Hablando de Pedro (II)
Conocí a Pedro al inicio de la aventura de Lexía. Fue una pieza clave en la creación de la empresa y en su gestión después, con su sentido de humor e inteligencia aguda.
Me pasaba textos para traducir al inglés, sobre finanzas, banca, cuestiones jurídicas… Sus grandes áreas de especialidad. Luego repasaba las traducciones, me enviaba la lista de cambios que proponía y se iniciaba el debate. Siempre en tono cordial y respetuoso. Algunas veces yo aceptaba la modificación y otras veces él aceptaba mi versión. Tenía unos conocimientos muy amplios del inglés, que en años posteriores fue ampliando aun más.
Cuando me marché de Lexía y volví a Cataluña, se fue perdiendo el contacto, hasta que nos volvimos a encontrar en Facebook años más tarde. Para mí era una alegría reanudar el contacto, y fuimos leyendo y comentando nuestras respectivas publicaciones, hasta los últimos días.
Su fallecimiento deja un vacío en mi vida terrenal, pero en otro nivel seguimos y seguiremos conectados.
Martha Hobart Burela
Conocí a Pedro Satué durante la celebración de la XI Asamblea General de la Cruz Roja y la Media Luna Roja en Sevilla, en 1997. A partir de entonces fue una relación basada en el respeto.
Pedro Satué fue mi amigo, mi jefe y mi maestro. Nunca faltaba si necesitabas su ayuda. Nunca escapó de sus responsabilidades. Incluso durante su estancia en EE. UU. mantenía una constante comunicación.
Me sorprendía, de vez en cuando, durante la jornada laboral, con temas que no tenían ninguna relación con el trabajo. Tardé algún tiempo, lo reconozco, en descubrir que lo hacía para que desconectásemos en momentos de muchísima tensión. Estaba en todo.
Fue AMIGO en los momentos muy duros y en los divertidos.
Fue MAESTRO desde el primer momento y hasta el último.
Fue JEFE… sobre el papel.
Estrella Henares Guerra, secretaria de Lexía, A.I.E. entre 1999 y 2008
Ha sido un verdadero privilegio conocer a Pedro y ser su colega y amiga durante veinte años.
Como traductor especializado en temas financieros y legales fue un auténtico «monstruo». Además fue mi maestro, ¡aprendí tanto de él! Como persona también me enseñó: nunca perdió la calma, siempre encontró un hueco para la charla que le gustó tanto.
Estoy muy agradecida por estos aprendizajes que, sin duda, me acompañarán durante el resto de mi vida.
Gundi Roth, socia de Lexía AIE desde 1993 hasta 2008
Como a vosotros la noticia de la muerte de Pedro me ha llevado a recordar muchos de los momentos en los que se puso en marcha Lexía: ilusiones, ideas, reuniones, problemas y muchos ratos de alegría compartida. En muchos de estos momentos estaba Pedro. Lucido, inteligente y dispuesto a ayudar.
Hace muchos años que no tengo contacto con el mundo de la traducción y la interpretación pero hablé con él justo hace un año, después de muchos años que no lo hacía.
Este es el último grato recuerdo que me queda de Pedro.
Fiammetta Cincera, ex-socia de Lexía AIE
¡Te quiero!
De vez en cuando y sólo de vez en cuando, aparece un genio en tu vida. Esta excepción he tenido la gran suerte de vivirla contigo, amigo Pedro.
A lo largo de mi vida he conocido múltiples personas; inteligentes, prácticos, pragmáticos, eruditos, artistas, lacónicos, irónicos, amables, sinceros, cariñosos, respetuosos, amigos de sus amigos, en definitiva «buenas gentes». Todo eso y más, como un ropaje, lo llevabas encima. ¡Pero como Tú ninguno!
Ahora que ya te has ido, siento no habértelo dicho nunca: ¡te quiero!
Estés donde estés, aquí estamos tus amigos que te querrán siempre.
Y termino con una cita de tu admirado Miguel Hernández:
«A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.»
Manuel Gandul Guerra
Mi amigo Pedro Satué
Nunca es fácil hacer un discurso fúnebre de alguien a quien realmente se ha conocido y querido. ¿Cómo poner en unas cuantas líneas todo lo que alguien ha significado para uno a lo largo de años, cómo nos ha cambiado de tantas maneras diferentes? Se me ocurre que lo mejor es contar qué, de entre todo lo admirable y extraordinario que yo veía en Pedro, es lo que más me llamó la atención.
