A primeros de septiembre, La Linterna convocó a la familia asetradera a opinar sobre la IA. Aquí publicamos nueve respuestas en las que nueve integrantes de Asetrad comparten sus visiones sobre el tema. Las posturas son diversas: desde visiones apocalípticas hasta palabras conciliadoras o incluso esperanzadas. Es una buena representación de las diversas posiciones que encontramos en nuestro gremio.
Nota importante: Asetrad y La Linterna del Traductor no se hacen responsables de las opiniones expresadas en este debate, que no necesariamente reflejan la postura de la asociación, de su Junta Directiva ni del equipo de dirección de la revista ante este tema.
Yo elijo la vida
Isabel Castellanos Ruiz
Isabel es traductora de inglés y francés a español especializada en literatura, economía y traducción jurídica. Vive en Alcalá de Henares con su adorable perrita Arya. «Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro» (Lord Byron).
Hace mucho tiempo, en un lugar muy cercano, una joven traductora tecleaba con afán su traducción en su máquina de escribir. «¡Ahora tengo que ir a entregarla, con la de trabajo que tengo!», exclamó. Al cabo de unos años, y de estudiar por correo traducción especializada, se compró su primer ordenador, con el que ya podría dejar grabados sus trabajos y usar menos papel. Pero tenía que seguir entregándolos en mano, puesto que aún no había aparecido Internet. ¡Esos primeros módems, que tardaban en comunicarnos casi lo que las señales de humo! El trabajo se multiplicó. Pero entonces vino la crisis económica de 2008, último estertor en Europa de la devaluación de precios que conllevó el paso al euro. Por aquel entonces, esta traductora, que había estado trabajando en el campo de la economía, empezó a ver disminuir los encargos… Otra vez. Un nuevo vaivén. Quince años después, el panorama geopolítico y económico, fruto de la globalización y el auge de las políticas neoliberales, vuelve a sacudirse, cuando ya todos pensábamos que algún día recobraríamos la paz. Y para colmo, la IA.
El mundo, nuestras vidas, están en constante movimiento, y como no tomemos las riendas con mano firme, nos caeremos de la silla.
Pues no, señoras y señores. El mundo, nuestras vidas, están en constante movimiento, y como no tomemos las riendas con mano firme, nos caeremos de la silla, como pusilánimes quejumbrosos que no han parado en sus vidas de lamentarse porque cualquier tiempo pasado fue mejor. El enemigo está dentro de nosotros, no fuera. Es ahogar nuestra curiosidad natural como comunicadores entre lenguas en el vaso de agua de la incomprensión y el prejuicio: debemos conocer, manejar y liderar el desarrollo y la aplicación de la IA y gestionar todas sus implicaciones éticas, económicas y legales, buscándole un acomodo en nuestras vidas, porque esto no ha hecho más que comenzar. No perdamos la oportunidad de ponernos por delante.
Solía decir mi abuela, cuando se enfrentaba a una de esas pequeñas o grandes sacudidas de la vida, con esa infinita y escuetamente resumida sabiduría de la gente mayor: «O me muero, o me vivo». Como ella, yo elijo la vida.
Inteligencia artificial: una revolución para nada desdeñable
Amanda Victoria González Fernández
Amanda es copywriter y traductora de inglés y francés a español especializada en moda, belleza y marketing. Socia profesional de Asetrad.
Antes de dar mi opinión sobre la inteligencia artificial me parece necesario lanzar una pregunta al aire para que reflexionemos: ¿sabemos qué es realmente? Escucho a voces de diferentes sectores compartir ideas sobre qué puede hacer o no, los puestos de trabajo que va a destruir, el increíble poder de transformación que representa para las sociedades… Pero me pregunto si podrían darme una definición de cómo funciona una IA exactamente.
Según esta noticia, publicada en el sitio web del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del Gobierno de España, «las inteligencias artificiales utilizan algoritmos y modelos matemáticos para procesar grandes cantidades de datos y tomar decisiones basadas en patrones y reglas». Si nos ceñimos a esta definición, no creo que podamos ni debamos atribuirles las características de raciocinio ni pensamiento que tanto hemos escuchado.
