20 abril 2024
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De rebus metallicis

El mundo de la ingeniería de los metales es inmenso, incluso la fase intermedia entre la extracción y el uso final es un laberinto de pasillos grisáceos compuestos por materiales diferentes y por distintas formas de utilizar la física (y a veces también la química) para hacer que los metales se dobleguen a la voluntad humana y tomen la forma de piezas que la industria necesita para construir nuestras máquinas. Este laberinto está lleno de esquinas dominadas por fuerzas mayores como la presión, la electricidad o el magnetismo, iluminado por la inquieta luz del fuego y alfombrado con miles de palabras hermosas y sólidas como galvanizar, cizallar, punzonar, bocarteo, buje, granalla o crisol, y con otras palabras que relucen como pequeñas hadas que se hayan puesto las botas y la ropa de protección para trabajar entre metales: fresa, nuez, alma…

1. Introducción

Ya habían pasado los tiempos de mis primeras traducciones hechas con folios y papel carbón en la Underwood de mi padre, la misma que ahora espera silenciosa y cubierta de polvo en un rincón de mi estudio a que le encuentre un sitio para poder exhibir con orgullo su belleza de bestia-máquina de otros tiempos. También había quedado atrás mi primer ordenador con un sistema MS DOS Shell y los días en los que aprendí a cambiar los comandos memorizados por el ratón. Había abandonado la prehistoria y, manteniendo el paralelismo con la historia de la humanidad, me adentré en la Edad de los Metales. Eran los primeros años de este siglo, y a través de una pequeña agencia en el Reino Unido empecé a trabajar en traducciones relacionadas con el mundo del metal. En poco tiempo, y casi sin darme cuenta, me había metido de lleno en el tórrido y contundente mundo de la ingeniería metalúrgica. Durante más o menos seis años traduje con regularidad documentos relacionados principalmente con los procedimientos que transforman los metales en piezas que luego servirán como partes de máquinas y sistemas mecánicos más complejos. Por razones diversas, y no sin cierta tristeza, dejé poco a poco de trabajar en este campo. Hace unos años, durante un periodo de tiempo limitado, volví a encontrarme con los trabajos metalúrgicos.

En este artículo intento dar una visión resumida sobre los campos en los que he trabajado —la fundición, la estampación y el mecanizado de metales, principalmente acero y aluminio— y proponer una reflexión sobre la evolución de las técnicas artesanales a la automatización que se ha producido en las últimas décadas tanto en el sector de la metalurgia como en el mundo de la traducción.

2. Procedimientos metalúrgicos

La fundición como moldeado para la fabricación de piezas (hay otra fundición relacionada con la metalurgia extractiva que se usa para quitar la mena y purificar el metal) consiste en fundir el metal e introducirlo (colarlo) en una cavidad donde se solidifica, dándole forma para elaborar machos y moldes. El moldeo se usa sobre todo para fabricar piezas con formas complejas que resultarían difíciles o poco rentables si se realizaran utilizando otros métodos. Hay muchos métodos de moldeo, algunos muy antiguos, otros muy modernos y sofisticados; todos se siguen utilizando y en la selección entre uno u otro se tienen en cuenta factores como el coste, las dimensiones y complejidad geométrica de la pieza, el nivel de precisión que se necesita, el acabado y el volumen de la producción. El metal o aleación que se va a moldear y las propiedades físicas de la pieza a producir también pueden ser un factor a tener en cuenta en la elección.

Arena verde: la palabra «verde» no se refiere a su color, sino al hecho de que la arena está húmeda y que el molde no se hornea ni se seca.

  • Moldeo a la cera perdida o a molde perdido, también llamada fundición de precisión. Es una técnica metalúrgica que tiene miles de años y que a partir del siglo xix se empieza a utilizar como proceso industrial. Consiste en crear un modelo en cera exactamente igual a la pieza deseada; este se recubre con una capa de material refractario que se endurece, el modelo de cera se funde y se drena, y con esto se obtiene un molde que fabricará una copia exacta del modelo.
  • Moldeo en arena. Es un proceso de uso muy común porque se puede utilizar con prácticamente todos los metales y por la abundancia en la naturaleza del material refractario utilizado: la arena. Consiste en colar un metal fundido en un molde de arena (mezclada con otros materiales como arcilla, resinas, etc.), dejarlo solidificar y romper el molde para extraer la pieza fundida. En este caso el proceso también comienza con un modelo igual a la pieza deseada. A continuación, se coloca una caja de moldeo y se llena con arena. Después, se aplica presión a la arena para compactarla firmemente contra la cara del modelo. Al compactarse, la arena mantiene la forma exacta del modelo. Existen diferentes tipos de mezclas de arena; la más utilizada es la arena verde, en la que la mezcla del molde está compuesta de arena de sílice, arcilla y aglutinantes. La palabra «verde» no se refiere a su color, sino al hecho de que la arena está húmeda y que el molde no se hornea ni se seca (al contrario que en el método de moldeo en arena seca).
  • Moldeo por gravedad o moldeo en coquilla. Este método se utiliza mucho con metales no ferrosos (aleaciones de aluminio, cobre, magnesio o zinc). Consiste en verter el material fundido en un canal que llega hasta un molde metálico (la coquilla), que se va llenando exclusivamente por el efecto de la gravedad para solidificarse a presión atmosférica.

