A los cuarenta años llevaba más de media vida sin despegar el culo de la silla. No había engordado mucho y mantenía un estado de forma que parecía razonable. Por suerte, tampoco tenía problemas de espalda ni de muñecas más allá de alguna sobrecarga o de dolores ocasionales que coincidían con alguno de los periodos de mucha carga de trabajo. Cuando veía que de repente algún conocido se gastaba un pastón en equiparse para algún deporte o se apuntaba al gimnasio o a la piscina para luego ir solo una o dos veces, reprimía una sonrisa burlona.
Mi hija pidió una bicicleta con cambios y ya no bastaba con ir a su altura a paso ligero para acompañarla.
Mis comienzos en la práctica deportiva vinieron por las casualidades de la vida. Mi hija pidió una bicicleta con cambios y ya no bastaba con ir a su altura a paso ligero para acompañarla. También necesitaba recorridos más largos que un par de carriles bici y el típico paseo «anticolesterol» lleno de niños y personas mayores. Así que su padre empezó a dedicar ratos libres a salir en bici para buscar otras rutas seguras para ella. Y así, cada vez más a menudo y durante más tiempo, sin darme cuenta casi, le fui pillando el gusto y, aunque ella perdió el interés por esos paseos largos, yo ya había descubierto un complemento ideal para mi vida y no dejaba de arrepentirme por no haber empezado mucho antes.
Además, coincidía que llevaba un par de años sin fumar: miel sobre hojuelas.
Decidí probar con el running, antes llamado footing, aunque en mi caso digamos que es más apropiado hablar de trotting.
Todo fue bien, cada vez iba más lejos y más rápido, me ahogaba menos, disfrutaba explorando nuevas rutas, hacía excursiones en bici, incluso me la llevaba a las vacaciones. Pero después de varios años de una media de dos salidas semanales en bici, de algunos sustos en la carretera y de algunos inviernos muy lluviosos encerrado en casa, decidí probar con el running, antes llamado footing, aunque en mi caso digamos que es más apropiado hablar de trotting.
Emprendí una adaptación paulatina saliendo casi todas las noches a caminar a paso vivo. Al poco tiempo, ya lo alternaba con tramos corriendo, cada vez más frecuentes y más largos. En cuanto pude correr quince o veinte minutos seguidos, di por superada la fase de adaptación y tardé poco en prescindir de los tramos andando… y ya no he parado en estos seis años, salvo por molestias o pequeñas lesiones. Y cuando me di cuenta de que había conseguido cierta resistencia y de que a mi ritmo no iba a llegar fuera de control, empecé a apuntarme a algunas carreras populares, sin ánimo de competir con los demás, si acaso conmigo mismo.
Publicaba esos registros en redes sociales, y eso me llevó a hacer piña con otros corredores locales y con traductores de otras ciudades, los #tradurunners.
Desde los tiempos de la bici, utilizaba alguna aplicación instalada en el móvil para llevar un control de lo que hacía. Sin ninguna razón en particular, supongo que por imitación, también publicaba esos registros en redes sociales, y eso me llevó a hacer piña con otros corredores locales y con traductores de otras ciudades, los #tradurunners. Pero también me llegaron comentarios de quienes se sentían molestos (¿los ofendiditos de ahora?) por la publicación de cada salida y cada carrera. Tanto es así que un día anuncié mi decisión de dejar de publicarlas. Para mi sorpresa, en público y por privado supe de bastantes traductores a los que les servía de inspiración y motivación ver que alguien con mi edad y mis circunstancias (autónomo y única fuente de ingresos de la familia) todavía sacara tiempo y tuviera la constancia de no dejar el deporte. Así que seguí y sigo publicando cada vez que salgo a trotar. Espero que no se moleste nadie y, si no le interesa, que pase de largo simplemente. Pero si alguien quiere hacerse mala sangre, allá cada uno.
Puedo hablar de los efectos beneficiosos que gradualmente he ido percibiendo que me aporta el ejercicio. Al principio perdía peso, me notaba más ágil, se me marcaban bajo la piel músculos que no sabía que tenía y estrenaba agujeros virginales en el cinturón, pero, además, soportaba mejor las largas horas de trabajo sedentario y sufría menos molestias en la espalda y las articulaciones. Si ya enfermaba poco con resfriados, gripes o faringitis, ahora veo que mi salud en general ha mejorado.
Hablando de salud, en el curso de traducción médica de la UJI y en lecturas posteriores (¿acaso no somos traductores y nos gusta leer de todo?) aprendí que durante la actividad física de cierta intensidad se fijan calcio y proteínas en huesos y músculos, respectivamente. El calcio es imprescindible para fabricar sangre, mientras que los músculos son el almacén de proteínas del cuerpo, así que hacer deporte representa una inversión para la salud futura.
Y si hablamos de salud mental, para mí salir a pedalear o a correr es como darme un masaje en las neuronas, una suerte de psicoterapia que pone las cosas en perspectiva, aclara ideas, levanta el ánimo, mejora el humor y ayuda a la introspección. Desde que empecé con la práctica deportiva, me concentro mejor y noto la cabeza más despejada. Por si fuera poco, igual que pasa en sueños, no han sido pocas veces las que he resuelto un problema de traducción o se me ha ocurrido cómo responder a esa petición endiablada de un cliente mientras montaba en bici o corría, pero con la ventaja de que puedo llevar el móvil encima para tomar nota y de que no se me olvida al despertar. Me he dado cuenta de que, aunque no hago por pensar en nada en concreto, la cabeza va divagando sin rumbo, repasando la jornada, el trabajo pendiente, la discusión con la pareja, alguna inquietud… y, cuando vuelvo a casa, lo he relativizado todo y lo que parecía un problema enorme tiene fácil solución y me siento fresco y oxigenado para seguir adelante.