No soy ajena a que el objetivo final de las empresas es conseguir la IA general, es decir, un sistema autónomo que supere las capacidades humanas en la mayoría de las tareas valiosas desde el punto de vista económico. No obstante, actualmente se trata de un caso hipotético que dista mucho de las herramientas a las que tenemos acceso y que son las que se supone que nos están quitando el trabajo.
Si se la hubiera llamado «modelo probabilístico» habría tenido mucho menos gancho, pero habría definido con más exactitud qué es y qué hace.
Bajo mi punto de vista, uno de los principales problemas de la inteligencia artificial es el nombre que se le ha dado. Si se la hubiera llamado «modelo probabilístico» habría tenido mucho menos gancho, pero habría definido con más exactitud qué es y qué hace. La IA actual es una secuencia de reglas o se basa en cantidades ingentes de datos: no tiene sentimientos, no piensa, no razona y no crea de forma consciente. No estamos ante el próximo ascenso de las máquinas ni ante el Yo, robot de Asimov, pero sí ante una revolución tecnológica.
Creo que las personas que nos dedicamos a la traducción debemos ser conscientes de que la inteligencia artificial ha venido para quedarse, aunque todavía no esté claro hasta qué punto. En estos años se han producido incursiones aceleradas en la industria que han dejado a muchos profesionales sin trabajo o en una situación precaria. Esto es un toque de atención para el resto: no debemos enterrar la cabeza ni esperar a que pase la tormenta, sino aprender a coexistir.
Considero que la formación de calidad, planteada según las necesidades de nuestro sector, es clave para adquirir los conocimientos apropiados con que defendernos. Entender cómo funcionan las nuevas herramientas que ofrecen a nuestros clientes resulta esencial para comprender al «enemigo» y poder desarmarlo con argumentos de peso.
Rechazar de plano la opción de comprender desde dentro qué hace bien y en qué falla la inteligencia artificial me parece un error que puede salirnos caro. No digo que accedamos a cualquier tarifa ni que aceptemos todos los trabajos que nos ofrezcan, pero sí que abramos un poco la mente a que el mundo cambia. De la misma forma que los traductores de antaño dejaron a un lado la pluma para escribir a máquina y, después, teclear en un ordenador, veo probable que a nuestra generación le toque cambiar su forma de trabajar (y pensar). Estamos viviendo un progreso tecnológico sin precedentes, con todas sus ventajas y desventajas. ¿Por qué no sacamos por un momento la cabeza de la «traducueva» y sopesamos qué provecho podemos sacarle para nuestras vidas personales o profesionales?
¿IAhora qué?
Marcial González Ayela
Marcial es graduado en Traducción e Interpretación por la Universidad de Alicante y estudiante del Máster Universitario en Interpretación de Conferencias de la Universidad de Granada.
La inteligencia artificial está revolucionando muchos puestos de trabajo. Da igual del ámbito del que se trate: todos, independientemente de su naturaleza y todos, en mayor o menor medida, se ven influenciados por esta avalancha tecnológica. Uno de los campos que es testigo de primera mano de este radical cambio es, sin duda, el de la traducción y la interpretación. Efectivamente, la traducción automática (sobre todo la que se basa en modelos de redes neuronales) está cobrando cada vez más importancia en el ámbito profesional y suscita, al mismo tiempo, muchas dudas y preguntas. Ahora bien, resultaría muy interesante reflexionar sobre su uso y, en particular, sobre su finalidad o, lo que es lo mismo, buscar las respuestas adecuadas a preguntas como: ¿hago un uso responsable de la traducción automática?, ¿para qué recurro a la traducción automática?, ¿por qué la utilizo? Son muchas preguntas y, sin duda, las respuestas pueden llegar a ser infinitas. Todo depende de los criterios de cada persona.
