Como reflejo de las diversas opiniones sobre la IA, hemos decidido publicar no uno, sino dos «dedos en el ojo». Dos visiones que pueden parecer contrapuestas, pero que son complementarias.
En este texto, la autora nos habla de que, a lo largo de los siglos en los que ha ido evolucionando la traducción, ha habido muchos cambios que han afectado a la forma de realizar el trabajo. Concretamente en los últimos decenios, la tecnología ha avanzado a pasos agigantados. Ahora nos encontramos en un momento en el que se avecina un cambio importante para la sociedad en general; ¿hasta qué punto nos puede afectar?
La traducción es una de las profesiones más antiguas del mundo. Es una afirmación manida, pero cierta: existe desde la época de la piedra de Roseta, o incluso antes, poco después de aparecer la escritura. En aquella época, las traducciones las hacían personas sabias que hablaban y sabían escribir los idiomas de origen y destino. Desde ese momento hasta hoy, han evolucionado mucho la forma de hacer este trabajo y la forma de vida.
Ahora se necesitan traducciones con una inmediatez que antes era impensable. Además, el volumen de documentos que se traduce es cada vez mayor.
En los párrafos siguientes, me centraré en la traducción, que es lo que conozco, pero lo mismo se podría decir de la interpretación y de la corrección. Ahora se necesitan traducciones con una inmediatez que antes era impensable. Además, el volumen de documentos que se traduce es cada vez mayor, tanto en literatura como en documentación profesional, especializada. Esto ha hecho que, a lo largo de los siglos, hayan surgido determinados medios para traducir mayores volúmenes cada vez más rápido, a la vez que ha habido muchos avances tecnológicos que han ayudado a alcanzar este fin. Algunos de estos medios son específicos para la traducción y otros son más generales y han cambiado la forma de trabajar en otras muchas profesiones —incluso la forma de vida—, en la mayoría de los casos, mejorándola.
No sé cómo se ha sentido el profesional de la traducción con tanto cambio (pasar de escribir a mano con distintos utensilios a la máquina de escribir, de ahí, al ordenador y de este, a las memorias de traducción), pero es algo que ha sucedido siempre, época tras época.
Ahora sabemos que los diccionarios no hacen que «todo el mundo» sea capaz de traducir.
Puede que, cuando empezaran a existir los diccionarios bilingües, nuestros colegas se aterrorizaran porque «ya todo el mundo podrá traducir». Ahora sabemos que los diccionarios no hacen que «todo el mundo» sea capaz de traducir ni de llegar, partiendo de un texto en un idioma, a otro que mantenga el mismo sentido y significado del original en otro idioma. El diccionario pasó a ser una muy buena herramienta para el traductor, ya que podía buscar de forma más sencilla el significado de alguna palabra que desconociera o de la que, al menos, no conociera la acepción empleada en el documento de origen.
Otro cambio importante fue la aparición de los ordenadores. Otro enemigo, una herramienta que tuvieron que aprender a utilizar. Era algo muy distinto a lo que estaban acostumbrados, muy caro y que no se sabría cuándo se amortizaría, en caso de llegar a amortizarse. Hoy en día, no entendemos la traducción sin esta herramienta que nos ha servido de gran ayuda. Solo de pensar lo que había que hacer cada vez que se te iba el dedo en el teclado de una máquina de escribir, nos echamos a temblar (aunque esta fuera de una generación intermedia, aquellas máquinas eléctricas que tenían unas líneas de memoria).
Cuando todo estaba tranquilo, aparecieron las memorias de traducción. Otra herramienta cara, que exigían algunos clientes y con la que, además, pretendían reducir las tarifas. Otro enemigo acechando que hacía peligrar la profesión.
Ahora todos trabajamos con memorias y glosarios; es mucho más cómodo tener los textos en una memoria que en un documento de Word o Excel.
