18 abril 2024
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Bachillerato Internacional: un mundo mejor a través de la traducción

A pesar de que desde pequeña me atraían las lenguas y la comunicación con personas de otras culturas, estudié Traducción e Interpretación por un golpe de suerte. Tras pasar por varias ciudades y puestos, desde 2012 trabajo en el departamento de producción editorial multilingüe de la Organización del Bachillerato Internacional, una entidad con necesidades lingüísticas parecidas a las de una gran organización mundial y la infraestructura de una fundación privada sin ánimo de lucro.

Tras varios años pensado que elegiría Periodismo, en tercero de BUP cayó en mis manos un libro donde se enumeraban todas las carreras que se podían estudiar en España. Periodismo, Historia del Arte, filologías varias… ¿Traducción e Interpretación? ¿Me quieres decir que me puedo pasar cuatro años estudiando idiomas y traduciendo? ¿Como hacemos en Latín, pero con lenguas modernas? Espera… ¿eso existe?

Pues sí, no solo existía, inocente de mí, sino que se podía cursar en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, a unos kilómetros de casa. Ha llovido mucho desde entonces… Pronto aprendí que lo que estudiábamos en la carrera poco tenía que ver con los sudokus histórico-gramaticales de las clases de latín, pero aun así fue una elección que me hizo inmensamente feliz durante los siguientes cuatro años. ¿Quién me iba a decir que me lo podía pasar tan bien investigando en la biblioteca sobre alexitimia para una traducción? ¿Que mi propia lengua materna podía llegar a fascinarme tanto? Esta carrera alimentó una semillita peregrina que ya llevaba dentro y me abrió los horizontes de tal manera que durante años no paré quieta. Pasé por Sarrebruck, Londres, Granada, varios lugares de Guatemala, Barcelona… y al final aterricé, sin habérmelo propuesto, en La Haya, donde resido desde 2012.

¿Quién me iba a decir que me lo podía pasar tan bien investigando en la biblioteca sobre alexitimia para una traducción?

Cuando miro atrás, pienso que con tanto trajín quizás me habría convenido hacerme autónoma, pero debo confesar que nunca se me pasó por la cabeza. Siempre he trabajado por cuenta ajena y, aun con los altibajos previsibles de toda actividad, creo que me ha ido bastante bien. Aunque a veces me pica mucho la curiosidad de cómo sería trabajar de manera independiente, de momento aquí sigo: animal de oficina y asalariada en una entidad cuyo fin último no es la traducción.

Mi lugar de trabajo, la Organización del Bachillerato Internacional (IB, por sus siglas en inglés), es una fundación sin ánimo de lucro que se enmarca en el ámbito de la educación. A lo largo de los últimos cincuenta años, ha desarrollado una filosofía educativa propia y la ha plasmado en cuatro programas de estudios que se pueden impartir en centros escolares de cualquier parte del mundo. El IB está presente en colegios de veinte países hispanohablantes y, en el caso de España, en 127 colegios e institutos de secundaria, entre los que hay centros públicos, privados y concertados.

La Organización del Bachillerato Internacional […] es una fundación sin ánimo de lucro que se enmarca en el ámbito de la educación.

Este sistema educativo se apoya en el aprendizaje por indagación y el fomento de la mentalidad internacional, entre otros pilares, y abarca desde la educación infantil hasta la preparación universitaria, con un itinerario adicional que combina los estudios de secundaria con formación profesional. En dos etapas de esta trayectoria formativa, los alumnos tienen la opción de presentarse a exámenes oficiales para obtener certificados de estudios con reconocimiento internacional.

Tras un periplo por los puestos de traductora-terminóloga y traductora sénior, desde noviembre del 2018 ocupo el cargo de jefa del equipo de español.

A efectos operativos, el IB cuenta con oficinas en varios continentes y tiene tres lenguas de trabajo (inglés, español y francés). Además, como parte de su política lingüística, ofrece una parte de sus materiales en chino, árabe, japonés, alemán, turco e indonesio. En un principio, cada departamento era responsable de procurarse los servicios lingüísticos que su área de trabajo demandara, ya fuera a través de la contratación de personal multilingüe con tareas de traducción añadidas ad hoc a sus otras funciones o de la externalización por medio de agencias de traducción. No obstante, a medida que la organización fue creciendo, se hizo patente la necesidad de unificar y sistematizar estos servicios con la ayuda de un equipo de profesionales del sector. Así, en 1998, nació la unidad interna de lenguas, que ha ido evolucionando y creciendo a medida que la presencia internacional de la fundación lo requería. A ese equipo, que por entonces se llamaba «Servicios lingüísticos», me incorporé como traductora hace siete años y, tras un periplo por los puestos de traductora-terminóloga y traductora sénior, desde noviembre del 2018 ocupo el cargo de jefa del equipo de español.