En mi opinión, la traducción automática no ha venido para sustituirnos, sino que creo que tenemos que concebirla como una ayuda o, lo que es lo mismo, como una herramienta accesoria. Soy de las personas que piensa que traducir o interpretar va mucho más allá de lo lingüístico, pues hay muchísimos más parámetros que entran en juego (cognitivos, contextuales, etc.). Para aquellas personas que piensan que traducir e interpretar es transformar un material lingüístico en una lengua de partida en otro material lingüístico en una lengua meta sin tener en cuenta otros factores, entonces sí, creo que la traducción automática nos va a reemplazar. Ahora bien, si concebimos la traducción y la interpretación como ejercicios más elaborados en los que se consideran parámetros de otra naturaleza, entonces, desde mi punto de vista, no nos sustituirá. Efectivamente, cuando uno traduce o interpreta (como es sabido, ambas actividades presentan algunas características comunes) a nivel profesional, debe tener en cuenta todos los factores pertinentes… para esa traducción o interpretación. Es muy probable que la pertinencia de esos factores varíe para otro encargo. Pero, es ahí, justo ahí, donde tiene que intervenir el buen profesional; es ahí donde tiene que mostrar su capacidad camaleónica y, por ende, saber adaptarse a cada encargo de manera pertinente. Ahí creo que radica la diferencia entre traducir o interpretar profesionalmente y hacerlo a nivel amateur. Creo que, de esta manera, podremos crear una seña de identidad clara y bien delimitada y darle, así, los atributos necesarios a estas maravillosas profesiones.
Traducir e interpretar es ir a la intención, al sentido, al vouloir dire, a lo humano… algo que un sistema de traducción automática nunca podrá hacer.
Para alcanzar este objetivo, resulta necesaria la irrupción de muchos actores. Desde planes de estudios universitarios adecuados hasta la ética profesional pasando por muchos otros. Solo así podremos crear esa seña de identidad, es decir, una seña de identidad que dé esa luz a esta profesión y que ni la inteligencia artificial ni el intrusismo puedan apagar. Porque, al fin y al cabo, traducir e interpretar es ir a la intención, al sentido, al vouloir dire, a lo humano… algo que un sistema de traducción automática nunca podrá hacer.
![Una mano robótica y una mano humana se acercan.](https://lalinternadeltraductor.org/wp-content/uploads/manos-robot-humano.jpg)
![Una mano robótica y una mano humana se acercan.](https://lalinternadeltraductor.org/wp-content/uploads/manos-robot-humano.jpg)
Automatización en la traducción: entre telares, algoritmos y asunción de responsabilidades
Arnau Guix Santandreu
Arnau es abogado y economista. Apasionado del aprendizaje de lenguas románicas y traductor ocasional.
El mundo está cambiando a pasos agigantados y no sabemos con exactitud hasta dónde nos llevará la llamada «inteligencia artificial». Pero sabemos que los algoritmos y formas de procesamiento automático de la información, ya muy elaborados, están transformando nuestras vidas y están incidiendo sobre los trabajos de tipo intelectual. Sin lugar a duda, a no ser que se produzca un cataclismo poco probable, continuarán haciéndolo con mayor intensidad durante esta década.
Entre estos puestos de trabajo afectados, los y las profesionales de la traducción están padeciendo las consecuencias de esta oleada tecnológica que es comparable con la mecanización de los telares a finales del siglo xviii y principios del siglo xix. Igual que en el caso de la artesanía de la confección, estamos viendo hoy en día como personas trabajadoras cualificadas y con grandes destrezas son reemplazadas progresivamente por operarios de tareas repetitivas y poco gratificantes. La posedición y las «microtareas» de traducción tienen un parentesco nada desdeñable con las tareas de preparación de las lanzaderas, con hilos de lana atados, y la supervisión de los telares mecánicos durante su funcionamiento repetitivo alimentado por austeras correas de transmisión.
El auge de tecnologías avanzadas también coincide con una tendencia a la polarización laboral. Sí, es como una sección de una canal que transporta agua o la cuerda donde todavía saltan algunas personas menores de edad: los extremos son más altos que el centro, que se flexiona con el paso del tiempo. En el mercado laboral de los países de economías desarrolladas existe esta tendencia desde hace más de veinte años: en un eje horizontal que representa el espectro de la complejidad de las tareas, y un eje vertical que representa el número de empleos, parte de las tareas altamente cualificadas y parte de las tareas más simples —cuellos de botella de ingeniería como los trabajos de limpieza— terminan polarizando la sociedad entre los presuntos «ganadores» y «perdedores».
