Uno de tantos clichés a los que está asociada la labor del intérprete es aquel que la considera como «una de las profesiones más antiguas del mundo», junto a otras muchas asociadas a las necesidades más primitivas. No cabe duda de que la interpretación, en su sentido más extenso, es una práctica humana que se remonta a tiempos ancestrales. Sin embargo, su profesionalización, estudio y academización son fruto y consecuencia de los acontecimientos políticos, así como de los progresos técnicos, surgidos durante el siglo xx. El reconocimiento de la actividad en las ramas más establecidas de la profesión tal y como la conocemos en la actualidad nace a partir de la necesidad de contar con servicios lingüísticos de calidad en las instituciones internacionales asociadas con la primera y la segunda guerras mundiales, y se formaliza con la creación de la Organización de las Naciones Unidas. La demanda de profesionales versados en diferentes lenguas y con aptitudes específicas para la interpretación en cabina promovió la creación de escuelas de formación para traductores e intérpretes y la consiguiente formalización de los estudios de interpretación como disciplina académica. Gracias a la labor realizada por los investigadores interesados en la vertiente histórica de la interpretación a partir de la década de los cincuenta, podemos trazar hoy una línea aproximada de la evolución de su práctica, desde sus rudimentos en los albores de la civilización hasta las técnicas más avanzadas de la actualidad.
Ahora bien, la historiografía de la interpretación no lo ha tenido nada fácil a la hora de recomponer los testimonios que evidencian la mediación lingüística oral en los diferentes periodos históricos. El principal de los problemas al abordar esta ardua tarea es la oralidad inherente a la interpretación, que la convierte en una actividad invisible e inmaterial que comienza y acaba sin dejar traza alguna de su existencia. Víctima de su carácter servil, la interpretación no recibió especial atención ni estudio en profundidad en épocas pasadas, por lo que las fuentes de las que disponemos para atestiguar su recorrido mencionan la actividad únicamente de forma colateral.
Los roles del intérprete en la historia
Las primeras aproximaciones a la comunicación interlingüística mediada tienen lugar en el antiguo Egipto, según atestiguan las inscripciones encontradas en las tumbas de los príncipes de Elefantina. A los gobernadores de esta desértica región meridional limítrofe con Sudán se les daba el título honorario, entre otros, de Jefe de los Intérpretes (Hermann, 2002), dado el uso que las autoridades militares hacían de ellos para las continuas expediciones a la tierra de los nubios. Herodoto, por su parte, deja también constancia de la intervención de personal bilingüe como parte de la Administración del Gobierno en Egipto, así como en las cortes persas de Ciro o Darío el Grande.
A lo largo de Anábasis, Jenofonte relata también como testigo directo el amplio uso de intérpretes durante el periplo de los diez mil soldados griegos por tierras persas. En numerosas ocasiones, Jenofonte habla sobre el uso de intérpretes profesionales y ocasionales para solventar los problemas de comunicación entre lenguas contemporáneas como la persa, la armenia o la de los carducos. Estas primeras revelaciones, junto con otras donde se retrata el uso de intérpretes en las contiendas de Alejandro Magno, en las guerras púnicas, o en la guerra de las Galias, nos hablan ya de uno de los papeles que el intérprete repetirá a lo largo de la historia: el de pieza intermediaria en el engranaje de un conflicto bélico.
El conocimiento de las lenguas extranjeras ha sido utilizado también como baza para difundir la palabra de Dios. Tanto el judaísmo como el islam tomaron la interpretación como herramienta para mantener la conexión entre la religión y el pueblo en aquellas épocas en las que las lenguas originales de los libros sagrados habían dejado de ser vernáculas debido al paso del tiempo. Sin embargo, la presencia de intérpretes en contextos religiosos en Europa viene marcada por el cristianismo. Ya desde sus inicios, los grupos judeocristianos tuvieron que interpretar y traducir al griego desde el arameo la palabra original escrita en hebreo para poder dar sus servicios religiosos. En la Edad Moderna, la Iglesia recurrió a los intérpretes para expandir la religión por América y África a través de los misioneros y también lo hicieron los estados coloniales de España o Portugal durante la era de la exploración del continente americano. El propio Cristóbal Colón contaba con algún que otro intérprete versado en varias lenguas asiáticas en previsión de lo que creía que podían encontrar. Más tarde, cuando la corona española tomó posesión de las tierras americanas, entendió la necesidad de contar con personal que pudiera hacerse entender con los nativos. Algunos de los extranjeros que ejercían como intérpretes —voluntarios o no—, a la larga conseguían hacerse un hueco en la Administración. El personaje más conocido dentro de este arquetipo es el de la Malinche, la nativa mexica regalada como esclava a Hernán Cortés, que tuvo un papel estratégico en la conquista del territorio de los mayas, pero existen también testimonios del uso de intérpretes por parte de otros exploradores como Jean de Léry, Francisco Hernández de Córdoba o Francisco Pizarro.