Antes de que las memorias tuvieran un precio apto para autónomos, cuando solo las tenían las agencias, algunos colegas incluso tenían que traducir directamente sobre archivos bilingües en Word, en los que el idioma de origen estaba oculto, y tenías que andar con cuidado para no cargarte el código de inicio y fin de segmento. Sin memoria de soporte, porque no tenías el programa ni el dongle o mochila, dispositivo que permitía a la agencia volcar el archivo en su programa para generar la memoria que luego utilizaría, y que luego el traductor no podría aprovechar (y a veces solo te enviaban las frases que no se repetían, totalmente descontextualizadas; un engorro). Afortunadamente, pronto los dongles y los programas tuvieron un precio más o menos asumible. Ahora ya no hay que instalar un dispositivo de hardware, y todos trabajamos con memorias y glosarios; es mucho más cómodo tener los textos en una memoria que en un documento de Word o Excel.
Es otra ayuda, aunque hay que invertir dinero y tiempo para poder utilizarla y sacar el mayor partido a todo lo que nos ofrece. Una vez que se aprende, el ahorro de tiempo es muy considerable, además de la tranquilidad que da saber que no te has saltado ninguna frase, la facilidad con la que puedes ver cómo has traducido anteriormente un término determinado, la comodidad para consultar los glosarios…
Todo esto en cuanto a herramientas de traducción para el despacho, pero otro tanto ha pasado con las formas de comunicación, aunque supongo que este tipo de cambios siempre se ha visto como algo favorable. La aparición del fax hizo que no fuera necesario desplazarse ni utilizar el correo postal para recibir y enviar un trabajo, con la pérdida de tiempo que eso implicaba; un tiempo que se podía emplear en trabajar y entregar un mejor producto. Ya internet fue una gran revolución; esto cambió la vida a la mayoría: teníamos acceso a diccionarios, documentos, glosarios, páginas web de empresas del sector en el que estábamos trabajando… Y, no menos importante, podíamos comunicarnos con personas que estaban en la otra punta del mundo sin un gran coste y en tiempo real. En la actualidad, no es necesario trabajar para clientes que vivan en nuestra ciudad, ya que la forma de trabajar es la misma que con los que están a miles de kilómetros.
A estas alturas, todo el mundo sabe que, aunque los motores hayan avanzado mucho, en general, la TA no proporciona buenas traducciones.
Nos acercamos a la actualidad y siguen los cambios. Hace relativamente pocos años, apareció la traducción automática (TA) y, con ella, la posedición. A estas alturas, todo el mundo sabe que, aunque los motores hayan avanzado mucho, en general, la TA no proporciona buenas traducciones y por todos lados encontramos ejemplos de fallos más o menos graciosos o incluso peligrosos, según a lo que afecten. La posedición es una forma nueva de enfrentarse a la traducción: ahora nos envían una traducción —que puede ser aceptable o realmente mala— y toca «revisarla». Otra cosa en la que formarse e invertir tiempo y dinero. El principal problema es que, muchas veces, los clientes creen que poseditar (revisar una traducción automática) es lo mismo que revisar el texto que ha traducido un humano. Nos llega un texto para revisar, pero procede de una TA, y eso conlleva mucho más trabajo que el de una revisión y, a veces, incluso necesita más tiempo que el empleado en hacer una traducción íntegra del documento desde cero. Quienes trabajan en esto lo han resuelto aplicando tarifas por horas y avisando al cliente si van a ser muchas las horas necesarias para arreglar el desaguisado o, directamente, rechazando el encargo. Hay profesionales que la utilizan sin problema y otros que se resisten a hacerlo.
Cuando tenemos todo tan organizadito y tan bonito y empezábamos a superar la fase anterior y a educar a los clientes, llega la dichosa IA, estrechamente relacionada con la TA.
Cuando tenemos todo tan organizadito y tan bonito y empezábamos a superar la fase anterior y a educar a los clientes, llega la dichosa IA, estrechamente relacionada con la TA. Y esta no afecta solo a profesionales de la lengua, sino a muchas más profesiones: en televisión vemos que los periodistas están horrorizados: habrá presentadores virtuales, más guapos y que hablarán más claro que los humanos. Los correctores pueden dar fe de que ya les llegan engendros redactados con IA para que los dejen «bonitos», sin avisarles de que los ha escrito una máquina.