Todavía existen «diques» que pueden proteger a la llamada «clase media» de las oleadas de automatización y, especialmente, a los y las profesionales de la traducción.
Todavía existen «diques» que pueden proteger a la llamada «clase media» de las oleadas de automatización y, especialmente, a los y las profesionales de la traducción. Creo que, en este terreno, el ámbito más resistente todavía es el de la traducción jurada, que implica que una persona se responsabiliza de la calidad y fidelidad de una traducción con un contenido jurídico vinculante. Un algoritmo o una empresa, por definición de las cláusulas de disclaimer que estamos tan acostumbrados a leer (generalmente por encima) cuando aceptamos las condiciones de un servicio virtual, difícilmente terminará asumiendo estas responsabilidades. Además, una traducción jurada no puede ser producida por cualquier traductor/a con formación específica; tiene que disponer de una habilitación de una Administración pública, como el Ministerio de Asuntos Exteriores. Está claro que la automatización también puede regularse o estabilizarse mediante las leyes adecuadas.
Tengo la sospecha de que el «dique» de la traducción jurada puede llegar a generar importantes fricciones entre los propios profesionales de la traducción: unos pueden pensar que los avances tecnológicos incrementan su productividad en sus traducciones juradas, en una época en que la incertidumbre está a la vuelta de la esquina, y que ahorrar cuando se puede (o sobrevivir) es una decisión conveniente, y otros puede que vean que la marea del cambio tecnológico los arrastra a la precarización extrema sin que puedan gozar de la protección de un muro de contención presuntamente privilegiado.
Como miembro de Asetrad, me gustaría que esta y otras asociaciones de profesionales de la traducción tuvieran en cuenta ambas sensibilidades y apoyasen a la parte más débil en este proceso de transición complejo, considerando a la vez que proteger a la traducción como actividad intelectual es contribuir a preservar el patrimonio cultural del país. Con los telares mecánicos perdimos un saber acumulado sobre la confección artesanal. No permitamos ahora que la riqueza del lenguaje y el diálogo intercultural se dañen de forma irremediable.
El colapso de una profesión
Isabel M. Martos
Isabel es traductora de alemán e inglés, intérprete en el ámbito sanitario y máster en Traducción Médico-Sanitaria por la Universidad Jaume I. Actualmente, reside con su marido y sus cuatro hijos en la ciudad hanseática de Hamburgo (Alemania).
A través de esta columna, y al contrario de lo que pueda sugerir su título, pretendo contribuir con un pequeño grano de arena a la edificación continua de nuestra profesión, la traducción, y al éxito de quienes la desempeñan.
La IA generativa, la que parece haber usurpado la mesa de trabajo de muchos profesionales de la lengua, si se le requiere, redacta textos sumamente elocuentes, de un gran valor informativo y bien fundamentados, en apariencia. Asimismo, traduce, con más o menos acierto, desde y hacia una gran cantidad de idiomas.
Como ocurre con casi todas las novedades, la IA generativa ha desencadenado posturas contrapuestas aderezadas con matices de todos los colores. Por un lado, están las de aquellos diametralmente opuestos y que la rechazan y la consideran el fin de nuestra profesión. Por otro, las de quienes arguyen que supone un avance que se habría de adoptar. En medio, las de los escépticos y cautelosos, que no se inclinan ni para un lado ni para el otro.
Por lo que a mí respecta, pertenezco a aquellas personas que gustan de aferrarse a lo conocido, más neofóbica que neofílica; pero si me he de inclinar en esta cuestión por alguna de las dos posturas, paso el tamiz de la razón y una pulsión instintiva me revela que contribuyo más a mi bienestar conociendo y abrazando las novedades que dándoles la espalda, pues, dado el caso, será más fácil combatir conociendo los puntos débiles. Y he aquí el motivo por el que abogo por la formación en IA.
