Cuando me dispuse a escribir mi historia no sabía muy bien por dónde empezar, qué contar, cómo terminar… pero lo que sí tenía claro era la idea principal: compartir mi experiencia con todos los traductores que sueñan con trabajar para las Naciones Unidas, decirles que es posible, que las oportunidades están ahí y que una vez dentro es un verdadero orgullo formar parte del sistema.
Recuerdo mi primer día como becaria en la oficina de la Unidad de Funcionarios Internacionales del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, por aquel entonces en la calle Príncipe de Vergara de Madrid. Recuerdo teclear resúmenes en español de las vacantes que se publicaban en organismos internacionales, principalmente en el sistema de las Naciones Unidas y en la Unión Europea. Quién me iba a decir a mí en aquella época que en 2009 conseguiría mi sueño y el de otros muchos traductores: iniciar una carrera como traductora en un organismo internacional.
Sin embargo, mi relación con la traducción no empezó en el ámbito internacional propiamente dicho, ni en el de la ayuda humanitaria y el desarrollo, sino en Berlín dentro del mundo del arte contemporáneo. Durante un año trabajé en una revista como traductora, entre otras múltiples tareas que recuerdo con ternura y a veces incredulidad ahora que han pasado casi cinco años. Allí di mis primeros pasos y empecé a encariñarme con el oficio de traductor, que alternaba constantemente con tareas de edición y marketing.
Un día vi publicada una vacante de prácticas de traducción a español en la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS), un organismo del sistema de las Naciones Unidas con sede en Copenhague que apoya a distintos miembros de la familia de la ONU y a otros socios del ámbito del desarrollo, principalmente en el campo de las infraestructuras, las adquisiciones y la gestión de proyectos. Me seleccionaron para las prácticas y en mayo de 2009 me trasladé a Copenhague. Los primeros días leí, leí y releí documentos de UNOPS, de otras agencias y de la Secretaría General en Nueva York para familiarizarme con el lenguaje onusiano: no es fácil acostumbrarse a usar palabras como empoderamiento, implementación o gobernanza, ni lo es utilizar términos y expresiones que en España no son tan comunes pero sí lo son en otros países de habla hispana, como pueden ser monto, capacitación o monitorear. Al principio me pareció difícil abandonar aquel mundo de ferias, comisarios y Warhols que yo tenía terminológicamente controlado, pero en seguida me di cuenta de que la traducción en la ONU planteaba retos muy distintos, a los que estaba encantada de enfrentarme.
Mi periplo por los organismos internacionales no iba a terminar al finalizar aquellas prácticas. Después de mis meses como becaria, que se extendieron con un breve contrato temporal, me trasladé a Bruselas para aceptar unas prácticas en la unidad de español de una de las instituciones europeas. Dejar las Naciones Unidas fue una decisión difícil, pero quería aprovechar aquella oportunidad y vivir la experiencia de trabajar en el otro gran gigante de la traducción institucional: la Unión Europea. Mi época allí coincidió con la presidencia española del Consejo, lo que propició que pudiera asistir a reuniones y debates que me aportaron una visión diferente de las instituciones y me ayudaron a formarme una base traductológica de la que carecía hasta ese momento. Mi institución de acogida fue el Comité de las Regiones, que comparte los servicios de traducción con el Comité Económico y Social Europeo. Durante los meses que trabajé allí pude experimentar lo diferente a Copenhague que era la vida en Bruselas: el hecho de tener el Parlamento, la Comisión y el Consejo tan cerca cambiaba la vida de la ciudad y poco a poco comprobé cómo el ritmo de traducción en Bruselas también era diferente al que había vivido en Copenhague, donde todavía no había un equipo de traducción consolidado. De aquella época me impresionó mucho que todos los documentos se tradujeran a veintitrés idiomas, así como el número de traductores disponible para cada combinación lingüística y la gran red interna de herramientas informáticas a disposición de los traductores.
UNOPS, el organismo de las Naciones Unidas en el que ya había trabajado, publicó una vacante para cubrir un puesto de traductor de español cuando estaba a punto de terminar mis prácticas en Bruselas, de forma que el destino me trajo de nuevo a Copenhague a mediados de 2010. Noté cómo todo había cambiado durante los meses que había estado fuera y a la vez todo seguía igual. Iba a ser la única traductora hacia español, con la ayuda de un becario que iría rotando en períodos de seis meses; mis compañeros de francés estaban en una situación similar. Por aquel entonces nuestro organismo no trabajaba con memorias de traducción, por lo que recuerdo que esa fue una de mis primeras tareas a la vuelta: introducir el uso de herramientas de traducción asistida por ordenador.
