Calor helado es un libro de suspense que contiene todos los ingredientes obligados de una novela negra: asesinato, acción, persecuciones, investigación oficial y extraoficial, corrupción, pistas reales y pistas que no conducen a ninguna parte, falsas apariencias, violencia… y otros menos habituales, como lemmings, sopa de grasa de foca, viajes en trineo, topónimos como Uimmatisatsaq, términos tomados del inuktitut e iglús que se montan sobre la marcha. Es decir, tiene una peculiaridad: su interés no radica únicamente en la trama, sino también en el entorno que sirve de marco a dicha trama. No porque esta no sea entretenida, sino porque el lector queda inmediatamente atrapado por el escenario en el que se desarrolla. Así, aunque nos intriga saber qué produjo la muerte con la que nos reciben en las primeras páginas (es de agradecer que McGrath no espere para sumergirnos de lleno en la acción), eso no es lo único que estimula nuestra curiosidad desde el principio. ¿Por qué tantas alusiones al alcohol? ¿Qué pintan en todo esto los lemmings? (Dicho sea de paso, habrá quien se pregunte directamente qué son los lemmings). ¿Qué clase de dieta es una a base de tripa de morsa fermentada o sopa de grasa de foca?
Siempre es un desafío hacer la reseña de una novela de suspense. No sé a los lectores de esta reseña, pero a mí me cabrean sobremanera las críticas o reseñas que destripan las tramas o dan más información de la estrictamente necesaria, así que intentaré no ser yo en este caso la destripadora, y me limitaré a hablar del entorno. Como se habrá adivinado por algunos de los datos anteriores, la historia está ambientada en el Ártico, en una zona algo más al norte que la propia Groenlandia. Aunque podríamos destacar como protagonista a Edie Kuglatuk, una inuk que es cazadora, guía de viajeros y maestra, los verdaderos protagonistas de la novela son el Ártico y la sociedad inuit, descritos a medida que transcurre la acción. A ese respecto, hay que destacar que la escritora inglesa Melanie McGrath demuestra un sólido conocimiento de la cultura de los inuit en todas sus facetas, desde la cocina hasta la tradición oral, como ya demostró en The Long Exile, un libro de no ficción sobre dicha cultura. A pesar de que detrás de esos conocimientos y de su dedicación al tema se adivinan fascinación y una franca simpatía hacia ese pueblo, no obvia los temas más dolorosos, como el problema del alcohol y el abandono progresivo de las tradiciones, con el desarraigo y los múltiples conflictos que ello produce en los jóvenes. El relato de las duras condiciones de vida en el Ártico transcurre paralelo a la trama y se va desgranando a medida que esta avanza. Resultan particularmente curiosas las minuciosas descripciones sobre el equipamiento para salir a la nieve y las innumerables menciones a la dieta inuit, que desafía las normas dietéticas que se considerarían «normales» más al sur. Un «sur» muy relativo, porque se refiere a zonas como Alaska o la propia Groenlandia.
De ritmo ágil a pesar de la aparente monotonía de la vida en el Ártico, la novela nos lleva a través de interminables extensiones de hielo, de viajes en motonieve y trineo, y de un paisaje tan helado como falsamente sereno. Todo eso forma parte de la trama: las inclemencias meteorológicas, el alcoholismo, el aislamiento de la zona, la vida salvaje, los problemas de una sociedad que se siente amenazada por la colonización de personajes y costumbres que le son muy ajenas… De fondo, una trama policíaca amarga y con algún giro poco complaciente, en la que uno llega a ver más de un puikaktup (espejismo, en inuktitut), una mujer resuelta a buscar justicia y todo un abanico de secundarios qualunaat (extranjeros) o inuit, con distintos registros culturales y distintas motivaciones, pero que tienen en común una soledad y un aislamiento que pueden ser geográficos, sociales e incluso emocionales. McGrath nos demuestra que el hielo también quema.
