19 abril 2024
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Mucho más que una traductora de serie ‘negra’
Entrevista a Maia Figueroa

En este número hemos asaltado a Maia Figueroa. Aunque últimamente es más conocida por sus traducciones de serie negra, concretamente de Donna Leon, a través de esta entrevista hemos descubierto que se trata una traductora multifacética, además de reivindicadora de la profesión.

Ante todo, gracias por prestarte a este atraco. Háblanos un poco de ti: ¿por qué la traducción y, concretamente, por qué la traducción editorial? ¿Has hecho incursiones en otras especialidades?

Yo no pensaba dedicarme a la traducción. Quería ser directora de cine, pero empecé Filología Inglesa porque no había entrado en Comunicación Audiovisual. Era la opción fácil: no había querido repetir la selectividad y estaba cerca de casa. Tres años después me mudé a Inglaterra con la excusa de hacer un intercambio Erasmus y acabé licenciándome en Comunicación Audiovisual. Poco después hice un máster de guionaje y a mi regreso del Reino Unido trabajé de lo que salía. He hecho de todo; he sido camarera, profesora de español, guía turística del Imserso, administrativa, pizzera, vendedora de móviles… He participado en el censo y todo. Hasta que un día, en una oficina de trabajo temporal alguien encontró mi currículo en el fondo de un cajón, y me llamaron. Mi tía es traductora y me había encargado varias traducciones a lo largo de los años, y aunque yo no lo había considerado como opción de futuro, lo había puesto en el currículo, por si acaso. Me entrevistaron para dos puestos en Dow Chemical Ibérica y me dieron el de traductora, que era el que yo no quería: no me veía traduciendo todo el día. No obstante, fue una experiencia increíble. Estaban construyendo una planta para producir polietileno, y yo traducía los procedimientos de otras plantas para adaptarlos a la nueva. No tenía internet, y mi diccionario bilingüe era el pasillo entre las salas de técnicos extranjeros y la de los técnicos españoles. Es una de las situaciones laborales menos ortodoxas y más satisfactorias que he tenido, por todo lo que aprendí y porque era evidente que se me daba muy bien traducir sobre devolatilizadores, compresores, circuitos de alta presión, reactores y catalizadores. Pero el proyecto acabó, me cambiaron a un puesto en el que apenas traducía y, animada por unos amigos, decidí hacer el máster de traducción de la Rovira i Virgili. Como proyecto final traduje una novela romántica, gracias a una amiga que trabaja en el sector editorial y me ofreció la oportunidad. Así puse el pie en la puerta. Los primeros años como traductora profesional me dediqué sobre todo a traducir subtítulos y, poco a poco, la balanza fue decantándose hacia la traducción literaria. Hasta hoy, que es casi la totalidad de lo que hago.

Es decir, que has dado muchas vueltas hasta llegar a dedicarte a «lo tuyo». ¿No tienes, como muchos traductores literarios, el gusanillo de escribir?

Es curioso que durante muchos años todo el mundo tenía muy claro que «lo mío» era el inglés, mientras que yo estaba bastante convencida de que lo mío era escribir: pasé por la fase de querer ser novelista y, más tarde, guionista de cine (he escrito dos medias novelas y dos guiones de cine que están bien guardados en una caja). Sin embargo, creo que un requisito para ser escritor es necesitarlo. O sea, tener la necesidad de contar historias. Con el tiempo yo he aprendido que a mí me basta con reescribir las de los demás. No tengo ganas de contar las mías (inventadas o no) y mucho menos la paciencia y el tiempo que hace falta para desarrollarlas. Y con la traducción literaria he satisfecho mi deseo original de escribir y la opinión de los demás de que lo mío era el inglés. Mejor imposible.

En tu currículo vemos géneros muy variados. ¿Tienes alguna preferencia?

He hecho un poco de todo, dependiendo de lo que me han ido ofreciendo. No prefiero traducir un género sobre otro, sino que más bien depende de cada autor o autora, o incluso de cada novela en concreto. De si me gusta más o menos, por los motivos que sea. Como lectora suelo centrarme en narrativa contemporánea y me gustaría traducir más novelas de esa categoría, pero de momento estoy haciendo mucha novela negra y disfrutándolo. Por otro lado, leer para disfrutar es muy distinto de leer para traducir, que es un proceso mucho más intenso y prolongado, y a veces pienso que si tradujese habitualmente a mis autores favoritos quizá acabaría queriéndolos un poco menos. No es lo mismo pasar diez días con una novela, leyendo tumbada en el sofá o en la terraza, que sumergirte en el texto durante tres meses y descubrir, entre otras cosas, los vicios estilísticos de los autores, idiosincrasias que como lectora te encantan, pero que como traductora se ven de otro modo. Igual que cuando empiezas a vivir en pareja y de pronto ves cosas de las que antes no te habías percatado.

¿Te sientes especialmente orgullosa de haber traducido algún libro en particular?