Si conocemos su funcionamiento y las ventajas que nos aporta, podremos emplearla en nuestro beneficio y utilizarla, por ejemplo, como refuerzo en las tareas de documentación previas a la traducción. O en la elaboración del borrador de un glosario. O para ayudarnos a arrancar en esos días en los que las capacidades cognitivas parecen no despertar y las palabras quedan enterradas en lo más profundo de nuestros cerebros. Podemos emplearla, en definitiva, como una herramienta que, sin embargo, no sustituye la intervención de una inteligencia real.
Si conocemos su funcionamiento y cuáles son sus desventajas, podremos asesorar a esos clientes interesados en el uso de la IA. Podremos decidir con criterio cuándo sí y cuándo no puede constituir un obstáculo o un refuerzo. Podremos, en definitiva, ponerla a nuestro servicio.
Los que hemos asistido al nacimiento de la IA solo tenemos dos opciones: abrazar el cambio y transformarnos con él o resistirnos y quedar, a la postre, en desventaja competitiva.
La IA es una herramienta más, como lo son los programas de traducción asistida por ordenador (TAO) o las memorias de traducción, cuya aparición —anterior al desarrollo de mi uso de razón— también revolucionó nuestro sector y suscitó opiniones para todos los gustos. Esto me lleva a ahondar un poco más. Las nuevas generaciones de traductores se iniciarán en nuestra profesión con la IA de por medio, y lo harán con la completa naturalidad con la que los traductores de la mía nos formamos en los programas TAO y sus memorias de traducción. Ante el panorama que nos brinda esta verdad inapelable, los que hemos asistido al nacimiento de la IA solo tenemos dos opciones: abrazar el cambio y transformarnos con él o resistirnos y quedar, a la postre, en desventaja competitiva.
Por estos motivos, y al margen del debate sobre las medidas reguladoras y todos los inconvenientes que, sin duda, conlleva la irrupción de la IA en nuestras realidades, considero que debemos concederle la oportunidad y emplearla a nuestro favor. Al fin y al cabo, no podremos influir si no nos permitimos intervenir.
![Micrófono](https://lalinternadeltraductor.org/wp-content/uploads/microfono-1024x683.jpg)
![Micrófono](https://lalinternadeltraductor.org/wp-content/uploads/microfono-1024x683.jpg)
IA, IA, ¡OH! La inteligencia artificial como asistente creativa
Paula Marrodán Montiel
Paula es traductora de alemán e inglés a español, especializada en traducción jurídica, transcreación y en tejerse su propia ropa.
La IA, ese ente omnipresente que parece generar una controversia constante. Alabada, temida, detestada… La velocidad vertiginosa a la que avanza, la falta de información y la gran incertidumbre que genera hacen que sea difícil posicionarse al respecto. Viene acompañada de una parte oscura que no termina de esclarecerse, pues cuestiones como la confidencialidad y procedencia de los datos, la violación de derechos de propiedad intelectual o el impacto medioambiental son algunos de los problemas que, como es lógico, despiertan recelo y reticencia a su uso.
En lo que afecta directamente a nuestra profesión, está claro que la IA puede percibirse como un peligro para esta (sobre todo cuando se asimila con la traducción automática), pero también puede servirnos como una herramienta de apoyo que incorporar a nuestro espacio de trabajo.
Si bien las mejoras de la traducción automática en los últimos años son evidentes, es importante recalcar que no son tan extraordinarias como parece creer la opinión general. Desde nuestro sector, que es el que posiblemente mejor conozca sus resultados, se hace necesario desmitificar las virtudes de esta tecnología. Así, partimos de la base de que la función de los profesionales humanos continúa siendo imprescindible. Teniendo esto claro, la IA nos ofrece recursos potentes para ayudarnos en nuestro trabajo diario. Quienes nos dedicamos a la traducción creativa, sabemos que solo un ser humano es capaz de interpretar todos esos matices propios de los contenidos publicitarios, entender a su público objetivo, captar la filosofía de una marca y transmitir su esencia. Reformular, reescribir, crear… La máquina no sabe hacer de nada de eso. Al fin y al cabo, (disculpad la perogrullada) es una máquina.