También me ayuda con la productividad. Los días que no me cunde el trabajo o me distraigo con facilidad, me pongo un objetivo (cierto número de palabras, ese archivo largo y aburrido) y la recompensa por cumplirlo es salir a correr.
No puedo dejar de mencionar un beneficio colateral nada desdeñable para una persona tímida como yo: sirve para romper el hielo.
Ahora que analizo la práctica deportiva con motivo de este artículo, no puedo dejar de mencionar un beneficio colateral nada desdeñable para una persona tímida como yo: sirve para romper el hielo. Desde aquella edición multitudinaria de Ciencia y Traducción o el congreso de Asetrad en Toledo, las quedadas #tradurunners en las asambleas han sido ocasiones estupendas para trabar amistad y estrechar relaciones con compañeros.
Lo recomiendo encarecidamente. No correr en concreto, sino la actividad física, alguna, cualquiera. Y, si es posible, al aire libre y en contacto con la naturaleza. A mí no me apetece pasarme todo el día metido en el despacho para irme a un gimnasio bajo la luz de unos fluorescentes y con el aire cargado de hormonas, sudores y linimentos.
Os animo a los que aún no lo hagáis a que saquéis unas horas cada semana para hacer ejercicio físico.
Corro, monto en bici (últimamente solo como medio de transporte urbano), he probado la natación en piscina climatizada y salgo de senderismo cuando tengo la más mínima ocasión. Otros haréis yoga o kick-boxing, jugaréis al pádel, echaréis partidos de futbito con los amigos, andaréis… Genial. No quiero que esto sea una admonición, pero realizar una actividad física me llena tanto y me aporta tanto, en lo personal y, por ende, en lo profesional, que ni el trabajo ni los compromisos familiares ni la lectura u otras aficiones ni el tentador sofá ni las series ni las lesiones van a impedir que siga administrándome esta panacea. Y os animo a los que aún no lo hagáis a que saquéis unas horas cada semana para hacer ejercicio físico (cada uno que elija la actividad que quiera o pueda según sus posibilidades), preferiblemente con un componente cardiovascular. Sed constantes; merece la pena y reporta buenos frutos.
Lo más básico y más natural es caminar a buen ritmo. Se recomienda un mínimo de media hora diaria o tres horas semanales, pero si se puede hacer más, mejor. Sin ser el ejercicio que más me gusta, he acabado corriendo porque tiene las siguientes ventajas (por orden de importancia para mí): puedes hacerlo a cualquier hora, sin luz solar y aunque llueva, haga frío o calor; necesitas menos tiempo que otros deportes para que resulte beneficioso y significativo; es al aire libre; evitas la cercanía del tráfico (al menos con respecto a la bicicleta); la mayoría de las posibles lesiones o molestias no interfieren con el trabajo de un traductor; el riesgo de caídas y golpes es bajo y requiere menos desembolso en material.
Ayuda mucho conocer los enormes beneficios que reporta y la satisfacción que se obtiene.
Soy consciente de las múltiples dificultades que se pueden presentar, desde la pereza o las condiciones climatológicas hasta los dolores y las lesiones, pasando por la dictadura de las fechas de entrega y otras obligaciones. A mí todavía me cuesta cambiarme algunos días. Me ha sucedido durante mucho tiempo que, a los pocos metros (quizás 200 o 300) de empezar, me faltaba el aliento, me dolían las piernas y parecía que no iba a poder correr ese día, pero he insistido y esas sensaciones han desaparecido solas. Otras veces esas sensaciones han durado más y he parado; tras un par de minutos, lo he intentado de nuevo y me he encontrado estupendamente… o no, y simplemente me he vuelto a casa ¡y mañana será otro día! Y, cuando he tenido alguna lesión, me lo he tomado con paciencia —por suerte, ni mi trabajo depende de ello, ni me han preseleccionado para los Juegos Olímpicos—, y he procurado hacer otro ejercicio que no la agravase, como caminar, elíptica o bicicleta. No cabe duda de que se necesita fuerza de voluntad y constancia, pero, como decía antes, ayuda mucho conocer los enormes beneficios que reporta y la satisfacción que se obtiene.
No puedo terminar sin reconocer que he tenido la inmensa suerte de que mi pareja, lejos de ponerme obstáculos o fruncir el ceño si hablaba de salir a hacer deporte, siempre me ha animado y me ha dado facilidades porque sabe que el trabajo y la familia son prioritarios y, por supuesto, nunca he desatendido mis obligaciones para irme a montar en bici o a correr.
Por cierto, el artículo se ha escrito solo. Desde que me pidieron que escribiera sobre correr para La Linterna del Traductor, las ideas han salido a mi encuentro por la calle mientras trotaba estas últimas tardes. Mi única aportación ha consistido en sentarme ante el ordenador y teclearlo.
José María Izquierdo Tapia
Estudió en la tercera promoción de la EUTI de Granada y se considera traductor todoterreno (técnico, médico, informático, marketing, entre otros campos) de inglés. Trabaja en esto desde 1986, es autónomo desde 1991 y socio fundador de Asetrad. Más de 20 000 km en bicicleta y unos 8 000 km corriendo, 2 maratones y 12 medias (y apuntado a dos más en las próximas semanas).