Estoy orgullosa de casi todos los libros que he traducido, incluso de los que menos me han gustado. Pero los que más ilusión me hacen y de los que más orgullosa me siento son A mí no me engañas de Kelly Link, una autora de fantasía y weird que escribe relatos, y Volver a casa, de Yaa Gyasi, una autora novel que espero que dé mucho que hablar porque su primera novela es una maravilla que no me canso de recomendar. También estoy muy orgullosa de La profundidad del mar Amarillo, los relatos de Nic Pizzolatto, el showrunner de True detective, y, cómo no, de Autoridad y Aceptación, la segunda y la tercera parte de la trilogía Southern Reach de Jeff Vandermeer, que supusieron mi incursión en la ciencia ficción. Es un mundo en el que los lectores son exigentes y prestan muchísima atención a las traducciones de las obras, y diría que salí bien parada.

También me enorgullece ser la traductora de autoras relevantes del género negro como Donna Leon o Louise Penny. Tienen estilos muy diferentes, pero las dos han creado personajes muy entrañables con los que me gusta mucho reencontrarme año tras año.

Dentro del género «negro», Donna Leon se ha ganado a pulso el título de escritora de culto, algo muy raro en un escritor superventas. ¿Cuál es tu experiencia, como traductora de sus libros? ¿Cómo es tu relación con la autora?

Las novelas de Donna Leon son una cita anual que agradezco por varios motivos, entre ellos, el placer de lo conocido. Cada vez que me llega uno de sus manuscritos es como reencontrarme con alguien al que hace tiempo que no veo. Sus novelas nunca me han dado problemas; su prosa es clara, no hay ambigüedades, los referentes culturales son fáciles de identificar, y (creo que) ya tengo el estilo por la mano. Sus libros tienen el encanto de unos personajes que tanto yo como los lectores conocemos, además de los paisajes de Venecia.

Mi relación con ella es buena. Nos hemos visto en dos ocasiones (¡que ya es muchísimo!): un Sant Jordi y cuando le dieron el premio Pepe Carvalho. Vino a Barcelona a recibirlo y aprovechamos para hacer una sesión de fotos para un artículo sobre grandes autores y sus traductores que publicó S Moda en febrero de este año. Jamás se me habría ocurrido la posibilidad de salir en una revista de moda de tirada nacional, pero ahí estamos las dos, a página completa. Si no llega a ser por lo que nos reímos charlando mientras nos hacían las fotos, yo no habría sobrevivido a la sesión. Estaba como un flan. En el terreno profesional, no suelo necesitar consultarle nada, así que no estamos en contacto. Eso es lo más habitual. Incluso cuando no queda más remedio que hacer alguna pregunta, lo normal es que se haga a través de la editorial o incluso a través del agente del autor o autora. ¡Con lo beneficioso que sería que traductores y autores pudiésemos hablar directamente! (Por no hablar ya de lo bueno que sería que pudiéramos trabajar en equipo con los correctores).

¿Traducir novela negra es muy distinto a traducir otros libros de ficción? ¿Has tenido que documentarte sobre algo en especial?

Según mi experiencia, traducir novela negra no es muy diferente de otros tipos de literatura. Me refiero al proceso de traducción en sí. Aunque tengas que documentarte sobre armas, protocolos policiales, lesiones y laceraciones, espionaje, etc., etc., también hay que hacerlo sobre muchas otras cosas. Por ejemplo, he tenido que buscar información sobre el terremoto de Japón del 2011, sobre aves y flora australiana, los doce pasos de Alcohólicos Anónimos, apicultura, Le Corbusier, obras de arte, gastronomía, citas bíblicas y muchas cosas más. Eso es solo lo que me viene a la memoria ahora mismo. En cambio, también he tenido que documentarme sobre armamento, drogas, métodos de espionaje y cosas tan concretas como los fundadores de Al Qaeda y el terrorismo yihadista para novelas que no eran de género policíaco ni negro. Con las páginas que consulto en internet, no me cabe duda de que alguna vez he aparecido en el radar de la CIA.

Tal vez una de las diferencias entre este género y otros sea la importancia del ritmo. Hay escenas o capítulos trepidantes en los que es crucial que sepas mantener la tensión para no frenar la narración y estropear la experiencia lectora. Y acordarte de respirar mientras traduces, claro.

Pero quizá lo más difícil de traducir novela negra sean algunas de las escenas de violencia. Aunque como lectora o como público yo puedo estar más o menos insensibilizada, lo que se lee en cinco minutos supone mucho más tiempo de trabajo. Y no es lo mismo leer una descripción del cadáver de un niño al que le han volado media cabeza con una recortada que pasarte un buen rato traduciéndolo. Ese caso en concreto fue poco después de haber traducido un libro en el que el autor describía la lapidación de una niña de trece años que, además, es un caso real de una joven somalí a la que habían denunciado por adulterio tras ser violada en grupo. Se me acumuló todo un poco y fue un momento en plan «mamá, no quiero traducir más novela negra».

