Hoy me gustaría hablar de este término, indefensión aprendida o learned helplessness, que se utiliza en psicología e ilustra algo que está pasando ahora mismo, no solo en nuestras profesiones, sino en muy diversos ámbitos.
El término en cuestión —cuyo sinónimo es impotencia aprendida— alude a esa situación en la que una persona aprende a comportarse de forma pasiva ante algo que la perjudica o amenaza en el convencimiento de que está indefensa y no puede hacer nada para evitarlo o solucionarlo. Los mecanismos son diversos, pero la consecuencia es siempre que no reacciona y no pone remedio a la situación, esté o no en su mano hacer algo para solucionarlo, algo que nunca sabrá si no intenta defenderse.
Un par de ejemplos totalmente distintos (aunque podría poner muchos más): por un lado, un alumno que no se plantea protestar por una nota a todas luces injusta porque está convencido de que «no servirá de nada»; por otro, una mujer que, en un entorno machista, no denuncia un abuso sexual o un maltrato porque ha visto que otras han denunciado casos similares y nadie las ha creído. En ambos casos, el resultado, salvando las distancias, es el mismo: la inacción resignada lleva a la indefensión.
En ocasiones, la indefensión aprendida se nos inculca, junto al miedo, a través de un despliegue organizado y orquestado, que obedece a intereses políticos o económicos.
En ocasiones, la indefensión aprendida se nos inculca, junto al miedo, a través de un despliegue organizado y orquestado, que obedece a intereses políticos o económicos y que se difunde a través de bulos o medias verdades cuidadosamente planificados y posteriormente amplificados por terceros, hasta que la pelota de nieve baja rodando y arrasa todo allá por donde pasa, mientras asistimos al espectáculo, convencidos de que no podemos evitarlo.
Con cada ladrillo que se añade a esa pared, se afianza en nuestro cerebro un mecanismo de indefensión aprendida: esto es lo que hay.
También sucede en nuestro sector. De repente, aparecen docenas de cursos, conferencias, webinarios y artículos en los que se vaticina la llegada de la inteligencia artificial como algo irremediable que terminará con nuestras profesiones y nos sustituirá sin que esté en nuestra mano hacer algo para evitarlo. Ponentes corporativos y articulistas contratados cuyo objetivo es avisarnos de que toda resistencia es fútil y seremos asimilados. Comentarios en la prensa seria —o no tan seria—, redactados por especialistas —o no tan especialistas— y partes interesadas. Congresos y jornadas virtuales, mesas redondas y keynote speakers que nos intentan convencer de lo maravilloso que será para nosotros la llegada de la IA y el cambio de paradigma, aunque, a la hora de la verdad, no nos expliquen bien cuál es la ventaja ni cómo haremos para reciclarnos (también están los que dejan caer que mejor vayamos buscándonos otra profesión, claro). Así, con ese machaqueo continuo, con cada ladrillo que se añade a esa pared, se afianza en nuestro cerebro un mecanismo de indefensión aprendida: esto es lo que hay. No podemos luchar contra el futuro. Nuestras profesiones desaparecerán. Podré estar contenta si me dan trabajos de posedición. No se puede hacer nada… ¿O sí podemos?
Asociarnos y colaborar en nuestras respectivas asociaciones; seguir formándonos en las técnicas de nuestros oficios y el funcionamiento de la lengua; organizar jornadas y charlas en las que pongamos en duda el statu quo; compartir con los colegas nuestras impresiones; educar a las nuevas generaciones para que no se dejen avasallar… En absoluto fácil, ya lo sé, y qué poco cuesta pontificar desde estas líneas. Pero hay que intentarlo. También ponen ladrillos en la pared quienes no impiden que se levante.
Os dejamos con ese pensamiento y con este número 27. Leer artículos especializados es una forma de seguir formándonos para reforzar la calidad de lo que hacemos, una de nuestras pocas bazas frente a la IA, y nuestro objetivo es que la revista os ayude a conseguirlo.
¡Gracias por leernos un número más!
Isabel Hoyos Seijo
Directora