentro del texto, pero visibles fuera de él. Y si alguien tiene algo que opinar al respecto, adelante, que opine, faltaría más.
Pilar Ramírez Tello
Es traductora de inglés a español, especializada en narrativa juvenil, ciencia-ficción, fantasía y terror. Se dedica a la traducción a tiempo completo desde 2001, después de licenciarse en Traducción e Interpretación por la Universidad de Granada y hacer un máster en Literatura Comparada y Traducción en Binghamton University-SUNY (EE. UU.). Ha traducido más de noventa libros para editoriales como Nocturna, RBA o La biblioteca de Carfax, entre ellos la trilogía de Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, y la serie de Divergente, de Veronica Roth. Fue elegida por Pórtico como representante española para el premio a mejor traductor de la European Science Fiction Society en los años 2016 y 2020, y ganó en esta segunda ocasión.