Ayer, un atípico día de octubre que más bien parecía de agosto, el grupo de traductoras punteras granadinas se reunió en una cafetería de la ciudad para tomar brebajes varios, conversar sobre mil cosas y, sobre todo, hacer punto y ganchillo. ¿Punto y ganchillo? Sí, tal cual. Las agujas ya no son solo cosa de abuelas y madres (aunque, como en el caso de Beatriz y el de Ana, fueran ellas las que nos enseñaran), sino que han empezado a ponerse de moda en otros ambientes. Aquí, el interés ha llegado un poquito más tarde, pero cada vez somos más las valientes (y los valientes, que haberlos, haylos) que agarramos las agujas y nos arriesgamos a que nos miren con cara de guasa. Porque, indefectiblemente, en cuanto sacamos las labores siempre hay algún curioso que se acerca a pegar la hebra, y nunca mejor dicho.
Cada una de nosotras ha llegado a esta afición por un camino distinto, pero todas compartimos la emoción de empezar un proyecto nuevo, el amor por los distintos tipos de hilos (ay, esa tentación de comprar un ovillo precioso sin saber qué vas a hacer con él), la satisfacción de llevar algo hecho con nuestras propias manos y la necesidad de realizar una tarea relajante que poco tiene que ver con nuestra profesión, salvo quizá por lo útil que resulta saber inglés o incluso japonés para acceder a los increíbles patrones que circulan por Internet o por las revistas extranjeras especializadas.
Violeta Ruiz Arcas, Andrea Nicholls, Ana López García, Pilar Ramírez Tello y Beatriz Villena Sánchez son traductoras (unas por cuenta propia y otras por cuenta ajena), amigas y residentes en Granada. Todas traducen del inglés, salvo Beatriz, que también traduce del francés y del ruso, y Andrea, que aunque traduce ocasionalmente del español al inglés, se dedica sobre todo a la gestión de proyectos.
Para Ana, todo empezó con su madre: «Siempre la he visto hacer todo tipo de manualidades y me parecía que lo disfrutaba tanto que, lógicamente, le dije que me dejara probar. Cuando tenía unos 18 años le pedí que me enseñara a tejer. Yo pensaba empezar con una bufanda sencilla, pero ella me aconsejó que hiciera directamente un jersey para no aburrirme. Puede parecer un poco arriesgado, pero le hice caso y ¡fue un éxito!».
Por su parte, Beatriz tiene mucho que agradecer a su abuela: «En mi caso, llegué al mundo de las “labores” a través de mi abuela, que aparte de enseñarme casi todo lo que sé sobre estos menesteres, hizo para mí todo un baúl de colchas, toallas y bolsas para el pan, que demuestran su gran dominio».
«Mi afición empezó en los Estados Unidos —cuenta Pilar—, cuando vi que mi compañera de piso estaba aprendiendo a hacer ganchillo. Me llamó la atención, sobre todo porque me recordaba a mi abuela (que había intentado enseñarme de pequeña) y porque los inviernos en el norte de Nueva York son fríos y algo aburridos.»
Al parecer, la culpa de que Violeta retomara las agujas la tuvo Ana: «Aunque mis tías habían intentado mil veces enseñarme a hacer punto cuando era pequeña, nunca había conseguido acabar más de un par de vueltas de punto bobo con algún resto de lana horrorosa. Empecé a tejer “de verdad” hace tres años gracias a mi entonces compañera de oficina, Ana, que me enseñó unas fotos de sus últimas creaciones que me encantaron.»
Lo de Andrea también tiene que ver con abuelas y, sospechosamente, con Ana: «Hace dos años, mi única experiencia en el tema se resumía en los recuerdos, ya lejanos, de mi abuela haciendo ganchillo mientras yo veía la televisión, tumbada en el suelo. Entonces, Ana y Violeta me pillaron en un momento en que buscaba alguna manualidad para entretenerme y olvidarme del frío invernal de Granada. Al verlas llevando la ropa hecha a mano y hablando con tanta ilusión de sus próximos proyectos, no tardé en apuntarme. Me sorprendió descubrir un mundo entero de aficionados en Internet y me di cuenta de que la parte difícil no consistía en encontrar recursos, sino en elegir entre ellos».
Eso de los recursos nos lleva a la segunda parte: el peliagudo tema de los patrones. «Cuando llegué a España me encontré con un obstáculo: los patrones en inglés, con los que yo había aprendido, no tenían nada que ver con los patrones en español —dice Pilar—. Mientras que en inglés te lo explican todo punto por punto (literalmente), en español me tenía que conformar con un diagrama que me resultaba incomprensible». Ana lo corrobora: «Leer un patrón en inglés es muy sencillo, con una terminología muy sintética (con aprender que k significa tejer al derecho y p al revés, ya está hecho el 80% del trabajo), a diferencia de la nuestra, del tipo “dos puntos juntos al revés retorcidos y continuar a punto de garbanzo”, que es muy bonita, pero un tanto farragosa».
Todas coincidimos en recomendar la red social de Ravelry, donde las tejedoras y «ganchilleras» intercambian patrones, preguntas y fotografías de sus proyectos. Violeta añade los vídeos de KnittingHelp.com y los tutoriales de Youtube, ya que ella, al igual que Pilar, aprendió a hacer punto por Internet.
Otro dato curioso dentro del mundo de las «laboristas» es que, una vez que se empieza con una afición de este tipo, surgen mil más. «Tengo que reconocer que el punto y el ganchillo no han sido mis únicos amores; he hecho cuadros de punto de cruz, echarpes en tul bordados, telas pintadas…», confiesa Beatriz.
Aunque el hábitat natural de la tejedora ganchillera es el sofá, las reuniones con otras aficionadas (bueno, obsesionadas) son muy útiles para compartir trucos y salir de atolladeros varios. Pero las tertulias punteras dan para mucho más; lo que antes era un simple entretenimiento individual frente a la televisión, ahora se ha convertido en un rato agradable entre amigas para charlar frente a una cerveza fría con una estupenda tapa, que vivir en Granada tiene esas ventajas.