Desde luego, esto sí que nos está afectando o nos va a afectar. ¿Tendremos que utilizarla todos y, dentro de unos años, nos parecerá normal que forme parte de nuestro trabajo? ¿Bajará el nivel de encargos porque todo el mundo podrá redactar y traducir un texto con IA y TA y nos limitaremos a supervisar que el resultado final sea aceptable? Todavía no hay una respuesta clara para esto. Puede ser, siempre que las tarifas que se apliquen permitan vivir de la profesión; si no es así, habrá que dejarla. Dependerá mucho del tipo de texto.
No obstante, en mi opinión, puede que la forma de trabajar y de facturar cambie (pasar a facturar por tiempo en vez de por número de palabras, por ejemplo), pero siempre habrá algo para lo que se necesite la inteligencia humana. No sabemos cuánto tiempo tardará esta nueva realidad en convertirse en un hábito, pero creo que es muy probable que sea más pronto que tarde.
La diferencia de este cambio respecto a otros que ha sufrido la profesión es que este afecta a muchos más sectores y que están bombardeándonos con la IA por todos lados, lo que hace que, a veces, nos sintamos saturados con tanta información y con la continua operación de marketing a que nos vemos sometidos.
En nuestra profesión, puede ser cuestión de vida o muerte que un trabajo de traducción esté bien o mal hecho. Y esto no lo podrán hacer las máquinas.
Desde luego, lo que no pueden desaparecer son todas las formas de trabajo. El trabajo mecánico lo hace un robot, y el intelectual, la IA. Pero habrá que «formar» a estas herramientas y revisar que lo que hacen no esté mal. En nuestra profesión, puede ser cuestión de vida o muerte que un trabajo de traducción esté bien o mal hecho. Y esto no lo podrán hacer las máquinas. También habrá que ver cómo se gestiona la confidencialidad debida con que desempeñamos nuestra profesión.
Desde mi punto de vista, lo que no podemos hacer es ignorar la existencia de la IA; con darle la espalda no se va a solucionar nada. Al contrario, podemos quedarnos fuera de algo que ya ha llegado. Todavía falta mucha regulación para que la podamos utilizar en el ámbito laboral, pero por ir aprendiendo a utilizarla no se pierde nada, eso que vamos adelantando.
Tengo que decir que yo también he «jugado» con ChatGPT y le he puesto a resolver ejercicios de química a nivel de bachillerato, y algunos los ha resuelto bien, pero otros no. Por lo que, de momento, no asumiría el riesgo de utilizarlo para trabajar, teniendo en cuenta, además, que no garantiza la confidencialidad a la hora de introducir un documento para traducirlo o mejorar su redacción. Habrá que ir viendo las distintas opciones de IA que están surgiendo y ver cuál se adapta mejor a nuestras necesidades.
La incertidumbre, en mayor o menor medida, nos puede generar ansiedad. Nos enfrentamos a lo desconocido, que ya está llegando, y no sabemos cómo nos puede afectar en el plano profesional y, por ende, en nuestra vida personal. ¿Podemos seguir trabajando como hasta ahora, resistiéndonos a utilizarlo, o tenemos que empezar a ver cómo funciona por si acabamos teniendo que utilizarlo? ¿Ha llegado el momento de empezar a formarnos y a investigar sobre ello? Tener formación y estar informados nunca está de más.
Si no queremos aceptar todo lo que proponga el cliente al respecto de la IA, tendremos que poder argumentar el motivo por el que no estamos de acuerdo con él, de forma que pueda apreciar los beneficios de optar por el traductor humano desde el primer momento. En fin, puede que lo más conveniente ahora sea aplicarnos la consabida expresión: «A Dios rogando y con el mazo dando».
Concha Vargas
Es licenciada en Ciencias Químicas por la Universidad Complutense de Madrid. Después de realizar varios cursos sobre traducción, en el año 2000 empezó a trabajar como traductora autónoma de inglés a español. Traduce fundamentalmente temas científicos, técnicos, farmacológicos y médicos. Es socia de Asetrad casi desde el principio de su andadura y siempre ha estado implicada en las labores asociativas, siendo tesorera en varias juntas. También es socia plena de Tremédica.