La estampación consiste en comprimir un metal entre dos moldes o matrices de acero, una fija y otra móvil. Esto se puede realizar de dos formas: aplicando una presión progresiva, de forma continuada, o por percusión, aplicando la presión de forma intermitente mediante una prensa o martillo. A su vez, si la temperatura del material a deformar es mayor que la temperatura de recristalización, tendremos la estampación en caliente, y si es menor, la estampación en frío. La estampación permite elaborar piezas con formas complejas y se puede utilizar con una gran variedad de materiales; el acabado superficial de las piezas suele ser bueno. Entre sus condicionamientos está el hecho de que el espesor de la pieza suele estar limitado.

Fresadora mandrinadora

El mecanizado es un proceso de fabricación que comprende un conjunto de operaciones (torneado, fresado, rectificado, taladrado, acepillado, escopleado, brochado, etc.) para elaborar piezas mediante la eliminación de material, ya sea por abrasión o por arranque de viruta.

  • En el mecanizado por abrasión el material se elimina utilizando una y otra vez la herramienta que va desgastando el metal en pequeñas cantidades, hasta que se consigue el resultado buscado. La herramienta utilizada en este tipo de proceso está formada por partículas de un material con un alto poder abrasivo.
  • En el mecanizado por arranque de virutas se utiliza una herramienta con una o varias cuchillas, que lleva a cabo un proceso de desbaste en el que se arranca material con menor precisión, y un proceso de acabado para finalizar la superficie de la pieza.

El decapado es un proceso de eliminación de óxidos superficiales u otros contaminantes de la superficie de los metales. Para ello se utiliza generalmente una solución que contiene ácidos fuertes, o un rayo láser. Se utiliza en este campo intermedio de fabricación de componentes (por ejemplo, en una empresa de estampado), para preparar las piezas para otras operaciones como la soldadura.

3. Tipos de documentos

Las traducciones más técnicas dentro de este ámbito son los cuadernos de cargas.

Los textos de traducción relacionados con este campo (por lo menos a cierto nivel) no suelen ser puramente técnicos; con frecuencia, lo que sale de una empresa para comunicarse con otra lleva mezclados componentes técnicos, normativos, legales y empresariales. Las traducciones más técnicas dentro de este ámbito son los cuadernos de cargas. Se trata de un tipo de documentación en la que se especifican en detalle los puntos claves del diseño de un proyecto: objeto, alcance, descripciones de componentes, procesos, definición y componentes de la instalación, calidad, transporte, embalaje, plazos de entrega, etc. Generalmente se utilizan en licitaciones o como especificaciones para un proyectista, y contienen muchos datos técnicos, así como explicaciones sobre máquinas, piezas y procesos.

Hay otras series de documentos en los que se mezclan, en diferentes proporciones, elementos técnicos con otros legales o de normativa, como las fichas descriptivas de acreditación, fichas técnicas de seguridad para materiales, garantías de conformidad y normas de seguridad, etc.

En otros documentos el factor técnico se combina con conceptos empresariales y de marketing, como en los textos para páginas web o las presentaciones en PowerPoint.

En general, se trata de textos técnicos de expertos a expertos. Salvo en el caso de los cuadernos de cargas, normalmente no hay largas explicaciones, porque todo el mundo sabe de lo que se está hablando, y es por ello que el traductor tiene que infiltrarse en esta comunicación como uno más cuyo conocimiento va más allá de lo que aparece en el texto.

4. Metodología y terminología

En el caso de la pequeña agencia y las también pequeñas o medianas empresas (esas especies en vías de extinción) que fueron los clientes finales de la mayoría de mis traducciones metalúrgicas, no existía de entrada nada remotamente parecido a un glosario o cualquier otro material que pudiera servir de ayuda a un traductor. Lo que sí tuve siempre fue acceso directo a gente que conocía bien lo que se hacía en su empresa y estaba dispuesta a contestar a preguntas y dar explicaciones.

