4 octubre 2024
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Los jueves en Tirso

C., que trabaja en una embajada, y su marido, profesor de instituto, suelen llegar de los primeros a nuestro banco de piedra con sus doce bolsas, un bocadillo y una pieza de fruta en cada una. Llegan a casa del trabajo con el tiempo justo para preparar los bocadillos, embolsar y coger el metro hasta la plaza de Tirso de Molina.

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S. es el encargado de repartir los números plastificados que hizo un voluntario del grupo de los martes. Repartir los números antes y luego ir cantándolos durante el reparto evita las peleas. Bueno, no siempre, pero es más cómodo para todos.

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Alguien sugirió un día que fuéramos a otro sitio donde hubiera menos gente conflictiva.

—Pero seguirá viniendo gente conflictiva. Borrachos. Drogadictos. Gente con problemas mentales. Sin papeles. Y esa gente es la que no puede entrar en los comedores municipales o de otras oenegés. Y también necesita cenar —dijo A.

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M. es batóloga (bióloga investigadora) y siempre añade un bric de zumo a sus bolsas. Solemos repartir las suyas al principio para que no haya problemas. Es difícil: no puedo pedir a los voluntarios que no traen zumos que los traigan, pero tampoco puedo pedirle a M. que no los traiga. Si decimos que se han acabado se quejan menos.

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A. viene a cenar todos los días de la semana que hay reparto con su compañero. Limpios. Ellos se llevan la cena a casa porque todavía tienen un sitio donde vivir.

P. no, P. vive en la calle y a veces llega tarde porque tiene que esconder de otros sintecho y de la policía municipal sus cosas. A veces las trae consigo. En verano venía con un carrito viejo de bebé. Este invierno alguien le regaló una maleta.

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S. es física y suele traer veinte raciones de macarrones boloñesa veganos. Los hace con seitán casero y le salen buenísimos.

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El sistema es sencillo: repartimos a cada persona una taza de sopa en invierno y de gazpacho en verano, una ración de comida caliente envasada y una bolsa con un bocadillo y una pieza de fruta para el día siguiente.

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—Tu marido… —le dijo alguien a I., en las cañas de después del reparto.

—No es mi marido, estamos divorciados hace tiempo.

—Ah, ya decía yo que nunca discutíais.

I. es periodista y está en paro: ella cocina y su ex marido, que sí tiene trabajo, le da el dinero para que compre los ingredientes. Y la trae en coche.

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—¿Me dejan pasar la primera? Aquí le traigo el papel del médico, me acaban de operar y me cuesta mucho estar de pie en la cola.

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Este verano solía haber dos mujeres muy mayores las primeras, sentadas en el banco. Una de ellas dejó de venir porque consiguió plaza en una residencia. Tenía párkinson y vestía siempre de negro.

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Cada grupo (en Madrid hay cuatro: lunes, martes, miércoles y jueves) es autónomo y se organiza por su cuenta con un coordinador y una hoja de Google docs (o de papel, en algún caso) donde el coordinador anota los nombres y los datos de contacto de los voluntarios y la cantidad de bolsas o raciones que trae para que casen. Hay quien trae seis raciones de comida caliente (lo que cabe en una olla a presión mediana) y quien trae veinte. Llegan con su bolsa térmica en un carrito de la compra o su mochila. Solemos repartir ciento veinte cenas cada día. El verano pasado llegamos a ciento cuarenta porque en julio y agosto cerraron varios comedores. Por vacaciones.

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—¿El jueves que viene venís?

—Sí, claro, ¿por qué lo dices?

—Es que es fiesta.

—¿Es que tú no cenas los festivos? Porque nosotros sí.

—Como no se trabaja…

—Si esto fuera trabajo, yo no vendría.

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Este invierno hubo días que vino menos gente. Nos explicaron que el autobús recogía a la gente para llevarla al albergue a dormir a las ocho. Así que si querían cenar caliente, tenían que dormir en la calle.