Han pasado casi cuatro años desde que llegué a UNOPS por primera vez. Ahora somos un equipo de cuatro traductores: dos traductores de francés y dos traductores de español. Trabajar en un equipo tan pequeño tiene, por supuesto, inconvenientes, pero a la vez grandes ventajas. Una de ellas es la posibilidad de seguir el rastro del texto traducido, saber adónde va cuando hacemos clic en enviar. Desde la Unidad de Comunicaciones estamos en contacto continuo con los autores de los textos, los encargados del diseño gráfico o los responsables de subir las noticias a la web, por ejemplo. Ello nos permite aclarar con las fuentes cualquier duda que pueda surgir, o revisar los materiales varias veces antes de su publicación. Por otra parte, nuestro trabajo es más flexible de lo que uno pueda pensar ya que, aunque no contamos con varios traductores que nos puedan sustituir en períodos estivales o de enfermedad, sí podemos establecer en cierta medida nuestras propias prioridades y plazos de entrega. Uno de los inconvenientes de ser un equipo de traductores tan pequeño es el gran volumen de trabajo que asume cada uno de nosotros a lo largo del año: en mi día a día compagino la traducción, la revisión de las traducciones elaboradas por nuestro becario, la externalización de proyectos (incluidas las complejas gestiones y estrictos procesos que hay que seguir con el departamento encargado de las adquisiciones), a la vez que me encargo de la coordinación de los trabajos que entran procedentes de otros departamentos del organismo. Siempre que tenemos disponibilidad intentamos traducir los textos nosotros mismos, aunque es imposible atender todas las necesidades de traducción de la organización y muchas veces recurrimos a la externalización. Un aspecto de mi trabajo que me gusta especialmente es la selección de los becarios que trabajarán mano a mano conmigo durante seis meses: cada proceso de selección es distinto y aprendo mucho de todos ellos.
Una de las grandes diferencias con el trabajo de un traductor autónomo es que nosotros no tenemos libertad para rechazar un trabajo si bien, como decía antes, casi siempre podemos negociar y fijar un plazo de entrega adecuado en función de la carga de trabajo que tengamos en cada momento. Mi pareja es traductor por cuenta propia y su ritmo de trabajo no tiene nada que ver con el mío. Para mí es normal empezar a traducir un texto sabiendo que hasta que reciba la versión final pasarán por mi teclado cinco borradores distintos. Puedo tener encima de la mesa diez traducciones al mismo tiempo que terminaré a lo largo de una semana, con distintas extensiones y temas, a la vez que me llegan pequeñas tareas de actualización de la página web. Trabajar en condiciones así es un reto, pero es muy gratificante ver cómo va encajando todo al final del día. Otra gran diferencia es el tiempo que un traductor autónomo tiene que dedicar a promocionarse, mantener sus clientes, reactivar los que hace tiempo que no hacen encargos y buscar constantemente nuevos mercados. Las tareas administrativas también consumen mucho tiempo (facturación, declaraciones de impuestos)… son horas en las que yo puedo dedicarme a mi trabajo propiamente dicho, aunque en la ONU tenemos otros ladrones de tiempo, como reuniones en las que la traducción es solo un aspecto tangencial pero a las que hay que asistir para estar al tanto de la evolución de un proyecto o una burocracia interna pesada pero imprescindible para el buen funcionamiento de la organización. El trabajo en equipo es importantísimo, ya que los traductores somos el penúltimo eslabón de la cadena antes de que el trabajo se envíe a los departamentos que lo han solicitado o las historias traducidas se cuelguen en la página web.
Por las características del departamento y del organismo en general, un día normal no se reduce a la traducción de un texto. Un día normal comienza leyendo correos electrónicos sobre comunicaciones que afectan a todo el equipo y que permiten que nos hagamos una idea de lo que se nos va a venir encima: la construcción de una carretera en Afganistán o un puente en Sudán del Sur supone que el equipo de Comunicaciones preparará en breve una historia para la página web del organismo que deberá estar disponible en inglés, francés y español. Al mismo tiempo, Recursos Humanos necesitará enviar un mensaje a todo el personal al día siguiente mientras que tenemos el boletín informativo interno en camino. A ello podemos sumar que el equipo de gestión de proyectos nos haya pedido revisar la traducción de un informe que hemos externalizado o la necesidad de revisar una traducción de la última directiva sobre el funcionamiento interno de la organización.
Por lo que respecta a las cuestiones terminológicas propiamente dichas, el principal desafío al que nos enfrentamos a diario es la terminología. Nuestra primera estrategia para superarlo es recurrir a nuestros propios glosarios y bases de datos, a la documentación en línea de otros organismos de la familia de las Naciones Unidas o a páginas web comunes del sistema como UNTERM u ODS. La colaboración con los especialistas de los distintos departamentos es fundamental a la hora de revisar las traducciones, así como el contacto continuo con nuestros colegas sobre el terreno ya que son ellos, junto con nuestros socios en las distintas regiones, quienes utilizarán los textos que traducimos.
Hay dos cosas que me encantan de mi trabajo: la primera, poder seguir el recorrido de los textos que traduzco, desde los primeros contactos con los colegas encargados de proporcionar datos para las noticias, hasta el momento en que nos avisan de que los artículos ya se han publicado en la página web. El segundo aspecto que más me gusta es ver que gracias a nosotros la organización llega a un público cada vez más amplio. A través de nuestras traducciones la gente puede conocer los logros que alcanzan las Naciones Unidas en todo el mundo: no todo son reuniones en Nueva York y Ginebra.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias de su autora y no reflejan necesariamente las de las Naciones Unidas.
Alba Liñeira Otero
Licenciada en traducción e interpretación por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid y con un posgrado en cooperación y acción humanitaria por el Instituto Universitario Gutiérrez Mellado, Alba Liñeira Otero se trasladó a Berlín para iniciar su carrera profesional como traductora. Allí entró en contacto con el mundo del arte contemporáneo hasta que en 2009 la cooperación y la ayuda al desarrollo llamaron a su puerta al obtener un puesto de traductora en UNOPS, organismo perteneciente al sistema de las Naciones Unidas en el que hoy por hoy trabaja como coordinadora de traducción y traductora de español. En la actualidad cursa el Máster en Traducción Institucional de la Universitat d’Alacant.