Suma importancia histórica tienen igualmente los ‘truchimanes’ —también llamados ‘dragomanes’, ‘trujimanes’ o ‘trujamanes’— pertenecientes a las esferas políticas más altas del Imperio otomano y encargados de establecer relaciones políticas, económicas y logísticas con los poderes europeos.
Los ejemplos citados, aunque sean escasos, dan buena cuenta de cómo la interpretación asociada a otras actividades se ha practicado de forma profesional en numerosas épocas y civilizaciones. De estos ejemplos podemos extraer dos tendencias predominantes. Por un lado la actividad de los mediadores locales, conocedores de dos o más lenguas y culturas que trabajan como intermediarios con una gran variedad de roles: comerciante, guía, negociador, mensajero, etcétera. Por otro, la actividad interpretativa de determinados miembros de la Administración Pública involucrados en asuntos de Estado a nivel internacional. Todas ellas, a pesar de ser diferentes, parecen haber estado regidas por algún tipo de remuneración, estatus y preparación, aunque nunca consideradas como una profesión, y tienen como rasgo común la arbitrariedad con la que sus integrantes acceden a la profesión.
Los primeros pasos de la interpretación moderna
El inicio del siglo xx supone el fin de la hegemonía del francés en la diplomacia y las relaciones internacionales, y durante este tienen lugar los fenómenos que han forjado la práctica actual de la interpretación. En primer lugar, la aparición de nuevos contextos internacionales donde se hace necesaria la interpretación. En segundo lugar, el desarrollo de nuevas técnicas y herramientas, la demanda de personal lingüístico específicamente preparado, la creación de estructuras de formación y certificación, y el establecimiento de criterios de profesionalidad y códigos éticos. Por último, el estudio y paulatino afianzamiento de la disciplina académica. En estos inicios, el intérprete de conferencias se perfila como la figura esencial que marca el punto de inflexión en el cambio de paradigma del diplomático con conocimientos lingüísticos al lingüista entrenado para servir de mediador en las reuniones y negociaciones.
La primera necesidad de interpretación de la era actual aparece en las reuniones internacionales durante la primera guerra mundial, donde algunos de los negociadores de los Estados Unidos o el Reino Unido no tenían conocimientos de francés, por lo que se veían obligados a utilizar intérpretes del ejército u oficiales de enlace para traducir frase por frase cada una de las intervenciones. En las sesiones preliminares de la Conferencia de Paz de París, los líderes británicos exigieron el reconocimiento del inglés como lengua diplomática oficial, lo cual hizo que, a partir de entonces, cualquier asunto diplomático pudiese ser tratado en inglés o en francés y creó la necesidad de contar con un servicio estable de traducción oral, donde se interpretaba utilizando las técnicas de chuchotage (susurrado) y consecutiva. El ejemplo más conocido de esta nueva necesidad es la célebre intervención de Paul Mantoux como intérprete oficial para los líderes aliados en la Conferencia de Paz de 1919. Mantoux había estudiado en París y trabajaba en Londres cuando fue llamado por el ejército francés. Su excelente dominio de ambas lenguas y su amplio conocimiento de las instituciones políticas lo convirtieron en el intérprete oficial del Consejo Superior de Guerra de Versalles y posterior intérprete de las reuniones entre los cuatro principales jefes de Estado aliados. Según comenta en sus memorias Robert Lansing, el delegado americano, Mantoux era capaz de interpretar con exactitud los diálogos de paz reproduciendo fielmente el estilo de los participantes. Su participación fue tan sumamente valorada que ha pasado al «salón de la fama» de la disciplina como uno de los responsables de la transición histórica entre el diplomático políglota y el intérprete de profesión.