Paisaje de playa

En la actualidad, nuestro departamento es más que un servicio interno de traducción. Tras varias restructuraciones, ahora somos responsables de toda la producción editorial y la documentación oficial de la organización, con la excepción de los exámenes, que —debido a su extrema confidencialidad— se gestionan desde un centro dedicado casi en exclusiva a cuestiones de evaluación. Por nuestras manos pasa una gran variedad de textos: desde las condiciones generales de los servicios que ofrecemos (textos legales) y los reglamentos y manuales para llevar a cabo todo tipo de procedimientos (textos administrativos), hasta las guías de usuario e interfaces de diversas plataformas y programas informáticos (textos técnicos y localización), las guías pedagógicas para impartir asignaturas, informes de investigación educativa, encuestas a los usuarios, informes curriculares, documentación especializada sobre evaluación, materiales para talleres de formación de profesorado y conferencias, campañas de marketing, vídeos para doblaje y subtitulado, etc.

Los profesionales que nos enfrentamos a esta imponente carga de trabajo no somos tantos como quisiéramos, pero al menos estamos bien organizados en equipos con diferentes especialidades: edición de contenidos y corrección en inglés; traducción y corrección de otras lenguas (solo cinco idiomas tienen representación interna: español, francés, chino, árabe y japonés); producción editorial (que incluye expertos en maquetación y producción); gestión de proyectos, y tecnologías (localización, vídeos, herramientas TAO y gestor de contenidos para publicaciones digitales).

Dado el volumen de proyectos que manejamos, sobre todo, en las lenguas de trabajo, solo nos podemos encargar de forma interna de una parte de las traducciones.

Los equipos de español y francés están formados por entre cuatro y cinco traductores —de entre los cuales se nombra a un terminólogo y a un traductor sénior por idioma— y por un jefe de equipo, mientras que los equipos internos de chino, árabe y japonés tienen entre uno y dos miembros. Dado el volumen de proyectos que manejamos, sobre todo, en las lenguas de trabajo, solo nos podemos encargar de forma interna de una parte de las traducciones, lo que conlleva que en el equipo se dedique bastante tiempo a la revisión de traducciones, como suele ser habitual en este tipo de contextos. Además, nos ocupamos de tareas de mantenimiento de memorias, bases de datos terminológicas y glosarios, mejora y ampliación de las guías de estilo y la documentación suplementaria, asesoramiento a otros departamentos sobre cuestiones lingüísticas y culturales, etc. De vez en cuando, hasta nos dejan hacer nuestros pinitos como locutores: esos mensajes de la centralita en español y francés no se van a grabar solos… Para continuar en español, marque el 2.

Desde el principio, la organización decidió usar variedades lingüísticas de corte más incluyente, que no se circunscribieran a un país en concreto.

Uno de los puntos de interés de nuestro trabajo es que, por una mezcla de motivos prácticos y filosóficos —entre ellos, la promoción de la mentalidad internacional ya mencionada—, desde el principio, la organización decidió usar variedades lingüísticas de corte más incluyente, que no se circunscribieran a un país en concreto. En inglés, por ejemplo, se decidió crear un híbrido que incorpora influencias británicas y norteamericanas. En francés, se utiliza como base el estándar francófono europeo con ciertas adaptaciones quebequenses. En español, esta decisión se traduce en nuestra propia aproximación a una especie de español internacional que, como no puede ser de otra manera, es hijo y, a veces esclavo, de la historia y el contexto de la organización.

Para respaldar este trabajo, cada idioma cuenta con una guía de estilo y una serie de recursos de normalización que, si bien no son exhaustivos, han ido recogiendo las necesidades de armonización que las experiencias directas con los usuarios y la investigación han ido dictando a lo largo de los años. Además, en mi equipo, por ejemplo, para compensar el hecho de que ningún hablante es nativo de este tipo de español apátrida, intentamos que estén representadas variedades de distintos países (en estos momentos, somos cinco personas de tres nacionalidades) y que nuestra nómina de colaboradores externos contenga profesionales de todo el mundo hispanohablante. Sobre esta base, y en la medida de lo posible, tratamos de que en los equipos de trabajo de cada proyecto se combinen traductores y revisores de distintas procedencias y así nos vamos ayudando entre nosotros.

Tratamos de que en los equipos de trabajo de cada proyecto se combinen traductores y revisores de distintas procedencias.

Ahora bien, como sabemos, el sentimiento de propiedad que solemos experimentar con respecto a nuestra primera lengua —la lengua de nuestras costumbres y afectos— a veces entra en conflicto con las necesidades comunicativas de organizaciones como esta. En un contexto que combina la dimensión internacional con las distintas dimensiones nacionales representadas por la comunidad educativa de cada país, estas decisiones lingüísticas, aunque necesarias, a veces dan lugar a polémicas y, en ocasiones, a una cierta alienación del lector. La variedad de contextos comunicativos y tipologías textuales que manejamos, por supuesto, no hacen más que añadir niveles de complicación al asunto.

