29 marzo 2024
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‘El ladrón cuántico’, de Hannu Rajaniemi

Toda traducción literaria conlleva sus propios desafíos y ofrece sus gratificaciones particulares, y la de novelas y relatos de ciencia-ficción no supone ninguna excepción. El objetivo de este artículo es enumerar algunos de los primeros e ilustrar varias de las segundas, utilizando para ello un ejemplo muy específico, como es la traducción de una historia ambientada varios siglos en el futuro, en un universo en el que la humanidad ha colonizado Marte, las prisiones aíslan a sus inquilinos del exterior con dilemas en lugar de barrotes, las ciudades caminan sobre gigantescas patas mecánicas y las personas se comunican compartiendo directamente los recuerdos.

Tradicionalmente, la traducción de ciencia-ficción en España se ha caracterizado por un acusado nivel de amateurismo, tanto en su concepto como en su ejecución. Salvo honrosas excepciones, son muy pocos los traductores profesionales que hacen de esta parcela de la traducción literaria su principal modus vivendi. Sí que abundan, en cambio, aquellas personas que aprovechan los contados (o directamente nulos, en función de la editorial) requisitos de entrada para convertir esta actividad en un simple hobby remunerado, una forma harto «sencilla» de rentabilizar una afición, un mero pasatiempo con el que añadir un modesto sobresueldo a la economía doméstica. Paradójicamente, sin embargo, el fandom o colectivo de aficionados a este tipo de literatura es de los más exigentes y elocuentes que uno se pueda encontrar, lo cual a lo largo de los años ha propiciado, por un lado, que se desconfíe sistemáticamente de la mayoría de las traducciones de literatura fantástica y, por otro, que las editoriales especializadas que cuidan este aspecto del proceso de producción se cuenten entre las más apreciadas y mejor valoradas por los lectores.

Todo esto es algo que descubrí enseguida hace ya más de una década, cuando mi sueño de empezar a ganarme la vida traduciendo historias de zombis, elfos e invasores del espacio se convirtió en realidad. Se trata este de un tipo de literatura tan rico en matices, tan heterogéneo y tan desafiante, tanto en el plano conceptual como en el netamente prosístico, que me resulta complicado hablar en términos generales de las características propias de su traducción. Preferiría, por tanto, centrarme en mi experiencia personal, en un caso concreto del que poseo información de primera mano.

Hacia comienzos de noviembre de 2010 tuve la inmensa fortuna de asistir en calidad de atónito testigo a la espectacular fuga de una prisión con dilemas ético-filosóficos por barrotes, a la investigación de un turbio caso que haría sudar incluso al Sherlock Holmes más en forma, a la suplantación de nuestro actual sistema financiero por el Tiempo como unidad monetaria y a la aparición de unas misteriosas entidades posthumanas cuyas siniestras maquinaciones amenazaban con perturbar el delicado equilibrio diplomático entre Marte y la Tierra. O, dicho de otro modo, tuve la inmensa fortuna de maravillarme con la lectura de The Quantum Thief, el debut literario de Hannu Rajaniemi, matemático de origen finlandés afincado en Escocia.

Por aquel entonces colaboraba con toda la asiduidad que podía con la página web Literatura Prospectiva, tanto tratando temas relacionados con la traducción de ciencia-ficción en la sección «La mano izquierda de la traducción» como reseñando aquellas novelas aún inéditas en español sobre las que me pareciera interesante llamar la atención de los aficionados al género. Literatura Prospectiva ya ha cerrado sus puertas, lamentablemente, y no pocos de sus contenidos son inaccesibles en el momento de escribir estas líneas. Entre ellos el comentario sobre The Quantum Thief que escribí a los pocos días de acabar de leer la novela, y que comenzaba con estas palabras:

«Finlandia… Uno piensa en Finlandia, ¿y qué es lo primero que le viene a la mente? Para mí es una chica simpatiquísima de esa nacionalidad con la que conviví en la misma residencia de estudiantes durante un año en Glasgow. Para otro será la nieve, los fiordos, Lordi o el salmón ahumado. Pero me atrevería a afirmar que absolutamente a nadie se le ocurriría pensar de buenas a primeras: “Ah, Finlandia, sí hombre, cuna de tantos primeros espadas de la ciencia-ficción.” No, no destaca precisamente el país de las saunas por sus referentes dentro de nuestro género predilecto. Pero eso podría estar a punto de cambiar, y el artífice de esta previsible revolución tiene nombre propio: Hannu Rajaniemi.»

