Continuamos en este número las entrevistas a socios de Asetrad que, por una razón u otra, no viven en España. En esta ocasión hacemos un alto en Luxemburgo, no sin antes viajar un poco por aquí y por allá de la mano de Monse Beltrán, quizá una de las socias que más ha cargado el portátil de un lado a otro del mundo, siempre con su sonrisa por bandera.
1) ¿Cuánto tiempo llevas viviendo fuera de España? ¿Has tenido otras experiencias de estancias largas en el extranjero?
2) ¿Qué es lo que más echas de menos de España? ¿Y lo que menos?
3) ¿Hay algo que no valoremos en España que se aprecie más con la distancia?
4) ¿Cuánto hace que eres socia de Asetrad? ¿Qué valor tiene para ti ser socia, a pesar de que no resides en España?
Hola. Me llamo Monse y vivo en Luxemburgo. Es una ciudad que me parece preciosa, limpia y cómoda. Me gusta tanto que soy reincidente. Os cuento.
Por entonces, el euro solo era un proyecto y necesitabas un monedero distinto para visitar cada país de los alrededores, aunque ahora parezca difícil de creer.
Me vine a Luxemburgo en el año 1998, tras aprobar las oposiciones de la Unión Europea (bueno, entonces no se llamaba Unión Europea, pero no os voy a dar lecciones de Historia). Consideré mi sueño cumplido: vivir en el extranjero y tener que manejarme «en idiomas», rodeada de profesionales de alto nivel de muchos países distintos. Por entonces, el euro solo era un proyecto y necesitabas un monedero distinto para visitar cada país de los alrededores, aunque ahora parezca difícil de creer. Cuando empezamos a usar el euro parece ser que la cosa se me puso demasiado fácil, así que me presenté al examen de las Naciones Unidas y me fui a Nueva York, a acostumbrarme a otra moneda. En principio iba solo para dos años. A los ocho de vivir allí empecé sentir de nuevo el gusanillo y decidí volverme nómada, así que los siete años siguientes los dediqué a viajar, trabajando principalmente con contratos en organizaciones del sistema de las Naciones Unidas. Lo normal era que los primeros contratos con cada institución fueran en sus oficinas (Nairobi, Roma, Viena, París…), pero los siguientes eran casi siempre a distancia; cuando mis colegas me imaginaban en Andújar, yo podía estar en Londres, Los Ángeles o incluso Tokio. Después de esa temporada errante, decidí volver a echar raíces en Luxemburgo, de ahí lo de la reincidencia.
Cuando mis colegas me imaginaban en Andújar yo podía estar en Londres, Los Ángeles o incluso Tokio.
En mi época nómada aprendí varias cosas: a reírme de mí misma (como cuando compré pasta de dientes en Tokio y descubrí, demasiado tarde, que aquello sabía a crema hidratante para el cutis), a viajar con lo mínimo (¡qué rápido se llena una maleta!) y que una sonrisa sincera abre muchas puertas. También me di cuenta de que no hay que tratar a todo el mundo como quieras que te traten a ti: hay que tratar a cada persona como esa persona quiere que la traten, que no es lo mismo.
Una de las cosas que me suelen preguntar es dónde me gusta más trabajar, si en la Unión Europea o en las Naciones Unidas. Yo me siento como una cría a la que le preguntan si quiere más a mamá o a papá: son dos entornos fantásticos, con profesionales excelentes en los que todos los días se aprende algo nuevo. Allá donde he trabajado he conocido a gente estupenda que llevo siempre conmigo y que recuerdo con gran cariño, aunque no mantenga todo el contacto que quisiera.
En cuanto a lo que echo de menos… ahora es cuando menciono las tortas Inés Rosales, ¿no?
En cuanto a lo que echo de menos… ahora es cuando menciono las tortas Inés Rosales, ¿no? Bueno, hablando en serio, procuro ir a España al menos dos veces al año y siempre me traigo la maleta llena, así que la parte material la tengo cubierta. La familia y los amigos es lo que de verdad me falta. Por suerte, ahora las redes sociales ayudan a que no se corte el hilo, ya no hay que hacer costosas llamadas de teléfono ni esperar a que lleguen las olvidadas cartas en papel. Eso ayuda mucho con la morriña. Además, tengo muy buenos amigos aquí con los que disfruto mucho y que me cuidan cuando lo necesito. En cambio, algo que no echo nada de menos son los más de 40 grados en verano.
A Asetrad la vi nacer desde la lista de Traducción en España, donde se gestó. Puedo presumir de que mi número de socia es de solo dos dígitos.
A Asetrad la vi nacer desde la lista de Traducción en España, donde se gestó. Puedo presumir de que mi número de socia es de solo dos dígitos. Apoyé la idea de la asociación desde el principio con entusiasmo, pero no participé directamente en las primeras reuniones (me perdí aquella en la que se eligió «la Junta del Canalillo», por ejemplo) porque en esa época me estaba mudando a Nueva York y tenía la cabeza en otras cosas. La asociación me ayuda a mantener el contacto con el mundo de la traducción, la corrección y la interpretación, las nuevas tendencias y los problemas que surgen a quienes empiezan, pero también a quienes se ven en la necesidad de reinventarse para no quedarse al margen. Solo con esta revista, La Linterna del Traductor, yo ya doy mi cuota por amortizada y colaboro en ella cuanto puedo, pero también está toda la formación que organiza Asetrad, las reuniones virtuales o presenciales, los descuentos, el contacto con el resto de los profesionales y la ayuda que ofrece, ya sea en cuestiones técnicas, administrativas o de otro tipo.
Ya estoy deseando que llegue la próxima reunión presencial para seguir poniendo caras a vuestros nombres.
En resumen, he tenido la inmensa suerte de encontrar una profesión que me llena. Me encanta leer, disfruto escribiendo y siento gran curiosidad por otras culturas. Tampoco es que yo haya elegido conscientemente hacer todo lo que he hecho. A mi vida solo le metí indicaciones muy vagas en el GPS: viaja por la ruta de la traducción. Ha sido ella la que ha elegido, ahora autopistas, ahora sendas de montaña. En Asetrad encuentro el apoyo de colegas con buena disposición para echar una mano, acaben de llegar a la profesión o lleven treinta años en ella, como yo. Ya estoy deseando que llegue la próxima reunión presencial para seguir poniendo caras a vuestros nombres.
Monse Beltrán
Monse es de Andújar (Jaén) y licenciada en Traducción por la Universidad de Granada. Se fue a Madrid a trabajar con tan solo veintiún años, como traductora en plantilla. Ahora trabaja como traductora en la Comisión Europea y en una vida anterior fue revisora en las Naciones Unidas.