11 diciembre 2024
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Adiós a Pedro Satué

Pedro Satué (29-08-1954 – 14-06-2014)

Un obituario ha de ser, según la tradición anglosajona, no un llanto por la muerte, sino una celebración de la vida. Como nuestro colega Pedro Satué fue un hombre de inspiración claramente anglosajona, con amplios conocimientos sobre lengua y cultura anglófonas, queremos que nuestro obituario para él sea el que se merece un traductor culto y apasionado por el conocimiento como fue Pedro.

Pedro Satué era, ni más ni menos, un traductor de inglés bueno y fiable. No es poco mérito para un traductor decir de él que sabía verter textos de otro idioma en un español culto, pulido y conciso. Y así era Pedro profesionalmente.

En su lengua de trabajo reunía la triple virtud del dominio profundo de un castellano de alto nivel, el color doméstico de un español muy andaluz, y la habilidad de saber conjugar la norma del estándar con la gracia del idioma propio. De esa suerte, Pedro era conocido por saber expresarse con corrección y donosura en todos los entornos en los que los traductores estamos condenados a dejar prueba de nuestra existencia: en sus trabajos escritos, en sus comunicaciones profesionales y en todos esos textos de carácter más o menos lúdicos que se envían a listas de correo profesionales y de consulta.

Además de ser un traductor serio y sólido, Pedro fue un aprendedor profesional. Prueba de lo primero son sus trabajos y sus mensajes en grupos profesionales; prueba de lo segundo son esos retos de  aprendizaje que asumía, esos cursos y másteres que hacía con devoción profesional. En teoría, todos los traductores tenemos ese prurito de seguir formándonos y ampliar sin cesar nuestros horizontes profesionales y nuestros conocimientos en un entorno laboral que toca todos los palos imaginables. Todos queremos hacerlo, pero, caramba: Satué, además, lo hacía. Y así lo recordamos: siempre marcándose nuevas metas, asumiendo nuevos retos como estudiante y en aprendizaje continuo, con ese talante de estudioso eterno que solo tienen los verdaderos eruditos.

Pedro Satué

Con amigos y compañeros era hombre cálido y entrañable. Con colegas y antagonistas dialécticos sabía ser mesurado, esclarecedor y correcto. Quedan de Pedro numerosos mensajes en diversas listas de correo en las que él, con la fuerza y concisión que sabía meter en dos líneas de texto, aclara conceptos, informa, cita, ofrece fuentes, modera y media dejando en todo momento constancia de lo que era: un hombre cabal que sabía mucho y no perdía el tiempo en alimentar discusiones ni en provocar desencuentros. Como si hubiera sabido desde siempre que nuestro tiempo es escaso y merece ser dedicado a cultivar ideas, no a sembrar esas discordias banales a las que tan aficionados somos en el gremio.

Yo recuerdo a Pedro Satué como un filólogo culto, pausado e imbuido de esa fiebre estética que se plasma en reconcentrada pasión por el trabajo bien hecho.

A nosotros, sus colegas, Satué nos ha dejado algo más que textos traducidos: a quienes lo tratamos (presencial o virtualmente) nos quedan unos recuerdos a los que aquí también queremos dar cabida. Por eso hemos recopilado en La Linterna del Traductor, la revista de su asociación, en cuya junta directiva estuvo hasta que falleció, recuerdos, notas y apuntes que han proporcionado sus amigos, sus compañeros y su familia. Aquí están. Con ellos queremos mantener vivo el recuerdo de Pedro Satué, que fue, ante todo, un buen traductor y un buen hombre. Ya no está aquí, pero sigue entre los que lo conocimos el recuerdo de ese traductor tranquilo de sonrisa fina y hablar pausado que a muchos nos enseñó y que dejó en quienes lo tratamos esa huella del buen recuerdo.

Y aunque te celebremos ahora anglosajonamente, colega Satué, nos despedimos a la romana: Vale. Consérvate bien, Pedro, allí donde estés, que nosotros atesoraremos tu recuerdo.

M. Barbero

María Barbero
María Barbero
María Barbero es germanista, traductora técnica y científica desde 1986, miembro del Consejo Editorial de La Linterna del Traductor y del Consejo Editorial de Panace@. Aficionada a la novela negra islandesa, tanto dura (Indriðason) como blanda (Sigurðardóttir), y a algunos escandinavos indispensables, como Adler Olsen, Sjöwall/Wahlöö, Mankell o Lars Kepler. Tampoco le hace ascos al género policiaco español ni al noir culinario de Camilleri.

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