La ciencia en la sombra se publicó en junio del 2016, justo cuando empezaba a gestarse en la redacción de La Linterna la idea de preparar este número especial, una feliz coincidencia que bien merecía una reseña.
Nos adentra en el mundo de la ciencia forense con un tono ameno y directo, salpicando el texto de multitud de anécdotas, bromas y referencias a obras audiovisuales o literarias.
El género negro está de moda, y los aficionados a la ficción policiaca asumimos con toda naturalidad que van a pillar al asesino porque ha dejado en la escena del crimen restos de polen de esa orquídea endémica que solo crece junto a su cabaña del lago, pero, ¿qué hay de cierto en lo que vemos y leemos? ¿Es posible que Grissom determine la hora exacta de la muerte con solo ver las larvas que se pasean por el cadáver? ¿Eso de las manchas de sangre gravitacionales no se lo estarán inventando? La ciencia en la sombra establece las fronteras entre fantasía y realidad, derriba unos cuantos mitos y nos adentra en el mundo de la ciencia forense con un tono ameno y directo, salpicando el texto de multitud de anécdotas, bromas y referencias a obras audiovisuales o literarias.
Su autor, José Miguel Mulet, es un conocido divulgador que escribe sobre temas relacionados con la biotecnología y la alimentación en el blog Tomates con genes de la plataforma Naukas. Es doctor en Bioquímica y Biología Molecular, profesor titular de la Universidad Politécnica de Valencia y, entre otras muchas cosas, dirige el máster de Biotecnología Molecular y Celular de las Plantas (IBMCP), en el que imparte la asignatura de Biotecnología Criminal y Forense de la que surge la idea de este libro, como él mismo nos cuenta en la introducción.
La ciencia en la sombra se estructura en nueve capítulos de título sugerente que finalizan con la disección de un caso real. El primero de ellos, «De cómo la ciencia ha servido para resolver crímenes, y lo que queda», adopta una perspectiva histórica y repasa la evolución de técnicas como la dactiloscopia y su uso en investigaciones criminales, para acabar abordando los asesinatos de Jack el Destripador.
El segundo capítulo, cuyo caso estrella es el secuestro del hijo de los Lindbergh, deja claro que esos escenarios del crimen que vemos en la pantalla y a los que llegan alegremente policías, técnicos y forenses con tacones y la melena al viento distan bastante de la práctica de la investigación y la instrucción en el mundo real.
Expone con claridad los fundamentos físicos y químicos del algor, el rigor, el livor mortis y otros fenómenos cadavéricos.
Y una vez que tenemos el cuerpo de la víctima, damos un paso más. «Los cadáveres hablan si sabes escucharlos» expone con claridad los fundamentos físicos y químicos del algor, el rigor, el livor mortis y otros fenómenos cadavéricos, además de desvelar un sonado fallo argumental de uno de los grandes clásicos del cine. Los entresijos de las autopsias y la incapacidad de Eliot Ness para atrapar al Asesino del Torso nos llevan al cuarto capítulo, «Los huesos no sirven solo para el caldo», que se centra en la antropología forense y acaba con la identificación de los restos de Josef Mengele.
El capítulo 5, que da nombre a esta reseña, resulta especialmente revelador para los legos en genética: Mendel, secuenciaciones de ADN, termocicladores, mutaciones somáticas, quimeras, ADN mitocondrial y recombinaciones cromosómicas nos ayudan a entender por fin el destino de los Romanov.
Mulet nos regala varias anécdotas históricas y etimológicas de esas que tanto nos gustan.
El artículo «Plantas asesinas: las sospechosas habituales» que aparece en este número enlaza a la perfección con el capítulo 6 de La ciencia en la sombra: «Toxicología forense. No te fíes de una botellita en la que pone “Bébeme”». Aquí Mulet nos regala varias anécdotas históricas y etimológicas de esas que tanto nos gustan y arroja luz sobre uno de los envenenamientos con cianuro más célebres de la historia, el de Adolf Hitler y Eva Braun, y la posterior Operación Mito soviética.
Nos acercamos a los últimos capítulos, que nos deparan algunas de las páginas más interesantes del libro junto a las dedicadas a la genética. «Biología forense. Los bichos son unos chivatos» detalla las distintas pruebas presuntivas y confirmativas usadas para verificar si una muestra es efectivamente sangre, si dicha sangre es humana y la función de los anticuerpos y el factor Rh en estos procedimientos. También explora el potencial y las limitaciones de la entomología, la entomotoxicología y la palinología.
Si en los primeros compases de La ciencia en la sombra el autor nos recuerda que los testigos pueden faltar a la verdad o equivocarse, en el capítulo 8 no deja lugar a dudas: «los espectroscopios nunca mienten». La química se pone al servicio de la investigación forense a través de herramientas como los análisis de isótopos estables o las cromatografías y permite saber, por ejemplo, si dos cartas se han escrito con el mismo bolígrafo o dónde ha vivido la víctima. Tras mencionar la importancia de la geología forense1, este bloque se cierra con el caso de Patricia Stallings y la providencial intervención de dos bioquímicos que se enteraron de lo sucedido por la tele.
El capítulo 9 se ocupa de métodos que entran de lleno en el apartado de las pseudociencias, como la criminología positiva, la videncia o la hipnosis, o que siguen siendo controvertidos por su falta de fiabilidad, como los detectores de mentiras o la identificación de voz. El último caso real es el del Estrangulador de Boston.
Después de advertirnos en el epílogo de que matar es de mala gente y de hacer los necesarios agradecimientos, Mulet nos ofrece una nutrida bibliografía para ampliar conocimientos, en la que aparece incluso un curso de Coursera que seguro hará las delicias de más de uno: Introduction to Forensic Science.
Nota: no nos hacemos responsables si acabas encaramándote a una silla para acercar un imán al fluorescente de la cocina.
Quizás los lectores de nuestro gremio, acostumbrados a llegar siempre al fondo del asunto y a documentarse con exhaustividad, encuentren en La ciencia en la sombra algunos datos ya conocidos o echen en falta en ocasiones algo más de detalle, pero sin duda ampliarán ese acervo de conocimientos diversos que tan útil resulta a la hora de traducir… o jugar al Trivial. En definitiva, un libro de divulgación muy entretenido, perfecto para desconectar, aprender o refrescar nociones y terminología científica entre risas y saciar —o alimentar— nuestra proverbial curiosidad. Nota: no nos hacemos responsables si acabas encaramándote a una silla para acercar un imán al fluorescente de la cocina.
1 Hablando de geología forense no me resisto a citar a Mathias Delamarre, uno de los historiadores en paro que protagonizan la original trilogía de Los tres evangelistas de Fred Vargas, publicada por Siruela: Que se levanten los muertos (trad. de Helena del Amo, 2005), Más allá, a la derecha (trad. de Manuel Serrat, 2006) y Sin hogar ni lugar (trad. de Anne-Hélène Suárez, 2007). Mathias, arqueólogo especialista en prehistoria y poco amigo de la ropa, ocupa el primer piso de un destartalado caserón parisino que estos tres peculiares investigadores se reparten por riguroso orden cronológico. Aunque sea lo único riguroso de su método.
Ángela Blum
Traductora autónoma de inglés y francés a español. Formó parte de la Junta Directiva de Asetrad de 2009 a 2013, ha participado en varias comisiones y grupos de trabajo y sigue colaborando con la asociación desde La Linterna.