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—¿Quién ha hecho las lentejas? ¡Estaban buenísimas!

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Llevamos bolsas de basura para recoger los envases y las bolsas de plástico que quedan por la plaza. Muchas veces nos las quitan de las manos nuestros invitados y se ocupan ellos mismos de recoger.

También llevamos hojas en las que explicamos quiénes somos y qué hacemos, para la gente que pasa y nos pregunta.

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—Me han dicho que es usted la encargada —me dijo una señora mayor, delgada, pequeña y arrugada. Pensé que iba a pedirme saltarse la cola. Pero me dio un sobre, pequeño y arrugado. —Tenga, es un dinero que tenía guardado para dárselo a la gente que lo necesita, y ustedes están haciendo eso.

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Con el dinero compramos envases, servilletas, cubiertos.

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Este verano vino un chico que tenía un huerto en las afueras.

—De esto comemos tres casas y no quiero vender lo que sobra, así que había pensado en traéroslo.

Calabacines como melones, pimientos verdes, berenjenas. La gente que tenía casa (no todos son sintecho) se llevó la mayor parte. El resto se lo llevaron nuestros cocinillas voluntarios para guisarlo.

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 Algunos voluntarios estaban en el paro y dejaron de venir porque encontraron trabajo. Dos mujeres lo dejaron porque hicieron un ERE en su empresa y se quedaron en el paro. Ch. es coordinador de producción en la oficina de Madrid de una oenegé, D. trabaja en una revista de moda; hay varias yayaflautas, un estudiante de bachillerato, un fotógrafo, un abogado, un par de estudiantes universitarios. Yo soy traductora. Pero creo que nuestras profesiones no tienen nada que ver con lo que hacemos los jueves por la noche. Es más bien, como leí en alguna parte, que no damos lo que nos sobra, sino porque sabemos lo que es no tener.

Más información

La web de la asociación Casa solidaria

Noticias

Voluntarios que preparan tuppers caseros para paliar el hambre de sus vecinos, La Marea, 9 de marzo de 2013.

El banco de la crisis, El País, 19 de julio de 2013.

Un par de dibujos en el blog del ilustrador Enrique Flores, 2 de agosto de 2013.

Berna Wang
Berna Wang
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Nací en Madrid (España), en 1957, de padres chinos. Soy traductora (de inglés a español) y profesora de la Escuela de Escritores y de su máster de Narrativa. También corrijo y edito textos en español y doy talleres en los que trabajamos con el cuerpo, la mente y la escritura. Hace un tiempo, escribí y publiqué dos libros de poesía: Pequeños accidentes caseros y La mirada oblicua. Me incluyeron en la antología La escritura plural. 33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura. Durante muchos años fui poeta en excedencia, pero en 2019 terminé Cosas que me explica mi madre gracias (en parte) a una ayuda a la creación literaria de la Comunidad Autónoma de Madrid. Shirin Salehi lo convirtió en un bellísimo libro ilustrado (y seguimos buscando editor). También soy meditadora y madre. Y nada de eso me define del todo: estoy siempre en transición.

Berna Wang
Berna Wang
Nací en Madrid (España), en 1957, de padres chinos. Soy traductora (de inglés a español) y profesora de la Escuela de Escritores y de su máster de Narrativa. También corrijo y edito textos en español y doy talleres en los que trabajamos con el cuerpo, la mente y la escritura. Hace un tiempo, escribí y publiqué dos libros de poesía: Pequeños accidentes caseros y La mirada oblicua. Me incluyeron en la antología La escritura plural. 33 poetas entre la dispersión y la continuidad de una cultura. Durante muchos años fui poeta en excedencia, pero en 2019 terminé Cosas que me explica mi madre gracias (en parte) a una ayuda a la creación literaria de la Comunidad Autónoma de Madrid. Shirin Salehi lo convirtió en un bellísimo libro ilustrado (y seguimos buscando editor). También soy meditadora y madre. Y nada de eso me define del todo: estoy siempre en transición.

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