Pedro y yo fuimos socios y colaboradores durante pocos años y amigos desde el principio hasta el final. No recuerdo exactamente la primera vez que vi a Pedro, pero sí la impresión que me causó. Me extrañó verlo vestido con ropas corrientes, como todos los demás, en lugar de con una túnica. Puede que su aspecto físico tuviese bastante que ver, pero creo que fue más su forma de hablar, de opinar, de interrogar, que me hicieron pensar que me encontraba frente a la reencarnación de Sócrates. A medida que lo fui conociendo mejor, esta impresión no sólo no se disipó sino que se intensificó. A esta imagen se añadieron, no obstante, otras facetas a primera vista contradictorias pero que en realidad son perfectamente coherentes en una persona cuya vida estaba regida por la sed de saber, de entender, de mejorar. Y por la honradez.
No se puede explicar de otra manera por qué una persona tan evidentemente instruida y docta, que había hecho tantas cosas y que estaba de vuelta de tantas otras, se comportaba como un adolescente perpetuo: replanteándose sus postulados, sometiéndolos a prueba, ilusionándose con cada proyecto que emprendía y entregándose a él como si no hubiera mañana. Recuerdo, por ejemplo, cómo me contaba —debía él de tener por entonces casi cincuenta años— cómo había vuelto a la Universidad, y me comentaba cosas que había oído o aprendido en asignaturas que yo había cursado para mi licenciatura, encantado de tener una cosa más que compartir conmigo y hablando con el entusiasmo y el asombro de un joven que acaba de terminar el bachillerato.
Cualquier trato con Pedro era para mí enormemente relajante. No solo por su proverbial temperamento suave (que no débil) y su amabilidad y paciencia inagotables, sino porque, a pesar de ser una persona tan múltiple, era perfectamente previsible. Sólo tenía una palabra. Incluso si las circunstancias cambiaban y hacían que ya no la pudiese mantener, esto nunca llegaba sin anuncio y explicación. Era un verdadero oasis en un mundo en el que los puntos de referencia se mueven con más frecuencia que las olas del mar. Durante nuestra cooperación, las únicas diferencias que tuvimos —pocas— fueron si acaso terminológicas, o sobre cómo abordar determinado problema. Era maravilloso trabajar con alguien que si advertía algún error en el trabajo de los demás, bien lo corregía directamente sin decir nada, o bien lo hacía advertir por la persona que lo hubiera cometido, pero en ningún caso lo usaba contra ella.
Lo último que querría decir de él es para mí lo más importante: Pedro sabía querer como nadie. Nunca le vi grandes demostraciones de afecto, pero siempre (y quiero decir cada minuto que estuve en su compañía o hablando con él por teléfono, cada vez que bromeábamos o intercambiábamos comentarios por Facebook) tuve la certeza de que estaba feliz de estar conmigo o de hablar conmigo, y de que le importaba todo lo que tuviese que ver conmigo. Y todo esto simplemente porque en algún momento me había juzgado digno de su confianza y de su amistad. Nunca pudo esperar nada de mí, porque nunca pude ofrecerle nada que a él no le sobrara, pero siempre supo hacerme sentir lo importante que yo era para él y en general; me consta que no soy el único en sentir esto, y eso prueba que quien en realidad era excepcional era él.
Pedro se ha llevado consigo una parte de mí y de otros muchos, pero nos ha dejado mucho más de lo que se lleva. Estoy seguro de que no sólo lo conservaremos sino que además nos hará mejores. Gracias, amigo.
José Luis Vivas
Fui la última socia en incorporarse a Lexía y la más joven, hace ya casi diez años. Solamente conocía a Charo Baquero, que fue quien me propuso como socia, pero enseguida me quedó claro que el «jefe de la tribu» era Pedro, prácticamente el único que conocía los entresijos de las agrupaciones de interés económico.
Me resultó curioso porque me parecía un niño grande que bromeaba siempre y mostraba una curiosidad infinita, y al mismo tiempo inspiraba a todos un gran respeto por su experiencia y sabiduría. Cuando iba a su despacho para que me revisara alguna traducción (porque a él siempre le gustaban las revisiones en vivo y en directo), tenía que mentalizarme de que la cosa iba para largo. Con Pedro, era mejor no tener prisas. Primero venían los prolegómenos (los últimos descubrimientos que había hecho en informática y cotilleos varios), luego la revisión en sí y luego la cerveza en su bar de siempre. Era todo un rito. Durante la revisión, cada vez que asentía o hacía algún comentario de aprobación me sentía llena de orgullo.
Ahora que estoy embarazada, recuerdo precisamente que una de las últimas conversaciones más íntimas que mantuvimos fue sobre los hijos. Me contó que de sus amigos fue de los últimos en tener hijos porque nunca antes se lo había planteado, pero para él habían representado y representaban un desafío continuo, una oportunidad para crecer y aprender cada día. Creo que para Pedro todas las experiencias de la vida eran eso, oportunidades para aprender. Y yo no puedo sino sentirme afortunada por haber tenido la oportunidad de compartir risas y charlas y por haber aprendido tanto de él.