La traducción creativa necesita de ideas y, muchas veces, la IA puede dárnoslas. Podemos pensar en ella como un asistente que está disponible cuando lo necesitamos.
A pesar de todo, los traductores también tenemos límites: esa crisis al enfrentarnos a la hoja en blanco, sin ser capaces de empezar, esa palabra perfecta que se nos escapa, ese título que no termina de convencernos. La traducción creativa necesita de ideas y, muchas veces, la IA puede dárnoslas. Podemos pensar en ella como un asistente que está disponible cuando lo necesitamos. Contribuciones a nuestra lluvia de ideas, sinónimos infinitos, reformulaciones, colocaciones… Además de ser una fuente inagotable de datos, nos ofrece algo que hoy en día prácticamente exigimos en muchos aspectos de nuestra vida: inmediatez. Por supuesto, es fundamental utilizar sus recursos con criterio, ser conscientes de sus limitaciones y sus sesgos y entenderlos como lo que son, un apoyo.
Entretanto, tendremos que seguir informándonos, formándonos y siendo cautos con su uso y su alcance, pero, por el momento, puede ser muy útil aprovechar las ventajas que nos aporta. En definitiva, tratar de emplearla a nuestro favor, aunque muchas veces quiera utilizarse en nuestra contra.
El virus de la IA
Ana Navalón
Ana traduce libros, películas, series, copies de marketing y lo que se tercie.
Si os soy sincera, hasta hace un año consideraba que «IA» era tan solo un palabro de marketing, uno de esos neologismos que al final acaban perdiendo su significado y teniendo otro porque lo aplicamos a todo. Sin embargo, no es así.
Últimamente, todo parece girar en torno a este término, así que lo diseccioné, como cuando nos encontramos con un concepto nuevo en una traducción, pero, cuanto más aprendo de ese vocablo, más convencida estoy de que no es una etiqueta llamativa para venderte algo. La IA generativa, esa que amenaza con quitarnos el pan, es un virus para la creatividad. Y deberíamos actuar contra ella igual que contra el covid: protegiéndonos, investigando y divulgando.
No solo es un parásito que se alimenta de otras obras, muchas veces sin consentimiento, sino que la exposición a los textos que produce merma las habilidades lingüísticas de los usuarios.
No solo es un parásito que se alimenta de otras obras, muchas veces sin consentimiento, sino que la exposición a los textos que produce merma las habilidades lingüísticas de los usuarios. Es un virus informático, un agente que, según la definición del DRAE, se introduce en un ordenador y «afecta a su funcionamiento destruyendo total o parcialmente la información almacenada». Cada vez que corregimos a la máquina, perdemos lo que nos diferencia de ella, como bien nos cuenta Ana Guerberof en sus estudios sobre posedición.
Muchas editoriales ya se han puesto la mascarilla en forma de cláusulas nuevas en los contratos. Estas recogen que el traductor se comprometa a hacer una traducción humana y que ambas partes no alimenten la IA con el texto. Así que yo también me he puesto mis EPI para incluir más cláusulas: que no haya IA, ni en corrección ni en ilustración ni en ninguna otra parte del proceso de los libros en los que yo trabajo. Porque este virus no afecta a un solo colectivo; es un problema ético que nos atañe a todos y deberíamos combatirlo con interseccionalidad.
En esa línea de lucha colectiva, la UE busca regularla, ha habido huelgas, por ejemplo, la de actores de Hollywood en 2023 o la de ilustradores, pero en nuestro sector no veo a tantos compañeros como me gustaría guardando cuarentena. Veo, eso sí, a muchos lavándose las manos, como hacíamos en pandemia, pero en el sentido metafórico de desentenderse. No es el futuro, no es una especialidad a la que debemos adaptarnos. La IA solo ayuda a quienes se están aprovechando y lucrando con ella. Es un dispositivo más que les permite a las empresas reducir costes a la hora de acceder a unas habilidades (traducir) mientras impide que quienes poseen esas habilidades (los traductores) reciban una remuneración digna.
