Muchísimo antes de encontrar mi vocación de traductora me di cuenta de que el mundo era profundamente injusto y sentí la necesidad de hacer algo al respecto. No tengo claro en qué momento surgió esa consciencia, pero sí que no recuerdo cuando no existía, así que debió de ser en mi más tierna infancia. Sí me acuerdo con total nitidez de mi indignación hacia Greenpeace cuando recibí su contestación, negativa, claro está, a mi entusiasta carta en la que me ofrecía para amarrarme a superpetroleros, centrales nucleares o cualquier otro lugar igualmente peligroso para mí y la naturaleza. Tenía 13 años.
El cabreo y la decepción por la experiencia con Greenpeace me hicieron olvidarme un poco del tema hasta que, a principios del 2000, descubrí en mi facultad un cartel de un curso de voluntariado y me apunté. No tenía ni idea de cuánto iba a cambiar mi vida aquel curso, pero el caso es que allí descubrí Implicadas no Desenvolvemento, una ongstyle> gallega que por aquel entonces acababa de cumplir dos años, y el flechazo fue inmediato.
Once años después, sonrío con cierta ternura al pensar en aquella chavalita que acudió a su primera reunión como voluntaria y que no se enteró de nada. Por aquel entonces los folletos de Implicadas eran fotocopias en blanco y negro que hacíamos de extranjis en la facultad, y yo me moría de rabia cuando atendía una mesa en alguna feria solidaria porque la gente no cogía nuestro material «hecho en casa». Desde entonces, no solo nuestro material ha mejorado sensiblemente, sino que hemos publicado libros, unidades didácticas e incontables artículos en diversos medios. Tenemos tres webs y dos blogs y nos siguen más de 1300 personas en Facebook. Hemos participado en la Cumbre Mundial del Microcrédito, hemos organizado congresos internacionales y hemos conseguido que Implicadas sea un referente en temas como género y cooperación o microcrédito a través del enfoque de los grupos de ayuda mutua (que introdujimos por primera vez en Etiopía).
En los trece años de existencia de Implicadas, hemos sido partícipes, a través de los proyectos que desarrollamos con nuestras ongstyle> compañeras en la India y Etiopía, de un proceso que les ha permitido salir del círculo de la pobreza extrema a casi un cuarto de millón de personas. Un proceso que a mí, personalmente, me ha permitido conocer a gente increíble, de la que te devuelve la fe en la humanidad, tanto en las aldeas de la montaña etíope como en los suburbios de la India y, por supuesto, en mi propia tierra, porque el equipo de Implicadas está compuesto por las personas más entusiastas y comprometidas que me he encontrado, y a las que tengo la suerte de llamar mis amigas.
Hemos pasado por momentos difíciles, como el actual, en el que nuestros esfuerzos en la campaña 1 de 200 por obtener una base asociativa suficiente para mantener nuestro proyecto para la erradicación del infanticidio femenino en la India no están teniendo los resultados que esperábamos, pero el camino que he recorrido en estos once años —y que me resulta imposible sintetizar en 500 palabras— ha sido la experiencia más enriquecedora y satisfactoria de mi vida.
Blanca Rodríguez
Estudió Traducción e Interpretación en la Universidad de Vigo y es traductora autónoma desde 2001. Fue finalista del X Premio Esther Benítez por la traducción, con Marc Jiménez Buzzi, de La constelación del Perro, de Peter Heller. Ha sido juntera de AGPTI, jefa de redacción de la primera época de La Linterna del Traductor (2002-2004), tutora del programa de prácticas de Asetrad, y ahora colabora con el programa de mentorías de esa asociación para orientar a los nuevos socios. Habla de traducción allí donde la dejan y ha traducido a autores como Joseph Conrad, Robert L. Stevenson, Ursula K. Le Guin o James Tiptree Jr. También escribe cuando puede, y su libro Las aventuras de Undine. La gran tormenta (Bambú) lleva vendidos 5000 ejemplares. Ahora trabaja en la continuación y en su primera novela para adultos.