¿Qué opinas de la actual corriente que pide más visibilidad para los traductores editoriales? ¿Cuáles percibes como los peores problemas que tiene el sector?

Pedir más visibilidad para los traductores editoriales me parece justo y necesario. El autor de la obra original siempre será el autor, y los traductores no queremos disputar eso ni restarle protagonismo. Pero la prosa que leen los lectores es la de los traductores. Cuando alguien lee los relatos de Kelly Link en español, me lee a mí, si bien ajustando mi prosa a su estilo lo mejor que sé y me permiten las convenciones de mi lengua. Creo que un buen traductor literario es una especie de malabarista capaz de respetar el estilo del autor, el registro del texto, su intención, el efecto que produce en el lector y, al mismo tiempo, conseguir que se lea como si se hubiera escrito en español. Y, aunque suene a milagro, el resultado es fruto de un trabajo arduo. Es decir, que debe estar reconocido como corresponde: con una remuneración justa y con la visibilidad necesaria. A nadie se le ocurriría decir que el director de orquesta Robert King no tiene ningún mérito porque Dido y Eneas la compuso Henry Purcell, del mismo modo que tus invitados no dejan de felicitarte por unas buenas albóndigas solo porque la receta sea de tu abuela. Los traductores no somos un filtro mágico por el que pasa el texto, sino profesionales con experiencia, un respeto máximo por la obra original y unas características muy concretas que hasta cierto punto pueden ser innatas, pero en general se van afinando con la práctica.

Esa referencia a las albóndigas de la abuela es como para enmarcarla, y podemos seguir con otros símiles, como el actor que representa una obra teatral o el cantante que interpreta una canción que no es suya. Si te parece, podemos enlazar la visibilidad con el triste asunto de la remuneración en el sector editorial.

Hablando de remuneración justa, la visibilidad es un factor muy importante. Ya no simplemente porque la editorial que no sabe que existes no puede encargarte la traducción de una novela, sino porque desde el punto de vista del público, ser consciente de que ese libro no llega directo del ordenador del autor, sino que se ha sometido a un proceso de transformación que lleva tiempo y conocimientos y cuyo fin es conseguir un producto igual pero diferente, ayuda a exigir calidad. En ese sentido, me parece vital que sigamos pidiendo a los medios que citen a los traductores en las reseñas y artículos, y que las asociaciones de traductores continúen llevando a cabo actividades como las que organizamos los miembros de la Comisión Editorial de APTIC. Pero la cuestión principal es que resulta difícil trabajar siempre a la carrera o en dos libros a la vez o combinando traducción literaria con otros tipos de traducción y proporcionar esa calidad que todos buscamos. Sin embargo, las tarifas del sector solo nos permiten dedicarle al texto una porción pequeña del tiempo que el autor ha dedicado a pulir su prosa. Sobre todo, si necesitas rentabilizar la actividad profesional porque tienes vicios nefarios como pagar el alquiler y no saltarte las comidas.

No sé lo suficiente del tema como para opinar libremente, pero tal como yo lo veo, el principal problema del sector editorial es el propio sector editorial. Su modelo de negocio que, en busca del bombazo, lanza infinidad de proyectiles de menor potencia para ver cuál de ellos se acerca más al objetivo y arrasa. El mercado se satura, se venden pocas copias de cada lanzamiento, para cubrir costes se estima que el de cada uno de esos libros debe ser más bajo, y ahí estamos nosotros: ofreciendo un servicio profesional.

Gracias por describirlo de forma tan clara y por habernos dedicado tu tiempo en unas fechas un tanto complicadas. Te deseamos que sigan los éxitos.

Gracias a vosotros por darme la oportunidad de reflexionar sobre nuestra profesión.

Entrevista realizada en julio del 2017

Isabel Hoyos
Isabel Hoyos Seijo
+ artículos

Traductora del inglés al español y correctora de español de temas científicos y
técnicos en general, aunque sus principales especialidades son el marketing y el
autismo, ámbito del que lleva traducidos y corregidos un buen número de libros. Socia de Asetrad desde sus inicios, formó parte de la junta directiva de Asetrad en el período 2019-2023 y fue jefa de redacción de La Linterna en el período 2010-2014. Es su directora desde enero del 2015.

Maia Figueroa Evans
+ artículos

Maia Figueroa Evans, licenciada en Comunicación Audiovisual y máster de Escritura para Cine, no quería ser traductora. Sin embargo, el consenso de su entorno y las circunstancias la llevaron por ese camino y demostraron que a veces uno no sabe qué es lo que más le conviene. Tras conseguir casi por casualidad un puesto de traductora interna en una fábrica de polietileno, se hizo autónoma y se dedicó a la traducción técnica, comercial y audiovisual, hasta que poco a poco fue metiendo el pie en el sector editorial. En menos de diez años ha traducido casi cuarenta libros, un par de los cuales prefiere no mencionar, y otros de los que está muy muy orgullosa. Y ahora ya sabe que lo suyo es traducir novelas.

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