Como hicimos en 2020, un virus se investiga, la información es poder. En mis pesquisas, me reuní con una empresa que intentó venderme una maravillosa IA para traducir cómics. No le compré la moto ni dejé que se aprovechara de mi trabajo creativo, pero me volví a casa con herramientas. Ahora sé qué editoriales sí la han comprado, cuánto les ha costado, cuánto quieren recuperar de esa inversión. Sé que esa herramienta no cumple la LPI, que almacena y utiliza traducciones sin consentimiento… Y, con esos datos, individuos y asociaciones podemos preparar una estrategia, una vacuna para inmunizar y proteger al sector.
Por eso deberíamos divulgar esta información. ¿Acaso no somos los traductores puentes entre culturas? ¿Comunicadores y mediadores? ¿No hacemos la literatura universal? Hagamos también universal la información sobre esta lacra. Sin perder la ética, sin traicionarnos a nosotros mismos ni a nuestra profesión.
Me dejo muchas reflexiones en el tintero, pero os paso la pelota, compañeros. Ya que eso, reflexionar, es lo que siempre nos ha diferenciado de una máquina.
¿A quién roba la IA?
Teresa Sans
Teresa es traductora e intérprete jurada de francés y de inglés, e intérprete de conferencias miembro de AICE. Tiene una dilatada trayectoria como traductora e intérprete autónoma, especializada principalmente en materia jurídica, financiera, mercantil, ambiental y técnica.
Todo el mundo es consciente de que las grandes empresas de inteligencia artificial rastrean agresivamente Internet para extraer datos de forma gratuita… Saquean sistemáticamente —entre otras muchas cosas— toda la información publicada en varias lenguas, en cualquier formato: páginas web, libros, revistas, catálogos y publicaciones diversas, interpretaciones, doblajes y subtítulos, cuentas anuales, etc. Así es como alimentan los LLM (modelos de lenguaje de gran tamaño) que permiten una traducción instantánea aproximativa a partir de millones de textos y mensajes traducidos previamente.
La verdadera víctima de este saqueo es nuestro cliente, que probablemente ni siquiera sea consciente de esta nueva forma de parasitismo.
El público está encantado con la posibilidad de disponer de «traducciones gratis». Parece que nadie siente reparo en aprovecharse del lento y laborioso trabajo de los traductores a lo largo de los siglos. Pero, si lo pensamos bien, en realidad no es a nosotros a quienes están robando, puesto que nosotros ya cobramos nuestras traducciones en su día: la verdadera víctima de este saqueo es nuestro cliente, que probablemente ni siquiera sea consciente de esta nueva forma de parasitismo.
Sí que se escuchan quejas de que la «plaga de langostas digitales» incrementa enormemente el tráfico de Internet, ralentiza el funcionamiento y dispara el consumo eléctrico y los costes de los sitios web, pero creo que hasta ahora nuestros clientes no han tomado conciencia de que esta práctica explota ilícitamente todo lo que llevan invertido en traducciones de calidad para que los proveedores de IA se lo regalen al primero a quien se le ocurra pedir traducciones a través de un chat.
Sería conveniente que las asociaciones de traductores, quizás en cooperación con otras organizaciones de creadores de propiedad intelectual, como diseñadores o fotógrafos, nos dirigiéramos a la ATA, la CEOE, el Consejo Económico y Social y demás organizaciones directa o directamente afectadas o competentes para invitarlas a presionar en defensa de las inversiones en traducción. Si hubieran dedicado ese dinero a la construcción de un edificio de viviendas y este se llenara de ocupantes que no pagan alquiler, ¿acaso no pondrían el grito en el cielo? ¿No denunciarían y pleitearían? Pues ocurre lo mismo con los derechos de autor, con la única diferencia de que, como son intangibles, nadie repara en ellos a la hora de abusar.
Porque, si de lo que se tratara fuera de poner gratuitamente el conocimiento de todos a disposición de la humanidad, como se hace a través de las wikis, de Creative Commons y demás, yo aplaudiría; es más, ofrecería mi colaboración. Pero la gran diferencia es que, aunque en principio nuestro gigantesco acervo lingüístico puede beneficiar a cualquiera, en la práctica lucra a un puñado de empresas que se están aprovechando de toda la humanidad, al tiempo que acaba con los medios de vida de buena parte de ella.