En cualquier caso, se aprende muchísimo. Sin ir más lejos, esta semana me he topado por primera vez en mi vida con la palabra rispideces, usada en el español rioplatense con el sentido ‘asperezas, fricciones’, y me ha parecido un término de lo más curioso y sonoro. De vez en cuando, también se lleva una algún que otro susto. No hay nada que te haga saltar las alarmas como descubrir que, si el contexto lo permite, siempre es mejor que los niños jueguen con insectos en sus clases de ciencias en lugar de con bichos. Si no saben a qué me refiero, vayan al muy útil, y a menudo olvidado, Diccionario de americanismos, vayan. También hay, cómo no, momentos de jolgorio y risilla floja, como cuando descubres, con la inestimable ayuda del CORPES, que el término más común en el mundo hispanohablante no es coste sino costo... Hay días en los que deberíamos asegurarnos de que nadie esté grabando nuestras conversaciones de equipo.

Una de las mayores satisfacciones de este trabajo es el ambiente multicultural en el que nos movemos.

Chascarrillos aparte, una de las mayores satisfacciones de este trabajo es el ambiente multicultural en el que nos movemos, no solo dentro los equipos lingüísticos, sino en la organización en general. En momentos de incerteza, también ayuda recordar que somos parte de un proyecto educativo vanguardista, una iniciativa que se propone explícitamente crear un mundo mejor a través de la educación. Como hija y sobrina de una saga de profesores entregados en cuerpo y alma a su vocación, es un gusto ser testigo del entusiasmo de esta comunidad educativa, charlar con los responsables curriculares sobre las nuevas ideas que se aplicarán en el siguiente ciclo de una asignatura, poder revisar una guía sobre la enseñanza del teatro como disciplina artística o el papel de las bibliotecas en el mundo actual… En definitiva, poner un granito de arena en este proyecto con las herramientas de mi profesión.

Han pasado once años desde que me asocié a Asetrad y es, sin duda, una de las decisiones más inspiradas de mi carrera.

Y, así, enlazo con una última reflexión. De la misma manera que estos docentes tienen en el IB su comunidad educativa, yo tengo en Asetrad mi comunidad de profesionales lingüísticos, y no quiero acabar sin mencionar la importancia que este hecho tiene para mí laboral y anímicamente. Con frecuencia, los trabajadores por cuenta ajena de este sector tendemos a pensar que las asociaciones profesionales no son para nosotros… y eso contando con que sepamos que existen. En mi caso, supe de Asetrad a través de compañeros que conocí en la lista de correo Traducción en España y, con todo, me costó unos cuantos años dar el salto hacia la membresía. Sí, soy conversa convencida, pero hubo un tiempo en el que dudaba que hubiera sitio para alguien de mi perfil entre tanto emprendedor, que mis vicisitudes de oficina tuvieran cabida en este foro. Y nada más lejos de la realidad: son muchas las vicisitudes compartidas y la asociación es una gran plataforma para poner en común luchas, avances e inquietudes. Han pasado once años desde que me asocié a Asetrad y es, sin duda, una de las decisiones más inspiradas de mi carrera. Estar en contacto con esta gran variedad de magníficos profesionales de la lengua me ayuda a mantener el orgullo gremial bien afinado y a mejorar de manera continua. No sé qué más se puede pedir.

Referencias

Asociación de Academias de la Lengua Española. Diccionario de americanismos. Madrid: Santillana, 2010. [Consulta: 30/08/2019].

Organización del Bachillerato Internacional. «Política lingüística». [Consulta: 30/08/2019].

Organización del Bachillerato Internacional. «Principios». [Consulta: 30/08/2019].

Organización del Bachillerato Internacional. «Ubicación de las oficinas». [Consulta: 30/08/2019].

Real Academia Española. Corpus del Español del Siglo XXI (CORPES). Banco de datos (CORPES XXI). [Consulta: 30/08/2019].

Gema Suárez Pérez
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Es licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, traductora-intérprete jurada de inglés y tiene un máster de Cooperación Internacional y Desarrollo de la Universidad de Granada. Comenzó su andadura profesional en 2005 y ha trabajado como traductora, revisora, correctora y gestora de proyectos en Londres y Barcelona. En 2012 se unió al departamento de servicios lingüísticos de la Organización del Bachillerato Internacional en La Haya, donde en la actualidad es jefa del equipo de traducción al español. En su faceta asociativa, es correctora y coordinadora editorial de La Linterna del Traductor.

Gema Suárez Pérez
Gema Suárez Pérez
Es licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, traductora-intérprete jurada de inglés y tiene un máster de Cooperación Internacional y Desarrollo de la Universidad de Granada. Comenzó su andadura profesional en 2005 y ha trabajado como traductora, revisora, correctora y gestora de proyectos en Londres y Barcelona. En 2012 se unió al departamento de servicios lingüísticos de la Organización del Bachillerato Internacional en La Haya, donde en la actualidad es jefa del equipo de traducción al español. En su faceta asociativa, es correctora y coordinadora editorial de La Linterna del Traductor.

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