Cristina Fernández Orellana, socia de Lexía Servicios Lingüísticos (antes Lexía AIE)
Conocí a Pedro Satué en 1992 y encontré ayuda y amparo en él desde el primer momento, como tantos otros colegas.
Poco a poco se fue gestando una relación profesional entre un grupo de personas que daría luz a Lexía, AIE, la primera agrupación de interés económico de Andalucía constituida por traductores e intérpretes.
Recuerdo que Pedro, que fue el encargado de estudiar la forma jurídica que habría de tener nuestro grupo, tuvo que andar explicando al notario lo que había de declarar en la escritura de constitución. Otro tanto sucedió en Hacienda, donde no se conocía esta fórmula mercantil y se empeñaban en cobrarnos impuestos de los que estábamos exentos.
En definitiva, Pedro, como sucedía a menudo, iba por delante incluso de los expertos.
Lexía echó a andar y pronto se ganó la confianza de clientes y colegas.
Se fueron sumando otros socios y en su gran mayoría se convirtieron en amigos; amigos desolados a estas horas en que escribo, huérfanos del que fue pilar y sustento de todos nosotros. Aquél que siempre estaba ahí cuando hacía falta, en lo profesional y en lo personal.
En lo que a mí respecta, he perdido a mi mejor amigo. Es demasiado pronto aún para calibrar la huella de su partida.
Charo Baquero
Poco se puede añadir al homenaje de Charo. De Pedro, un amigo culto, atento, generoso, me quedarán la partida de nacimiento de mi hija americana y el título de post-grado de mi hijo español, ambos traducidos por él, sin demora, al castellano y al inglés, en cuanto me hizo falta. Esa era la característica principal de Pedro: siempre presente, desinteresado, cariñoso con sus amigos, atento y generoso con sus colegas. Una bellísima persona y un admirable compañero. Le echaremos mucho de menos.
Danielle Grée
Nos conocimos personalmente en un curso de corrección impartido por Xosé Castro y Alberto Gómez Font en Madrid, a principios del 2009. En un descanso, fuimos los primeros en subir al vestíbulo del hotel. Allí, sin saber aún quiénes éramos, me preguntaste de dónde venía, a lo que te respondí que «De Galicia». Inmediatamente me dijiste sorprendido «¿Eres Ana Hermida?». Casualidades de la vida: llevábamos más de una década leyéndonos en las listas de traductores e intercambiando mensajes de vez en cuando; primero en Apuntes, después en Traducción en España, más tarde en la lista de socios de Asetrad y, en medio, en muchas otras que ya ni recuerdo.
Así me recibiste en Madrid, de brazos abiertos, y empezamos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida; fuiste tú quien me presentaste en persona a Alberto Gómez Font unos minutos más tarde, y los tres nos quedamos charlando un buen rato serenamente hasta que terminó el descanso del curso.
Nos volvimos a ver y pudimos charlar de nuevo en la asamblea general de Asetrad en Toledo, donde creo que no quedó nadie sin ser inmortalizado por el objetivo de tu cámara. Allí me sacaste una de las fotos más bonitas que me traje de Toledo, de la cena oficial.
Transmitías todo lo que numerosos colegas han ido comentado estas semanas: extremadamente conciliador, siempre; con una sabiduría y al mismo tiempo humildad impresionantes; con un humor sutil; eras conciso y muy correcto; tus críticas eran siempre constructivas.
Conocías las Azores bastante bien y, siempre que en FB publicaba una fotografía de ese archipiélago que aún no he podido visitar, tus conocimientos y pasión por esas islas saciaban mi curiosidad. El 29 de junio del 2012, cuando describías la caldeira de la ilha do Faial y su pequeño volcán del fondo de la caldeira, hasta me respondiste en portugués: «No fundo da caldeira, agora falo português, jeje. Solo me sale los viernes por la mañana, especialmente a final de junio.» Qué humor tan fino, tan elegante; solo tú. Un día visitaré esas islas y me acordaré de todas tus enseñanzas sobre ellas, como si fueras mi guía.
En mis clases siempre te señalaba como el máximo ejemplo de un traductor especializado, gracias a tu enorme sabiduría y generosidad al aclarar dudas de términos jurídicos de colegas, especialmente en Traducción en España. Yo tenía claro que, si un día necesitaba subcontratar o indicar el nombre de un traductor jurídico de inglés a español de total confianza, contactaría contigo o daría tu contacto. Eras y eres una referencia en la traducción jurídica en general en España y de inglés a español en particular.
El 2 de junio de este año, cuando publicabas en Facebook «Vengo del hospital, donde me han confirmado que sin saber cómo ni por qué he perdido un pulmón. Dicen que más vale que me acostumbre. Je.», quién hubiera imaginado que este problema de salud iba a terminar como ha acabado, y tan repentinamente. Y tú siempre tan sereno hasta contándonos esta historia. Hasta siempre, Pedro.
Ana Hermida