Los lingüistas ante los modelos lingüísticos
Andrew Steel
Andrew es traductor profesional del castellano al inglés desde 1998 y especialista en traducción financiera e institucional.
Como lingüistas, cuando hablamos de la inteligencia artificial, solemos referirnos a los modelos lingüísticos. Hay muchos modelos y de muy distinta naturaleza, e interesa —no solo como lingüistas sino también como ciudadanos— tener claro qué tipos y qué usos se ajustan a nuestros criterios.
Hay cuatro factores que valorar cuando consideramos un modelo: la procedencia de los datos, la confidencialidad y el uso que se hará de la información que le proporcionamos, el impacto medioambiental que tiene tanto su creación como su utilización, y quién gestiona el modelo y decide la forma de trabajar con él.
Aunque aún no se ha fiscalizado con precisión el impacto medioambiental que tienen los modelos, este se estima descomunal.
A fecha de hoy, los modelos lingüísticos de gran escala presentan problemas en cuanto a los cuatro factores mencionados. Primero, todos se han hecho con contenidos que, aunque estén en el dominio público, están sujetos a derechos de autor o para cuyo uso los dueños de los modelos no tienen permiso. Segundo, esos dueños se reservan el derecho de utilizar los datos que les proporcionamos para sus futuros desarrollos. Tercero, aunque aún no se ha fiscalizado con precisión el impacto medioambiental que tienen los modelos, este se estima descomunal, no solo en cuanto a la cantidad de energía necesaria para crear cada modelo, sino también para atender a cada consulta. El cuarto factor, el control sobre la forma de trabajar, es fundamental porque es lo que determina si el modelo sirve como apoyo nuestro o para rebajar nuestra aportación.
Mientras actualmente el primer problema sigue sin resolverse en relación con los modelos de gran escala, ya hay algunos modelos, más pequeños, pero también potentes, que solo contienen material exento de derechos. El siguiente problema se sortea igualmente trabajando con modelos más pequeños y de código abierto que se pueden hospedar en un equipo doméstico moderno o en una nube privada. Esa opción también salva el tercer escollo, el del impacto medioambiental del uso del modelo, aunque no resuelve el de su creación.
Así solo queda el cuarto problema, que probablemente es el que más directamente nos afecta: quién decide el papel que desempeña el modelo dentro de nuestro trabajo. Si son otros los que imponen cómo vamos a trabajar y con qué herramientas, no está en nuestras manos superar ninguno de los impedimentos anteriores, y el riesgo de encontrarnos en una situación cada vez más precaria se multiplica.
Sin embargo, si somos nosotros quienes elegimos nuestra forma de trabajar y nuestras herramientas, entonces es posible integrar los modelos lingüísticos en nuestra tarea sin vulnerar los derechos de otros, sin quebrantar la confidencialidad de quienes nos confían sus documentos, sin perjudicar al medio ambiente aún más de lo habitual con el uso de la informática, y sin menoscabar nuestro protagonismo. En este escenario también hay que tener en cuenta un concepto fundamental: por muy potente que sea la tecnología, cuando estamos nosotros al mando, la productividad tiene un límite infranqueable, que es la rapidez de nuestros pensamientos. La tecnología puede acelerar la velocidad a la que trasladamos las ideas a la pantalla y puede reducir el tiempo que tardamos en considerar alternativas y en elegir la más adecuada, pero no puede aminorar el tiempo que necesitamos para leer el texto y comprender la intención con la que nace. Y es así, porque lo nuestro no consiste en convertir caracteres, sino en trasladar ideas.
Vistos de esta perspectiva, los nuevos modelos lingüísticos se convierten en un arma más en la incesante pugna por el control sobre la naturaleza de nuestra aportación al texto final y sobre nuestra forma de realizarla. Conviene tener claro cuáles son nuestros criterios y cómo hacer que se cumplan.