[La trama] regala al lector la doble recompensa de entretener y enseñar.
En resumen, Calor helado, a pesar de estar bastante bien escrita tal vez no sea una obra maestra de la literatura, pero es de lectura ágil, es entretenida, incluso sorprendente a veces. La trama no está mal, aunque no llega a ser espectacular, y regala al lector la doble recompensa de entretener y enseñar. Confieso sin rubor que después de leerla de un tirón, totalmente fascinada y avergonzada por lo poco que sabía del tema, dediqué varias horas a buscar información sobre la cultura inuit: gastronomía y nutrición, lengua, vestimenta, tradiciones y otras pinceladas.
Y un plus: sin llegar a ser un panfleto descarado, la novela tiene un claro trasfondo ecologista, no solo por la denuncia de la sobreexplotación de los recursos del Ártico, sino también por entender al hombre, al inuk, como parte de ese ecosistema y defender su supervivencia dentro de él.
La impecable traducción de Luis Murillo
Una de las cosas que más me han gustado de la novela ha sido la impresionante traducción de Luis Murillo Fort. Puesta a hacer confesiones como la de mi ignorancia sobre la cultura inuit, confieso también que no me sonaba su nombre, y que después de hacer algunas búsquedas no me ha sorprendido saber que ha traducido, entre otros, a Cormac McCarthy, J. G. Ballard y John Le Carré. Luis Murillo ha hecho un trabajo impecable, dentro de una edición bastante cuidada, con una sola errata en todo el libro, que yo haya visto, y una tipografía agradable.
Es mérito de la autora el haber sabido dar a cada personaje ese registro adecuado, pero muchas veces, al traducir, esa precisión se pierde en aras de la corrección política, las instrucciones de la editorial o la simple pacatería.
Por un lado, el traductor se ha tenido que enfrentar a precisas y prolijas descripciones en las que aparecen términos de todo tipo, desde accidentes del terreno específicos de zonas heladas hasta equipamiento de trineo o acampada, pasando por términos náuticos y de caza. Por otro, entre los personajes hay muy distintos registros de habla, desde la lengua culta de los investigadores hasta los vulgarismos que suelta Edie (una mujer que verdaderamente no tiene pelos en la lengua) o los lógicos exabruptos y el habla brusca de alguien que está bajo presión, borracho o exasperado por una situación difícil. Por supuesto, es mérito de la autora el haber sabido dar a cada personaje ese registro adecuado, pero muchas veces, al traducir, esa precisión se pierde en aras de la corrección política, las instrucciones de la editorial o la simple pacatería. En ese sentido, es refrescante que Luis Murillo utilice con soltura insultos como «capullo» o que escriba frases como «con la polla, si es que tienes» (recuerdo haber sonreído al leer esa frase, que está bastante al principio, y haber pensado «bien por el traductor»). Y, lo mejor: nada de ello suena forzado.
Un buen resultado
En resumen: un libro adictivo y sorprendente como un chorro de chocolate negro y caliente sobre una bola enorme de helado. Un libro que uno no puede dejar de leer, porque es muy entretenido y hace que inmediatamente busques si la autora ha publicado otros títulos de suspense ambientados en el mismo escenario. Y resulta que sí, que la cosa promete convertirse en una saga, porque ya hay una continuación (El niño de la nieve), que solo espero que esté igual de bien traducida que esta, a pesar de tener otro traductor. Desde luego, Luis Murillo ha dejado el listón muy alto.
Isabel Hoyos Seijo
Traductora del inglés al español y correctora de español de temas científicos y
técnicos en general, aunque sus principales especialidades son el marketing y el
autismo, ámbito del que lleva traducidos y corregidos un buen número de libros. Socia de Asetrad desde sus inicios, formó parte de la junta directiva de Asetrad en el período 2019-2023 y fue jefa de redacción de La Linterna en el período 2010-2014. Es su directora desde enero del 2015.