La reseña continuaba en la misma línea elogiosa, abundando en la trama y ensalzando las (para mi gusto, al menos) numerosas virtudes estilísticas y narrativas de la ópera prima de Rajaniemi. Volvería a firmar aquella crítica sin pensármelo dos veces, aunque reconozco que al menos en una cosa erré estrepitosamente, al decir: «Comoquiera que vislumbro en el horizonte una mayor tendencia al conservadurismo en los planes de publicación de nuestras editoriales, donde se primará el encargo de traducciones de clásicos ya consagrados y de obras avaladas por uno o más galardones extranjeros sobre los títulos más arriesgados de autores emergentes y, por tanto, desconocidos, quiero comentar someramente el argumento de la novela de Rajaniemi para aquellos lectores que se defiendan con el inglés y no deseen encomendarse a la suerte y esperar, quizá en vano, una pronta aparición de The Quantum Thief en las librerías españolas.» Pequé de agorero y ahora debo tragarme mis palabras porque The Quantum Thief ya tiene título en español, El ladrón cuántico, y debería poder encontrarse en todas las librerías españolas desde este mismo enero de 2013, publicada por la editorial Bibliópolis y traducida… en fin, traducida por mí.

En el momento de escribir la antedicha reseña para Literatura Prospectiva creía sinceramente que The Quantum Thief era una firme candidata a quedarse inédita en nuestro idioma. Por una parte, en España escasean las editoriales especializadas en fantasía y ciencia-ficción, y por otra, las pocas que mantienen una actividad continuada tienen la prudencial costumbre de arriesgarse lo justo para minimizar pérdidas indeseadas. Esto se traduce en unos catálogos en los que predominan los autores extranjeros con uno o más premios en su haber, en primer lugar porque esto suele ser indicativo de calidad (con las inevitables excepciones), y en segundo, porque todo reclamo que pueda colocarse en la cubierta o en la faja promocional de un libro para suscitar el interés de los lectores es poco. Se explica así la agradabilísima sorpresa que me llevé cuando, en el transcurso de una conversación telefónica con Luis G. Prado, editor de Bibliópolis, este me comunicó que había adquirido los derechos de publicación en español de The Quantum Thief y su deseo de que fuera yo el que se encargara de traducirla. Acepté el encargo sin pensármelo dos veces, ni que decir tiene, halagado pero también algo nervioso por saber que a partir de ese momento debía, quizá no olvidar todo cuanto conocía sobre la novela merced a haberla leído, pero sí mirar esa información con otros ojos e imprimirle un carácter netamente práctico, libre de todas las valoraciones subjetivas que hubiera podido abrigar hasta entonces.

En toda novela de temática fantástica es fácil distinguir tres capas o niveles lingüísticos que exigen distintas destrezas al traductor. La primera de estas capas comprendería los rasgos morfosintácticos inherentes a la lengua de partida del texto que se va a traducir: ortografía, gramática, signos de puntuación, cursivas, mayúsculas, etcétera. También las particularidades propias del estilo de cada autor (aliteraciones, coloquialismos, repeticiones…) encajarían en este primer nivel, que envuelve a todos los demás y presta cohesión al conjunto. La segunda capa tendría que ver con el lenguaje especializado de la novela, con todas aquellas palabras y expresiones fruto de la labor de documentación del autor: atuendos de época, lenguaje técnico, argot callejero, terminología científica… El lector de fantasía suele estar familiarizado (cuando no es un auténtico experto en la materia) con la nomenclatura de las armas medievales, por ejemplo, o de los elementos arquitectónicos de la época victoriana, o de los hábitos alimentarios en la América precolombina; y lo mismo ocurre con el lector medio de ciencia-ficción, en no pocas ocasiones aficionado a la informática, la biología o la astronáutica (cuando no directamente profesional en ejercicio de esas especialidades). Los escritores lo saben y dedican muchas horas a investigar y documentarse sobre los temas más peregrinos, y al traductor le tocará hacer lo propio para respetar ese esfuerzo y satisfacer las expectativas de los lectores más exigentes. La tercera y última capa, consustancial a los textos de índole fantástica, sería el fruto exclusivo de la fértil imaginación del autor, aquella en la que confluyan seres, plantas, objetos y acciones sin equivalente fuera de la novela, en el mundo real. Aquí es donde se dan cita los hobbits de Tolkien, los primigenios de Lovecraft y los robots de Asimov; el nadsat de Burgess, el soma de Huxley y los morlocks de Wells; el quidditch de Harry Potter, las rastrevíspulas de Los juegos del hambre y los huargos de Juego de tronos; cenobitas, replicantes, midiclorianos; mecha, eidolón, kriptonita… La mente del ser humano es una auténtica fábrica de maravillas.

Puesto que ya tenía una lectura preliminar de The Quantum Thief a mis espaldas, estaba familiarizado con los retos que iban a plantearme sus tres niveles lingüísticos y sabía cómo quería afrontarlos. Nada como la práctica, sin embargo, para poner a prueba aun la más meditada de las teorías.