La terminología siempre es más fácil de manejar cuando se aprende en contexto.

Como ya he comentado, aunque en muchos de los documentos que se intercambian entre empresas no hay amplias descripciones técnicas, es necesario comprender bien los procesos de los que se está hablando para referirse a ellos con soltura. Además, la terminología siempre es más fácil de manejar cuando se aprende en contexto. Para entender de lo que se está hablando es necesario crear un modelo o una imagen del proceso en la cabeza. A veces, el contenido mismo de los documentos, las fotos, los dibujos o los planos puede ser de ayuda.

En lo que se refiere a la terminología en mi Edad de los Metales, muchos recursos, tanto generales como específicos, que hoy tenemos en la red no estaban aún disponibles (por dar solo unos ejemplos, IATE se abrió al público en 2007, Wikipedia se lanzó en pañales en 2001 y el Diccionario de la Real Academia de Ingeniería se presentó en 2014).

La búsqueda de recursos terminológicos y de referencias para aquellos proyectos fue una búsqueda «a la antigua».

Por todo ello, la búsqueda de recursos terminológicos y de referencias para aquellos proyectos fue una búsqueda «a la antigua». Los diccionarios utilizados eran de papel: el Diccionario técnico inglés-español-inglés de Federico Beigbeder (edición de 1996), poblado por maravillosas palabras técnicas como una vieja ferretería llena de tesoros metalúrgicos, y el Oxford-Duden Pictorial Spanish and English Dictionary, una joya-reliquia de otros tiempos cuyos dibujos en blanco y negro (con la excepción de la página 639 en la que aparecen los lepidópteros) intentan diseccionar el mundo y etiquetarlo en dos idiomas. A estos dos se añadía un diccionario en línea de términos de metalurgia e ingeniería en inglés, que no he podido encontrar, y los propios glosarios que fui creando con cada proyecto.

Las referencias documentales las buscaba en textos de páginas web, artículos y otros textos en línea y a veces en papel; en los documentos sobre cumplimiento de normativas o acreditaciones y certificados de calidad, la normativa o certificación original a la que se refieren se puede encontrar con frecuencia en varios idiomas y sirve de referencia.

Añadido a todo lo anterior está el método de dar la plasta a amigos, familiares y conocidos que saben del tema (en aquella época tampoco estaba conectada a ninguna red de profesionales); uno hace preguntas simples y preguntas «trampa» hasta llegar a la palabra o el concepto que desea, pronunciado o reconocido con seguridad y confianza por un informante que no comprende la insistencia en precisar términos y conceptos.

La rentabilidad de aquellas traducciones era probablemente bastante baja pero permitían aprender cosas nuevas y cobrar (poco) por ello.

Todo esto llevaba tiempo, el proceso de documentación era más lento y artesanal, había que encontrar las cosas y luego cotejarlas unas con otras, la rentabilidad de aquellas traducciones era probablemente bastante baja pero permitían aprender cosas nuevas y cobrar (poco) por ello; por otra parte, para compensar por aquel pecado venial contra el rendimiento, hacer una factura en aquellos días llevaba cinco minutos, y no se perdía tiempo explicándole a una herramienta de control de calidad que «cola» no es siempre una palabra obscena o malsonante.

5. Automatización

Hace un par de años volví al mundo del metal, pero de forma muy distinta. Una agencia japonesa para la que trabajaba me propuso traducir unos manuales de robots de soldadura. La terminología me llegó perfectamente organizada en glosarios y tenía una memoria de traducción bastante útil, además de una base de datos para preguntar y revisar las respuestas a las dudas de otros. No sé si me enteré demasiado bien de lo que hacían en detalle los robots, tampoco me hizo falta; entendí en general lo que hacían las máquinas y lo que tenían que hacer (o lo que de ninguna forma deberían hacer) los humanos con los que interactuaban.