La interpretación de entreguerras y el nacimiento de las escuelas
Las conclusiones de la Conferencia de Paz dieron como resultado la creación de un organismo internacional, la Sociedad de Naciones, con el objetivo de mediar en las relaciones internacionales entre estados. Las necesidades lingüísticas de las instituciones se volvían cada vez más exigentes. Por un lado, la variedad de temas tratados durante las discusiones se hacía cada vez mayor, incluyendo no solo temas de negociación diplomática, sino también sesiones de índole económica o técnica. Por otro lado, la inclusión de nuevos participantes no diplomáticos demandaba la utilización de un sistema de traducción oral para facilitar el acceso lingüístico a los grupos sociales sin conocimientos de inglés o francés. Esta entidad y su filial, la Organización Internacional del Trabajo, comenzaron a reclutar y a formar a profesionales específicamente cualificados para el establecimiento de un servicio fijo de interpretación dentro de las instituciones. La formación en idiomas de estos primeros intérpretes de conferencias solía estar marcada por el bilingüismo cultivado en el seno familiar o por sus propias circunstancias personales, asociadas con la emigración a países extranjeros por culpa de la guerra.
El periodo de entreguerras en la historia de la interpretación viene también marcado por el desarrollo del sistema que hizo posible la creación de la técnica dominante en la interpretación de conferencias moderna: la interpretación simultánea. El sistema pionero de traducción oral se atribuye a la colaboración del filántropo Edward Filene y el ingeniero británico A. Gordon-Findlay. Para acortar el interminable transcurso de las conferencias por la repetición de la interpretación consecutiva, Filene, que había trabajado como delegado en la Organización Internacional del Trabajo, encargó al ingeniero la invención de un sistema de traducción telefónico en el que el intérprete pudiese dar su traducción al mismo tiempo que el ponente ofrecía su discurso. El sistema Filene-Findlay fue patentado por IBM con la adición del sistema hush-a-phone que permitía al intérprete susurrar al aparato sin la necesidad de interferir con el resto de compañeros, ya que por entonces las cabinas de interpretación no estaban insonorizadas.
La Sociedad de Naciones comenzó a utilizar este sistema como instalación permanente en su sede, y su puesta de largo se realizó en la conferencia internacional de la Organización Internacional del Trabajo de 1927, en Ginebra. Ahora bien, la disposición del sistema no supuso la introducción de la técnica en la Sociedad de Naciones. Las formas de interpretación comúnmente empleadas eran las denominadas por Gaiba (1998) como interpretación simultánea sucesiva y lectura sucesiva de textos pretraducidos, si bien existían también intentos por llevar a cabo interpretaciones simultáneas en tiempo real (Baigorri, 2000). La interpretación simultánea sucesiva consistía en la realización de interpretaciones en diferentes lenguas simultáneas entre sí, pero realizadas de forma consecutiva respecto al discurso original, en lo que venía a ser una interpretación consecutiva multilingüe. Cuando los intérpretes podían disponer del discurso con antelación, realizaban una traducción escrita que luego procedían a leer mientras el orador llevaba a cabo su discurso. El uso sistemático de intérpretes para la comunicación multilingüe dentro de estas instituciones promovió la creación de escuelas para la formación de traductores e intérpretes en las que se impartían las destrezas lingüísticas y de traducción necesarias para la realización de estas tareas. La primera de estas escuelas fue la establecida en Mannheim, Alemania, en 1930, a las que siguieron las de Ginebra y Viena en los años cuarenta (Pöchhacker, 2004).
El periodo de entreguerras será también recordado como el caldo de cultivo del que brotaron los grandes intérpretes de consecutiva que ocuparían las primeras generaciones de la posterior Organización de las Naciones Unidas. Algunos de los más reconocidos son: Antoine Velleman, fundador de la escuela de intérpretes de Ginebra; Georges Rabinovich; J. F. Rozan, autor de uno de los más importantes manuales de toma de notas: La prise de notes en intérpretation consécutive; los hermanos George y André Kaminker, este último, intérprete al francés del discurso de Hitler en la radio; o Jean Herbert, autor de la obra pionera Manuel de l’interprète y posterior intérprete jefe del servicio de las Naciones Unidas en Nueva York.
