11 diciembre 2024
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Relojería, el emocionante vocabulario del tiempo

Después de varios lustros trabajando con la escritura, y por más que deba mi sustento a la producción de textos, aún me sorprende constatar la cantidad de documentación que se produce en lo que damos en llamar «gran empresa». Las empresas de relojería para las que trabajo entran de sobra en esa categoría, por lo que producen muchos textos, icebergs de textos de los cuales el común de los mortales solo ve las páginas web y los anuncios publicitarios. Bajo esas aguas tranquilas en cuatricromía, el traductor tiene que bregar también con notas de prensa, fichas técnicas, folletos, catálogos, correspondencia y publicaciones internas. La particularidad de este sector, y con mayor razón si nos ceñimos a la alta relojería, es que demanda textos que resulten perfectos en lo técnico y que, además, tengan el necesario atractivo comercial.

El lenguaje relojero, como todos los lenguajes especializados, tiene sus manías: en relojería jamás hay «manecillas», sino «agujas» (aiguilles), no tendremos que extrañarnos si la esfera de un reloj es «esqueleto» (squelette) y habremos de acostumbrarnos a que algunos relojes sean tourbillon y no «torbellino», lo cual es, literalmente, una complicación (complication): relojera en primer lugar, y tipográfica en segundo, porque siendo como es un término que aparece con cierta frecuencia en la jerga, cuesta trabajo decidir si se pone o no en cursiva.

No todas las personas que redactan textos comerciales tienen la pluma de Galdós. Por lo tanto, a veces recibimos textos buenos y el acto de traducir fluye; otras, en cambio, quien redactó carece de la formación y el talento necesarios —o quizá los tuviera pero no dispuso del tiempo que requería hacer un buen trabajo— y la traducción discurre a tropezones, en un camino lleno de baches. Pero poco importa cómo sea el texto original, porque el cliente, a la postre, quiere que su traducción sea bonita, exacta y que se ajuste a su propio vocabulario.

En primer lugar, quiere que sea bonita porque, incluso si no van a llegar al gran público, necesita textos con gancho por un lado, y que respondan a la intención del reloj por otro. Es previsible que las palabras que usemos en nuestra traducción se conviertan en las que se pronuncien en las ferias ante otros profesionales del ramo relojero, o bien en las tiendas ante el público. Así pues, el estilo importa, y mucho. Algunos relojes venden deporte. Otros, perennidad. Otros, posición social. Otros, belleza. He traducido relojes (si se me permite la expresión) que han viajado al espacio, que rinden homenaje a un escritor famoso o que esconden las agujas para dar la poética ilusión de dejar suspendido el paso del tiempo. Cada uno de esos relojes se sitúa en registros muy distintos y se dirige a distintos públicos. Ello implica ajustarse a los gustos de ese público, conocer el sector e informarse de la historia del fabricante para dar con una traducción acorde con lo que espera la casa y que también resulte atractiva para el destinatario final.

En segundo lugar, quiere que sea exacta porque estamos hablando de máquinas de gran precisión que en no pocas ocasiones incorporan tecnología punta. Hay que entender la diferencia entre movimientos de cuarzo o mecánicos, relojes manuales o automáticos, con o sin complicaciones, y saber que todos ellos albergan piezas minúsculas y perfectamente acopladas con nombres como «puente», «espiral», «áncora», «barrilete» o «escape» (pont, spirale, ancre, barillet, échappement). Un diccionario de relojería, el Berner, felizmente en línea, será de gran ayuda para muchos de estos términos. Sin embargo, si el reloj es particularmente innovador es probable que tengamos que documentarnos mucho o recurrir al propio cliente para solventar dudas, pues en ese magnífico diccionario, publicado en 1961 y revisado en 1995, se echan en falta ya algunos términos, y unas pocas entradas se han quedado obsoletas o incompletas.

En tercer lugar, quiere que se ajuste a su propio vocabulario, y ahí el traductor tiene que multiplicarse tantas veces como clientes tenga, porque algunos términos son caprichosos. Así, para el francés mouvement algunos se decantan por el genérico «mecanismo», otros prefieren el literal «movimiento» y aún otros han optado por «calibre»; aunque últimamente se habla más de «estanqueidad» (étancheité), todavía hay quien prefiere «hermeticidad»; el «rodaje» (rouage) de un cliente puede ser para otro el «tren de ruedas», unos prefieren «volante» (volant) a «masa oscilante» (masse oscillante) y las «fases lunares» (phases de lune) son en ocasiones «fases de Luna» con una mayúscula, también aquí, oscilante: dependerá de si nuestro relector o relectora en la empresa es de los que gasta mucho en bolígrafo rojo.

Por último, los relojes llevan asociados otros oficios. Las correas de piel, las incrustaciones de piedras preciosas o los apliques de esmalte trasladan al sufrido traductor a campos semánticos muy distintos, en los que hay que estudiar el «cosido guarnicionero» (cousu sellier) y el «curtido vegetal» (tannage végétal), distinguir los diamantes «brillante» (brillant) de los diamantes «baguette» (baguette) y ser consciente de que, por mucho que se empeñen los franceses, el émail grand feu es en español, simplemente, «esmalte al fuego».

El arte de la relojería nos brinda un vocabulario muy emocionante. De entre todas esas palabras, tan bonitas, mi preferida es una que no viene en ningún diccionario. Para no repetir machaconamente «reloj», o para distinguir a los relojes más exclusivos, estos objetos son a veces «guardatiempos», preciosa voz que se da el lujo —y nunca mejor dicho, puesto que de productos de lujo estamos hablando— de no figurar en el diccionario de María Moliner ni haber figurado nunca en el de la Academia.

Elena Bernardo
Elena Bernardo Gil
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Periodista de formación y licenciada por la Universidad Complutense de Madrid, donde reside actualmente. Trabajó como corresponsal de prensa durante cinco años en París. Empezó en 1996 su labor como traductora de francés e inglés a español. Desde entonces combina la traducción de textos de índole comercial para casas del sector del lujo con la traducción de libros. Entre sus más de veinte obras traducidas se cuentan clásicos, novela histórica, autobiografías, guías de viaje, obras de historia, divulgación y guías del escritor.

Elena Bernardo Gil
Elena Bernardo Gil
Periodista de formación y licenciada por la Universidad Complutense de Madrid, donde reside actualmente. Trabajó como corresponsal de prensa durante cinco años en París. Empezó en 1996 su labor como traductora de francés e inglés a español. Desde entonces combina la traducción de textos de índole comercial para casas del sector del lujo con la traducción de libros. Entre sus más de veinte obras traducidas se cuentan clásicos, novela histórica, autobiografías, guías de viaje, obras de historia, divulgación y guías del escritor.
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