La primera, en la frente: Cuando ya había empezado a traducir y seguía documentándome sobre distintos aspectos de la novela, me tropecé con varias reseñas y artículos que coincidían en señalar que esta había encontrado agente y se había terminado publicando gracias a la potencia de su primera frase («As always, before the warmind and I shoot each other, I try to make small talk»). Quien así habla es Jean le Flambeur, el ladrón cuántico que da título al libro, y lo hace desde la Prisión de los Dilemas en la que cumple sentencia tras haber sido declarado culpable de un sinfín de delitos. El dilema al que se enfrenta en estos momentos es una versión del denominado del prisionero, aquel en que dos reos son interrogados por separado e instados a confesar o a acusar a su cómplice, con la promesa de ver aumentada o reducida la pena en función de lo que decidan. El caso es que el elemento al que más atención había prestado en esa primera fase era el término warmind, que rápidamente inauguró el glosario particular de este encargo como mente bélica. Mi traducción, por tanto, quedaba así: «Como siempre, antes de que la mente bélica y yo empecemos a acribillarnos a tiros, intento entablar una conversación distendida.» Ahora, sin embargo, me entraba la duda. ¿Era esa una primera frase capaz de vender toda una novela por sí sola? Podía darle la vuelta, retocarla, volverla incluso del revés si hacía falta, pero… decidí no precipitarme y aplazar cualquier decisión al respecto. Más tarde, cuando la consulta de otras fuentes vino a corroborar que toda esa historia de que Rajaniemi había conseguido colocar su ópera prima merced al primer párrafo de la misma tenía más de leyenda urbana que otra cosa, reconozco que suspiré aliviado. Me quedaban muchas más frases de las que ocuparme, varias de ellas, en mi opinión, bastante más peliagudas que esas primeras palabras de arranque.

En la novela se mencionan una serie de entidades cuyos nombres no pertenecen ni al inglés ni a ningún lenguaje inventado: la Sobornost, guberniya, gevulot, Oubliette, vasilev, Mieli, Perhonen… Su significado (traducido del ruso en algunos casos, del yiddish, el francés o el finlandés en otros) de por sí no tiene ningún impacto significativo en la trama, pero molestarse en averiguarlo le presta a la lectura una dimensión añadida. Nueva decisión: ¿Sembrar el texto de notas del traductor aclaratorias o no? Al final se impuso el no, claro. Puesto que los lectores de la versión original en inglés no gozaban de ninguna ayuda para intuir que esos términos podían significar algo en otro idioma, consideré justo que los lectores de su traducción al español jugaran en igualdad de condiciones. Espero que nadie me odie por ello. Otros problemas exclusivos de esta primera capa lingüística planteaban a su vez problemas de distinta consideración, algunos más sencillos (como discriminar entre dos ubicaciones denominadas Realm y Kingdom [el Reino y la Corona, respectivamente]) y otros menos (como distinguir entre quiet y silence, dos estados que aquejan a algunos de los personajes [letargo y silencio, respectivamente]). En cuanto a la prosa de Rajaniemi, algunos elementos se mantienen en la traducción, como el generoso uso de los dos puntos y el recurso de las mayúsculas para distinguir algunos elementos propios del universo de la novela (el tiempo y el Tiempo, por ejemplo), mientras que otros se corrigen (discordancias de género o número, fallos de raccord) o se eliminan por completo (repeticiones como the swarm […] swarms by, o a plaque […] has a small plaque).

El segundo nivel lingüístico propio de The Quantum Thief está íntimamente ligado a los ámbitos de las matemáticas y la física cuántica, aunque también abarca disciplinas tan dispares como la elaboración del chocolate o el argot de los MMORPG (videojuegos de rol multijugador masivos en línea, como World of Warcraft o Guild Wars). A pesar de que la prosa de Rajaniemi no es especialmente retorcida ni florida, la adhesión de su novela al canon de la ciencia-ficción hard o dura (subgénero firmemente anclado en conceptos científicos reales extrapolados hasta lo irreconocible) puede ahuyentar al lector ocasional que, de otra manera, se conformaría y seguramente disfrutaría sin mayor complicación de la simpática e inteligente historia mezcla de «chico conoce chica», drama carcelario y misterio a lo Arthur Conan Doyle que es en el fondo The Quantum Thief. Es precisamente su condición de exponente del hard la característica de la novela que más me ha exigido como traductor. No solo porque conceptos como entrelazamiento cuántico o conjunto unitario brillen por su ausencia en el vocabulario de mi día a día, sino por la necesidad de respetar al máximo la aparente facilidad con que el profesor Hannu Rajaniemi, catedrático de matemáticas en la Universidad de Edimburgo, los enhebra en una trama que idealmente debería avanzar en español con la misma fluidez que en inglés. Como bien refleja una reseña publicada en The Guardian, «el futuro de Rajaniemi, impresionantemente rico en detalles, se hace tan denso en ocasiones que resulta tentador dejarse intimidar por su magnitud, sin que por ello se resientan en ningún momento la diversión y la intriga».