Afilado de una broca espiral

Los soldadores tradicionales realizaban sus propios cálculos y ajustaban manualmente (a veces con toques milimétricos) sus herramientas; uno de sus útiles fundamentales era un cuaderno con notas y dibujos, geometrías, ángulos y cálculos. Hoy en día, en los trabajos de soldadura, humanos y robots siguen los planos que los ingenieros crean con un software de CAD. Como en otros campos, el aumento progresivo de la cantidad y del nivel de especialización y maestría de los robots y su capacidad para amenazar la subsistencia de los soldadores humanos han abierto un debate, que en muchos aspectos se parece en gran medida a otro que a los traductores nos resulta bastante familiar. En ambos debates aparecen las frases mágicas «aumento de la productividad» y «plazos de entrega más cortos»; también es común la idea de que la automatización ya no es una opción porque se trata de un proceso inevitable. Para contrarrestar esta inquietante afirmación, que lleva implícito un «¡Estamos perdidos!» para los humanos que ejercemos las respectivas profesiones, el debate se puebla con voces que afirman que las máquinas son más precisas y consistentes, cometen menos errores a la hora de realizar ciertas tareas, pueden evitar a los humanos la realización de trabajos repetitivos y mantenerlos alejados de peligros físicos, pero necesitan el ejemplo humano para aprender. Las voces tranquilizadoras añaden, además, que las personas seguirán siendo necesarias para muchos trabajos que las máquinas no pueden hacer, tareas que, simplemente, escapan a toda automatización y requieren valorar la situación y tomar decisiones.

Mientras tanto, algunas de las pequeñas y medianas empresas para las que trabajé en aquellos días han desaparecido completamente o se han unido a otras para poder sobrevivir; la pequeña agencia de traducción para la que trabajé también cerró. La automatización se está extendiendo cada vez más por todos los procesos metalúrgicos en los que hasta ahora convivían hombres y máquinas, y el concepto de automatización integral se va imponiendo poco a poco como fin deseable para acabar con todos los males que presenta el sector.

Personalmente pienso que en el caso de la traducción, si renunciamos al control de las herramientas, habremos perdido la batalla.

Esta automatización integral a la que parecen dirigirse muchos trabajos supone una relación completamente nueva entre el hombre y sus herramientas. Como buenos humanos que somos, seguiremos adaptándonos a los cambios. Personalmente pienso que en el caso de la traducción, si renunciamos al control de las herramientas (esto supone estar presentes tanto en el proceso de su diseño y concepción como en la decisión de cómo utilizarlas), habremos perdido la batalla; la traducción pasará de un proceso que los traductores aprenden, perfeccionan y actualizan a ser un proceso diseñado por profesionales informáticos (con mayor o menor conocimiento sobre traducción, pero, en general, con poca experiencia sobre el campo) al que los traductores nos tendremos que adaptar ocupando el espacio que nos dejen.

Tanto en la metalurgia como en la traducción, hay un conocimiento implícito que se adquiere a través de las técnicas físicas (manuales y mentales) que se repiten al ejecutar el trabajo; se trata de un conocimiento orgánico que crece y se transforma buscando nuevas posibilidades de mejora. ¿Son las máquinas capaces de construir este mismo conocimiento? Si los humanos dejamos de ejecutar nuestro trabajo específico como tal y olvidamos nuestras maestrías, ¿perderemos parte del conocimiento que nos hace ser lo que somos?

Nota. Las ilustraciones de este artículo son imágenes de un antiguo manual que me prestó Kiko Lago: Michalik, A.; Eberman, L. Mecanizado de metales. Barcelona: Editorial Reverté, 1948.

Cruz Losada
Cruz Losada
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Lleva traduciendo profesionalmente casi 25 años, siendo su relación con la traducción una de las más duraderas y estables de su vida. Formada originalmente en la noble y vagabunda escuela de los historiadores, ha ejercido desde currita de inventario hasta jefa de departamento en un museo, guionista de documentales, investigadora etnográfica, periodista esporádica y profesora sin paciencia. Empezó en el mundo del doblaje y actualmente lleva un tiempo fondeada en las embalsadas aguas del mundo empresarial (software y materiales de gestión empresarial, imagen corporativa), la localización y la traducción de marketing. Sueña a menudo con navegar en alta mar hasta las aguas del Ártico y disfrutar de la palidez luminosa del norte extremo y de sus auroras boreales.

Cruz Losada
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Lleva traduciendo profesionalmente casi 25 años, siendo su relación con la traducción una de las más duraderas y estables de su vida. Formada originalmente en la noble y vagabunda escuela de los historiadores, ha ejercido desde currita de inventario hasta jefa de departamento en un museo, guionista de documentales, investigadora etnográfica, periodista esporádica y profesora sin paciencia. Empezó en el mundo del doblaje y actualmente lleva un tiempo fondeada en las embalsadas aguas del mundo empresarial (software y materiales de gestión empresarial, imagen corporativa), la localización y la traducción de marketing. Sueña a menudo con navegar en alta mar hasta las aguas del Ártico y disfrutar de la palidez luminosa del norte extremo y de sus auroras boreales.

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