La interpretación simultánea en los juicios de Núremberg y las Naciones Unidas
Independientemente del uso que de ellos se hiciera, los sistemas de traducción simultánea parecían funcionar en la sede de la Sociedad de Naciones de Ginebra, aunque provocaban un retraso considerable en el desarrollo de las conferencias. No obstante, quienes corrieron a cargo de la organización del juicio más importante del siglo xx sabían que las necesidades excedían las posibilidades de los sistemas utilizados hasta entonces. El coronel Léon Dostert, lingüista e intérprete de Eisenhower durante la segunda guerra mundial, tuvo conocimiento de las preocupaciones lingüísticas del juez Robert Jackson ante la complejidad del juicio internacional y comenzó a sopesar la adecuación del sistema Filene-Findlay, mejorado y comercializado con el nombre de International Translator System (Gaiba, 1998), para producir interpretación simultánea espontánea e inmediata, sin textos previos ni consecutiva. Dostert consiguió convencer a Jackson sobre el sistema, aunque los delegados de Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética, y hasta intérpretes de la talla de André Kaminker se mostraron en un principio escépticos ante la dificultad potencial de la tarea. La imposibilidad de alargar el procedimiento de los juicios provocó que Dostert optase por el salto al vacío en pos de la nueva técnica y mandase enviar el sistema fabricado por IBM desde Estados Unidos hasta Núremberg. Mientras tanto, la búsqueda de profesionales con las aptitudes necesarias para realizar esta novedosa actividad se convirtió en otra espinosa tarea. Dostert comenzó la búsqueda testando los conocimientos lingüísticos de los candidatos en sus países de origen y enviándolos a Núremberg para comprobar su destreza con el sistema. De nuevo, la mayoría de ellos eran intérpretes que habían llegado a la profesión por azar y habían aprendido la técnica a base de ensayo y error. Para asegurar la veracidad de la comunicación durante el juicio, se desarrollaron también mecanismos de calidad, como la grabación de las interpretaciones y la revisión y corrección de las transcripciones. El resultado de la interpretación simultánea en los juicios de Núremberg fue todo un éxito y provocó la subsiguiente adopción permanente del sistema por parte de la nueva institución creada tras la guerra: Naciones Unidas.
La incipiente efervescencia de la interpretación llevó a nuevos avances en la profesionalización de la disciplina gracias a la creación, en 1953, de la Asociación Internacional de Intérpretes de Conferencia (AIIC, por sus siglas en francés), un cuerpo profesional encargado de negociar acuerdos colectivos con las instituciones, así como de regular el código ético de la profesión y sus estándares. Al calor de la revolución creada por la interpretación en instituciones internacionales, la vieja interpretación basada en contextos comunitarios, también llamada interpretación en los servicios públicos, se vio beneficiada por la oleada de profesionalización de estas actividades en sus diferentes contextos, si bien sus avances han sido mucho menos visibles debido a los límites nacionales bajo los que se desarrolla, la pluralidad de instituciones en las que se utiliza, y la enorme variedad de especializaciones que dentro de ella se aglutinan.
La interpretación en la actualidad, por tanto, viene marcada, por un lado, por la lucha continua de la interpretación en los servicios públicos por conseguir reconocimiento, formación y mejores condiciones de trabajo, y por otro, por la constante innovación tecnológica en los sistemas de interpretación de conferencia y el uso de herramientas informáticas dentro de la cabina. En los últimos años, la tendencia que parece haber tomado más ímpetu es el uso de videoconferencias y la interpretación a distancia. A partir de ella, parece haber surgido un curioso debate sobre la adecuación de la interpretación a distancia como sistema de trabajo y las posibles implicaciones negativas para el intérprete, como la falta de visión directa del orador o los oyentes, el aumento del estrés y la sensación de alienación. Una vez alcanzada la visibilidad, puede que no resulte tan fácil volver al terreno de lo invisible.
Jonathan Pérez Blandino
Jonathan Pérez Blandino es licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad Pablo de Olavide y cursó un máster en investigación sobre traducción e interpretación en la Universidad de Granada con especialización en didáctica de la interpretación. En la actualidad, compagina su trabajo en una consultoría de servicios lingüísticos, como creador de contenidos y programas de formación, con diferentes encargos como traductor autónomo. Entre sus intereses como profesional e investigador destacan la interpretación de conferencias y su didáctica, en especial en los aspectos relacionados con la creación de herramientas de calidad y autoevaluación.