Gran parte de esa «diversión» se concentra sin lugar a dudas en la tercera y última capa lingüística de The Quantum Thief, un festival de términos inventados rayano a veces en lo delirante. Así, salpican la novela palabras como pararácnido, lanzafantasmas, intelectohebra o calmonave, un fascinante despliegue de fantasía aderezado con sutiles homenajes literarios (los campos de spimes inspirados en la obra de Bruce Sterling, gurú del ciberpunk; el detective Isidore Beautrelet, cuyo nombre evoca las aventuras de Arsenio Lupin) que, si bien no resultan imprescindibles para disfrutar del grueso de la trama, sin duda constituyen un grato aliciente añadido. Como siempre, la traducción de estos términos inventados me planteaba dos desafíos fundamentales: por una parte, la ineludible necesidad de encontrar unos equivalentes en nuestro idioma que denotaran el espíritu ficticio del original sin quedarse cortos ni incurrir en el esperpento; y por otra, separar el grano de la paja y distinguir entre aquellas palabras sin equivalente en nuestra realidad y aquellos conceptos que sean perfectamente legítimos, por exóticos que parezcan a primera vista (un ejemplo de esto último sería la niebla útil que se menciona en la novela, traducción aparentemente consensuada de utility fog, término acuñado por el doctor John Storrs Hall para referirse a unos enjambres de robots diminutos que colaborarían a fin de ejecutar una acción predeterminada). En cuanto al primero de estos desafíos, uno nunca sabe si sus decisiones serán plato del gusto de todos, pero tarde o temprano hay que tirarse a la piscina. ¿Es teleparpadear la traducción más acertada de blink? ¿Aneblador de foglet? ¿Alígeros de Quick Ones? Al menos así me lo pareció en su momento. Y en cuanto al segundo, me quedo con la satisfacción de haber expandido mis horizontes con el descubrimiento del evocador término videografía como traducción de lifecast y lifestream, que desconocía antes de embarcarme en este proyecto, o del concepto de cittaslow (ciudad lenta/reposada), entre otros muchos hallazgos.

Esta es tan solo una pequeña muestra de la ingente cantidad de imaginación y heterogeneidad léxica que despliega Rajaniemi en su obra, considero que representativa de los divertidos desafíos que plantea la literatura fantástica a quienes nos dedicamos a su traducción, cuyo ejercicio requiere numerosas competencias que espero haber conseguido dar a entrever al menos por medio de este somero desglose: amplitud de léxico; flexibilidad y espontaneidad; dotes para la documentación, la investigación y la improvisación; elaboración de bases terminológicas con las que garantizar la coherencia interna de una sola novela o de toda una serie de ellas… Destrezas y prácticas todas ellas que, como se puede inferir, no están tan alejadas de las consustanciales a la traducción de otras ramas de la literatura tradicionalmente consideradas más «serias», generalmente tenidas en más alta estima por parte de la crítica profesional y, en la mayoría de los casos, mejor remuneradas.

Ya solo me resta esperar que el esfuerzo y la ilusión invertidos en este trabajo contribuyan a que los lectores hispanohablantes disfruten de una novela, en mi opinión, exigente y gratificante a partes iguales. Y que no esté lejos el día en que me llamen para encargarme la traducción de su continuación, The Fractal Prince. Por si acaso, iré dándole vueltas a la primera frase del libro: On the day the Hunter comes for me, I am killing ghost cats from the Schrödinger box…

Manuel de los Reyes García Campos
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Manuel de los Reyes García Campos es licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad de Salamanca. Trabaja en el sector editorial desde el año 2000, cuando tradujo su primer título meses antes de aprobar los últimos exámenes de la carrera. A partir de entonces su bibliografía se ha ido engrosando hasta abarcar más de un centenar de juegos de rol, cómics y novelas de distinta temática, con especial hincapié en los géneros del terror, la fantasía y la ciencia ficción. Desde 2004 desempeña su labor desde la alemana localidad de Hemmingen, en los aledaños de Stuttgart. Se puede encontrar más información sobre él y su trabajo en su página web.

Manuel de los Reyes García Campos
Manuel de los Reyes García Campos
Manuel de los Reyes García Campos es licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad de Salamanca. Trabaja en el sector editorial desde el año 2000, cuando tradujo su primer título meses antes de aprobar los últimos exámenes de la carrera. A partir de entonces su bibliografía se ha ido engrosando hasta abarcar más de un centenar de juegos de rol, cómics y novelas de distinta temática, con especial hincapié en los géneros del terror, la fantasía y la ciencia ficción. Desde 2004 desempeña su labor desde la alemana localidad de Hemmingen, en los aledaños de Stuttgart. Se puede encontrar más información sobre él y su trabajo en su página web.
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