Al número siete se le atribuye tradicionalmente un valor mágico en muchos ámbitos de las culturas occidentales. Siete son los pecados capitales, y siete también las virtudes que los contrarrestan. Son siete los cabritillos del cuento, y siete los enanitos de Blancanieves. Siete vidas tiene un gato y siete días tiene nuestra semana. La rotura de un espejo trae siete años de mala suerte. Siete son los colores del arco iris (o arcoíris, RAE dixit). En edades humanas, parece que la vida evoluciona también en múltiplos de siete: con siete años un ser humano es niño; con catorce, adolescente, y con veintiuno, adulto. Siete años son, según dicen los veterinarios, el equivalente perruno a un año humano.
En vida corporativa no sé qué serán siete años: ignoro si esa trascendencia misteriosa y mitológica del número se refleja sobre una institución o una asociación. Pero el caso es que este año Asetrad llega a su séptimo año de vida. Es aún muy pronto para pensar que tenemos una larga tradición, especialmente en una sociedad cambiante como la que vivimos, en la que diariamente salen al mercado y a Internet novedades de todo signo, y donde cada año solo las universidades de España fabrican más de mil licenciados en traducción e interpretación que buscan su puesto en los diversos nichos profesionales. Esta riqueza y esta movilidad, por cierto, dan fe de que el mercado de la traducción y la revisión de textos es uno de los más renovados y variados del mundo laboral, por las fuerzas externas que se incorporan a él continuamente.
En siete años, Asetrad ha evolucionado y ha logrado muchas cosas. Ha pasado de ser ese grupo inicial de veintipocos traductores fundadores ilusionados a una comunidad profesional que ronda casi los mil. Ha pasado de existir solo en unos estatutos en papel a ampliar su finalidad corporativa, a fijarse un código deontológico y a producir documentación diversa; a ser conocida en España y a estar presente en foros internacionales. Ha evolucionado de la intención inicial, idealista y algo vaga, de hacer algo por la profesión a ofrecer gran variedad de cursos especializados, a prestar apoyo y asesoramiento experimentado a los que empiezan y a ayudar a los que ejercen los oficios de traductores, correctores e intérpretes a adoptar una postura concienciada con su realidad laboral y profesional.
Otro de los logros de la asociación es publicar su propia revista, un signo adicional de madurez corporativa. Asetrad refleja en La Linterna del Traductor la experiencia y el saber hacer de sus socios, que aquí escriben y demuestran lo que saben.
En este segundo número de la nueva época de La Linterna, doble y muy extenso, en el que encontraréis artículos en varios idiomas, damos la bienvenida a Isabel Hoyos, una traductora profesional madrileña con muchos años de experiencia a sus espaldas, que en el año 2006 se estableció en Argentina, desde donde gestiona ahora la redacción de la revista. Y es que La Linterna y su equipo han de ser necesariamente el versátil reflejo de nuestra asociación y de nuestro trabajo: tocamos muchos temas, vivimos muchas realidades, nos movemos por muchos países y hablamos en muchas lenguas.
Os invitamos a disfrutar de nuestra revista y a participar en ella. Y contamos con vosotros para que los próximos siete años de Asetrad sean, por lo menos, tan fructíferos como los siete primeros. Años de vacas gordas, como aquellos años de abundancia ―volviendo a la simbología del siete― que pronosticó José al faraón de Egipto.

María Barbero
Directora de
La Linterna del Traductor
